Deseó haberse fijado un poco mejor en el mapa de Marsella que había en recepción, y haber tomado nota del horario de autobuses y dónde estaban las paradas. Pero la verdad era que no se había fijado en nada ni nadie que no fuera Brodie.
– Où est l’arrêt d’autobus pour Aix, s’il vous plaît? -murmuró una docena de veces, hasta que la frase le salió con facilidad.
Satisfecha se acurrucó bajo la colcha y cerró los ojos.
– ¿Emmy? ¿Estás despierta? Son casi las ocho y media -añadió.
Ella contestó con un gruñido; aquel hombre estaba obsesionado con eso de levantarse al despuntar el alba y ni siquiera el olor a café recién hecho podría salvarle en esa ocasión.
Abrió los ojos. ¿Las ocho y media? ¿Le habría entendido bien? Se sentó en la cama, apartándose el pelo de los ojos, y pestañeó adormilada. Se había dormido tan tarde…
– Es imposible que sean las ocho y media -dijo.
– Lo siento. Te he dejado dormir un poco más, pero me gustaría terminar con este asunto lo antes posible y supongo que a ti también.
Volvió a emitir un gruñido. Su pequeño plan de hacer otra escapada se había ido al garete por haberse quedado dormida. Brodie, duchado, afeitado, vestido y listo para marcharse, se sentó en el borde de la cama y le pasó una taza de café.
– Toma, esto te reanimará.
Pero estaba equivocado; nada la ayudaría. Aun así la aceptó y dio un sorbo de café.
– No hay de qué. Hay bollos recién hechos en la habitación de al lado, si quieres.
– Café, bollos… ¿Es el servicio de habitaciones? Creí que íbamos a comerlos al sol, en un café de la calle.
– Quizá mañana -dijo vagamente.
– ¿Mañana?
– Tú con Kit, a lo mejor. Yo en algún café de la calle, en algún lugar, no sé.
– No será por gusto.
– No es lo que preferiría hacer -coincidió-, pero hemos hecho un trato. Si tu pintor resulta ser el tipo de hombre que no se deja sobornar, entonces dejaré el asunto; te doy mi palabra -añadió con una sonrisa triste.
Entonces fue cuando Emerald se dio cuenta de la expresión sombría de su boca y de que tenía las ojeras ligeramente hinchadas. Ella no era la única que no había podido dormir la noche anterior.
– Te creo -dijo ella, tendiéndole la mano impetuosamente; pero él se apartó antes de que pudiera tocarlo.
«Oh, Brodie» pensó con cierta nostalgia «Espera. Sólo espera un poco».
– Lo que no puedo es garantizar la reacción de tu padre -continuó-. Si te quedas en Francia, él tendrá un mes para reorganizarse. No me cabe duda de que llamará a Hollingworth para que vuelva a Londres; incluso podría llamar también a tu tía Louise.
– Quizá te pida que me des un narcótico -dijo, aunque no era el momento adecuado para bromas.
– Eres una adulta, Emmy -dijo un poco exasperado-. Puedes casarte con todos los cazadotes que quieras.
– Claro que tendré que hacerlo de uno en uno -añadió secamente.
– A lo mejor deberías intentar contárselo a tu padre -hizo una breve pausa-. Y de paso podrías preguntarle si tu felicidad es menos importante que conservar tanto dinero en los bancos.
Su preocupación la inundó de calor; pero supo que aquello era algo más que preocupación. Su mirada y su voz estaban cargadas de sentimiento… y de algo más. Algo que sospechó que a él no le gustaría que notara.
Hubiera deseado tanto levantarse, echarle los brazos al cuello y que se sentara a su lado, para olvidarse del resto del mundo. Sólo esperaba que, cuando todo aquello hubiera pasado, él fuera capaz de perdonar su engaño; que sus ojos continuaran mirándola con la misma intensidad.
– Mi padre no es tan malo, Brodie; sólo se preocupa por mí -reconoció-. Tiene miedo de que me vuelva como mi madre.
– Entonces es más tonto de lo que yo pensaba.
