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– No le tengo miedo.

– Pero yo sí. Si averigua lo nuestro no me dejará ir a la escuela superior de arte. Conseguirá que te despidan. Nunca le he desobedecido antes, Wade. No quiero saber lo malas que serán las consecuencias de mis actos, pero tampoco quiero perder lo que tenemos.

– Pues rebélate, enfréntate a él.

– ¿Y si no puedo?

Leigh fue incapaz de continuar y las lágrimas corrieron libremente ahogando las palabras en su garganta. ¿Por qué Wade no quería entender lo importante que era para ella dejar Kinley y llegar a ser alguien? ¿No sabía lo mucho que quería convertirse en una artista?

– ¿Estás diciendo que no quieres volver a verme? -dijo entre sollozos-. ¿Hemos llegado al final?

Wade avanzó un paso y la rodeó con sus brazos para calmar las convulsiones de su cuerpo. Leigh se dejó mecer en su abrazo cálido mientras él le besaba los cabellos.

– Calma, cariño. No quiero forzarte a que tomes una decisión ahora mismo. Nadie tiene que saber lo nuestro por ahora. Ya es bastante que nos haya sucedido esto.

– Momentos robados, siempre escondiéndonos. ¿Hasta dónde podremos continuar?

– No lo sé -contestó Wade-. Lo único que sé es que quiero verte mañana por la noche. Y pasado mañana. No tenemos por qué hacer el amor, ni siquiera besarnos, si tú no quieres. Sólo dime que nos veremos.

Leigh alzó los ojos y vio la sinceridad reflejada en la cara de Wade. Besó la mano que la acariciaba y luego los labios que la consolaban.

– Te veré mañana por la noche -le prometió.

El día siguiente era domingo y Leigh se levantó tarde. Se duchó y vistió con parsimonia antes de mirarse al espejo. Una amiga le había contado que las chicas se convierten en mujeres sólo después de su primera experiencia sexual. No obstante, Leigh no pudo apreciar diferencia alguna. Tenía el mismo aspecto de siempre, el de una chica de cabellos resplandecientes y unos sorprendentes ojos violeta.

Sus padres debían volver aquel mismo día. Leigh tembló de pensar en lo que haría Drew Hampton Tercero si llegaba a imaginarse lo que había sucedido. Aunque, después de todo, era una tontería pensar que su padre pudiera saberlo con sólo mirarla. Además, tampoco necesitaba a su padre para sentirse culpable. Había sido sincera al decirle a Wade que no bastaba con el amor. Con la luz del día supo que no debía haber sucumbido a la pasión y haber conservado su virginidad un poco más.

Leigh se echó un último vistazo en el espejo antes de bajar las escaleras. La puerta se abrió de golpe antes de que hubiera llegado al piso de abajo y Drew entró jadeando.

– ¡Leigh! ¡Anoche ocurrió algo horrible! Alguien secuestró a Sarah Culpepper.

– ¿Qué estás diciendo, Drew?

Su hermano debía haber entendido mal. No secuestran a la gente en ciudades tan pequeñas como Kinley y sobre todo a las niñitas de siete años y pelo dorado. Esas cosas no podían ocurrir.

– El jefe Cooper cree que debió suceder sobre las nueve de la noche. La señora Culpepper dice que Sarah salió al porche porque quería arreglar un pinchazo de su bici. Fue la última vez que la vio. Esta mañana la bici seguía allí, pero Sarah había desaparecido. Su madre no se dio cuenta de que no estaba hasta casi medianoche. ¿Te acuerdas de que su hermana vive en la casa de al lado? Pues pensó que Sarah habría ido allí y se había quedado dormida en el sofá. Pero…

– ¡Un momento! ¿Estás diciéndome que alguien ha secuestrado a Sarah?

– Exactamente, fíe pasado toda la mañana buscándola con el resto de los voluntarios. No hemos hallado ni rastro de ella.

Leigh se sintió horrorizada. Sarah era su imagen de una niña perfecta con sus rizos rubios y sus ojos profundos y azules. Un prodigio de educación que siempre daba las gracias y respondía con «sí señora» y «sí señor».

– ¡Oh, no!

