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Descolgó el auricular y se lo llevó al oído, pero Emmy ya había colgado. Había estado hablando con alguien. ¿Con Fairfax? ¿O con otra persona?

Capítulo 4

Emmy estaba bastante contenta: encontrar a Kit en el café del pueblo hubiera sido demasiada casualidad, pero le había dado al dueño un mensaje para él y el hombre le había prometido decírselo en cuanto lo viera. Bueno, al menos esperaba que fuera eso lo que le había dicho aquel hombre; la verdad era que se arrepentía de no haber sido más aplicada en la academia de francés.

Aquel nefasto día parecía que terminaba mejor de lo que había empezado; por lo menos Brodie no se había enterado de aquella llamada. Esperó a que hirviera el agua, la vertió en la tetera y colocó ésta sobre la bandeja.

Brodie estaba de pie en el quicio de la puerta, observándola. Le costó un esfuerzo enorme no echar una mirada de culpabilidad al teléfono. La mano le temblaba ligeramente y no sólo era por que hubiera estado a punto de pillarla; Brodie, sin el uniforme de ejecutivo, era un hombre de aspecto muy viril.

Se había cambiado el traje por un pantalón de chándal usado y una camiseta sin mangas igualmente usada. Tenía unos brazos fuertes y morenos de practicar mucho deporte y unos pies muy bonitos. Se dio cuenta porque iba descalzo y por esa misma razón no le había oído entrar.

– ¿Quieres leche? ¿Y azúcar?

Brodie se pasó los dedos por el cabello aún húmedo de la ducha; no había esperado que Emmy hiciera lo que le había pedido.

– Solamente un poco de leche, gracias. ¿No vas a tomar una taza?

– Antes de irme a la cama, no.

– Bueno, pues el dormitorio es todo tuyo -dijo-. Ven, te lo voy a enseñar.

– ¿Dormitorio? -dijo echando un vistazo a la austera pieza toda en blanco y a la enorme cama cubierta solamente por un edredón negro-. ¿No tienes un dormitorio de sobra?

– Sí, pero no hay ninguna cama; nunca me ha hecho falta hasta ahora.

– Entonces ¿dónde dormirás?

– Estaré bien en el sofá -dijo encogiéndose de hombros.

– ¿De verdad? -lo miró dubitativa-. Es una cama muy grande, Brodie; si tuvieras otra almohada podríamos compartirla -dijo sin poder evitar tomarse la revancha por haberle sacado antes los colores.

Emmy se dio cuenta, demasiado tarde, de que había dicho una estupidez. Y no es que fuera la primera vez, sino que en esa ocasión no sabía cómo atenerse a las consecuencias de su mal comportamiento. Brodie se acercó a ella lentamente.

– ¿Compartirla?

Emmy dio un paso atrás, y luego otro, hasta que tuvo que pararse. Cuando tuvo el casi metro noventa de Brodie delante le costó un esfuerzo enorme mantenerse en pie. Pero se defendió y le lanzó una contraofensiva.

– Como hacían en la Edad Media -sugirió con una espada para dividir la cama.

– ¿Una espada? ¿No sería muy peligroso?

– No te enteras, Brodie; eso era algo simbólico. Un verdadero caballero errante nunca cruzaría la línea divisoria, ni siquiera cuando la espada estaba envainada.

– Ya te lo he dicho antes, Emmy. No soy un caballero errante -dio un paso más-. Pero parece una idea bastante interesante; quizá pudiéramos sustituir la espada por un par de almohadas.

– No Brodie -dijo rápidamente, extendiendo la mano para que no se acercara más a ella-; sólo bromeaba…

Él siguió avanzando, ignorando por completo aquella mano que intentaba detenerlo. Al tocarle el pecho, Emmy sintió un calor tremendo que le recorrió todo el brazo y pareció inundarle todo el cuerpo. Ella apretó el puño, agarrándole con fuerza la camiseta.

– ¿Bromeando? -le preguntó con suavidad.