Le hubiera gustado añadir que deseaba sinceramente que Kit Fairfax enviara un mensaje a Gerald Carlisle, aclarándole lo que podía hacer con su dinero. Pero no podía tampoco expresar un sentimiento que no era cierto. Deseaba con toda su alma que Kit fuera un malvado y un miserable que agarrase el dinero en cuanto se lo ofreciera, pero desgraciadamente no lo creía probable. No pensaba que Emmy fuera el tipo de chica que cometiera dos veces el mismo error.
– Date toda la prisa que puedas, Emmy -le urgió.
Emmy esperó a que la puerta se cerrara tras de él para saltar de la cama. Inmediatamente empezó a cambiar el plan que Brodie había estropeado.
Se metió apresuradamente en el baño y abrió el grifo de la ducha a tope, dejándola correr mientras sacaba unas cuantas cosas del bolso y las metía en los bolsillos de los vaqueros. Luego se tomó su tiempo para ducharse y se vistió con vaqueros y una camiseta blanca. Tardó muchísimo rato en maquillarse, aunque casi ni se pintó. Brodie estaba impaciente por marcharse y, cuanto más se impacientara, más oportunidades tendría de escapar.
Estaba cerrando la cremallera del bolso cuando Brodie llamó a la puerta.
– ¿Qué tal vas, Emmy?
– Estoy lista -abrió la puerta y le dio su bolsa de viaje-, pero me muero de hambre -tiró su bolso en un sillón y se fue derecha a los bollos-. ¿Hay más café? -preguntó, sentándose en le sofá; Brodie le sirvió una taza y agarró su bolsa de viaje-. ¿Es que no vas a tomar una conmigo?
– No. Yo voy a bajar a pagar la cuenta y a colocar las bolsas en el coche; así ganaremos tiempo.
Sonrió serenamente, como ajena a su prisa.
– Ah, muy bien; buena idea.
En el mismo instante que se cerró la puerta de la habitación, Emmy abandonó el bollón y se dirigió al baño. Abrió el grifo del lavabo y cerró la puerta del baño con cuidado. Dejó la puerta del dormitorio abierta para que al entrar oyera el ruido del agua y creyera que estaba metida en el baño. También dejó su bolso sobre el sillón donde lo había tirado; todos los hombres sabían que no había mujer sobre la faz de la tierra que pudiera pasar sin su bolso.
Entonces salió del dormitorio y se apresuró hacia las escaleras de servicio, asustando a una camarera que pasó a su lado cargaba con un montón de toallas.
– Non, non, madame -dijo la chica, señalando las escaleras principales mientras soltaba una parrafada a toda prisa en francés.
Pero Emmy la miró implorándola, al tiempo que se llevaba un dedo a los labios y con la otra mano señalaba a los que estaban abajo en recepción. La chica abrió los ojos como platos, y entonces Emmy vio la comprensión reflejada en su mirada. Señaló hacia la puerta trasera del hotel y una vez más la chica empezó a hablar en un francés incomprensible para ella.
A pesar de no entender nada, Emmy se dio cuenta de que tenía una aliada, y, además, una que sabría llevarla hasta la parada de autobús. Repitió la frase tantas veces ensayada, pero como se temía, la otra le contestó demasiado deprisa y se le acababa el tiempo.
Emmy, habiendo protagonizado infinidad de obras de teatro en el colegio, señaló el reloj de pulsera con dramatismo y miró angustiada hacia la escalera principal. La muchacha, emocionada de poder ser parte de la trama de alguna conspiración romántica, dejó las toallas sobre una cama y la condujo por la parte de atrás, evitando al personal de cocinas y yendo con cuidado para que nadie las viera.
Primero la llevó por una callejuela estrecha y, al llegar al final, doblaron la esquina. Entonces la chica se paró y señaló una parada de autobús al otro lado de la calle. Emmy le metió uno de sus preciados billetes de cien francos a la chica en el bolsillo del delantal; su ayuda merecía todo eso y más.
Diez minutos más tarde estaba montada en un autocar que se dirigía a Aix-en-Provence. Sabía que estaba a unos treinta y cinco kilómetros de distancia y a una media hora en coche. En autocar tardaría más y la verdad era que se arrepentía de haberle dicho a Brodie la dirección que debía tomar.