– Pues eso no es todo, Leigh. Hay un sospechoso. Una media hora antes de su desaparición, Everett Kelly mito por su ventana y la vio hablando con alguien.

– ¿Con quién?

– Con Wade Conner. El jefe le está interrogando en este momento.

Leigh no daba crédito a sus oídos. Wade era el principal sospechoso de un secuestro que no podía haber cometido porque a esa misma hora se encontraba con ella.

– ¿Leigh? ¿Estás bien? Te has puesto pálida.

La voz preocupada de su hermano le llegó a través de la niebla de sus sentidos. Volvió a la realidad y tragó para aliviar el nudo que se le había formado en la garganta.

– Wade Conner no ha secuestrado a Sarah -dijo firmemente.

Pero su hermano confundió su pánico, su seguridad absoluta, con la preocupación por la pequeña.

– Claro, todavía no hay pruebas definitivas. Ya sé que es difícil de creer pero, ¿quién puede saber lo que pasa por la cabeza de otra persona?

Leigh sí lo sabía, o al menos sabía que Wade nunca cometería un acto tan vil, aunque no hubiera estado con ella la noche anterior. ¿Y el resto de la ciudad? Wade no había nacido en el seno de una buena familia como ella. Eso había sido un dato que había jugado en su contra desde que su madre le había llevado a Kinley. Tampoco él había puesto demasiado de su parte al dejarse el pelo largo y rebelarse en contra de la autoridad y las costumbres. A toda la ciudad le resultaba muy fácil hacerle cargar con las culpas.

Leigh se conminó a enfrentarse al destino. Ella era su única coartada, pero si le defendía todos sabrían lo que había sucedido la noche anterior. Una cosa era compartir una noche de amor en la oscuridad y otra muy diferente era dejar que todo el mundo supiera que Leigh Hampton no era tan inocente como aparentaba.

Nadie entendería lo que era tener diecisiete años y enamorarse por primera vez, su padre el que menos.

– Ya sabes lo que la gente dice de Conner, Leigh. Tiene algo de salvaje, nunca puedes estar seguro de lo que puede hacer.

– Pero él no lo hizo -musitó ella.

Drew la miró, tenía la cara desencajada y pálida.

– ¿Acaso sabes algo?

Leigh sabía que su deber era confesar, pero sus labios se negaban a pronunciar su propia sentencia. A pesar de que amaba a Wade no le parecía justo arriesgar sus amigos, su familia y su futuro por salvarle de algo improbable. Al fin y al cabo, Sarah ni siquiera llevaba veinticuatro horas desaparecida. Todavía podían encontrarla.

– No Drew, no sé nada -mintió sin apenas reconocer su propia voz.

Drew no podía saber lo comprensivo, amable y apasionado que era Wade. El sólo recuerdo de la noche anterior la hizo estremecer. Le dolía pensar que habían secuestrado a Sarah mientras ellos hacían el amor.

– Esto no tiene sentido.

Tampoco abundó el sentido común durante los días siguientes. Una ciudad apenada por la desaparición de la niña buscaba con avidez alguien a quien poder culpar y encontrar alivio aunque fuera miserable. No todos creían que Wade fuera culpable, pero en aquel pequeño grupo no se incluía su padre.

– Ya te dije que era un indeseable. No quiero verte a menos de cien metros de ese individuo.

Asustada y confusa, Leigh faltó a su promesa de acudir a la cita que había concertado con Wade la misma noche de la desaparición de la niña. Pero Kinley era una ciudad tan pequeña que resultaba materialmente imposible pasar varios días sin tropezar con la persona que se trataba de evitar. Leigh se encontró con Wade cuando se dirigía a la tienda de su padre a la mañana siguiente de haberle dejado plantado. Él la miró a los ojos hasta que Leigh tuvo que bajarlos.

– Te eché de menos anoche -dijo él sin intentar ocultar la acusación implícita en su voz.

– No pude ir -se excusó ella.

¿Por qué tenía que ser tan duro? Leigh contempló su cuerpo recordando cómo la había hecho sentirse sobre la hierba húmeda. Lo amaba y deseaba volver a sentir su cuerpo pero no estaba dispuesta a afrontar la ira de su padre ni las burlas de la ciudad.

– Ya sabes que dicen que soy responsable de la desaparición de Sarah.