Por un momento pensó que podría contestar y abrió la boca para hacerlo, pero él le acarició la garganta hasta el mentón con el revés de los suaves y largos dedos, muy lentamente, hipnotizándola con aquel roce. Luego le pasó la punta del pulgar por el labio inferior, en un movimiento suave y sensual; fue como cuando había estado a punto de besarla en el coche, y ella lo había deseado más que nada en el mundo. Cuando Emerald Carlisle vio el reflejo de su propio corazón en sus ojos se echó a temblar.

– ¿Por qué vamos a bromear, Emmy? -le preguntó finalmente, con voz suave y ronca.

Brodie se había dado cuenta de que lo había querido provocar y se dispuso a devolverle la provocación. Pero aquel ligero temblor que había sentido bajo el pulgar se le antojó como un terremoto. Entonces una sensación le recorrió el brazo y después todo el cuerpo de manera que de ahí en adelante nada más importaba.

Fue a partir de ese momento cuando Tom Brodie dejó de pensar e hizo algo que había estado deseando hacer desde el mismo instante en que vio a Emerald Carlisle encaramada a aquella cañería.

Emmy se dio cuenta de que no podía escapar y, aunque hubiera podido, estaba totalmente hipnotizada por la fuerza que Brodie parecía generar al tiempo que bajaba la cabeza, hasta que unió sus labios a los de ella.

La miró con unos ojos gris muy oscuro, calientes y arrebatadores y entonces, ella cerró los suyos y gimió sin poder evitarlo. Cuando quiso decidir que aquello no estaba bien, era demasiado tarde.

Empezó a besarla con un leve roce de los labios, como pétalos de rosa, bailando entre los de ella con sensualidad. Ella entreabrió los suyos y él le rozó los dientes con la punta de la lengua. Instintivamente, Emerald le echó un brazo al cuello.

Por un instante Brodie se deleitó con la dulzura de aquella boca, con la suavidad y aroma de su piel, que le rozaba la mejilla mientras ella lo abrazaba. La mano que le había estado agarrando del mentón se movió entre sus cabellos y le agarró la nuca con la palma. Con la otra le ceñía la cintura, suavemente juntando su cuerpo al de él y haciendo que se pusiera tenso de deseo.

Deseaba a Emerald Carlisle y supo que ella también lo deseaba a él.

Entonces su razón irrumpió a patadas, recordándole con crueldad que él era mayor y supuestamente más experimentado que la chica que tenía entre sus brazos, una chica cuyos intereses tenía la obligación de proteger.

Cuando Gerald Carlisle le había instado a hacer todo lo que fuera necesario para evitar que su hija se casara con Kit Fairfax, estaba seguro de que el hombre no se había referido a que se la llevara a la cama.

Se puso tenso y se echó hacia atrás, haciendo que Emerald lanzara un gemido de protesta; por un momento pensó en mandar a Carlisle, su conciencia y su carrera al diablo, pero no lo hizo.

¿Habría accedido a que la besara para conseguir lo que quería? Lo cierto era que la creía capaz de cualquier cosa.

Levantó la cabeza y la miró.

– Tienes mucho sentido del humor, Emmy, y se te da muy bien distraerme, pero como tu pasaporte lo tengo guardado en la caja fuerte creo que no vale la pena que te sacrifiques. Claro está, si es que aún tienes pensado seguir adelante con la boda. Recordarás que estabas desesperada por casarte con Kit Fairfax, ¿verdad? -dijo, castigándose tanto a sí mismo como a ella-. O es que la boda es lo que toca este mes para volver loco a tu padre. Preferiría que me lo dijeses ya porque la verdad es que tengo cosas mejores que hacer que…

– Sí, desesperada -le soltó Emmy con la voz ligeramente ronca.

Él la miró con una expresión de duda y lo cierto era que no podía culparle por ello. Maldito Hollingworth por marcharse a Escocia; de haberse quedado en Londres no habría tenido tantos problemas con él como con Brodie. Al menos no habría cometido el terrible error de besarlo, pero tampoco la hubiera dejado escapar por la cañería.

– Voy a casarme con Kit en cuando me sea posible -declaró, con tono que delataba su desesperación por convencer a Brodie de su sinceridad-. Y no hay nada que puedas hacer para impedírmelo.

– ¿No? -extendió la mano y le rozó los labios con la punta de los dedos; unos dedos suaves que olían a jabón bueno, que olían a él-. Voy a intentarlo, sea como sea.