Para ella había sido más fácil. Aunque había habido algún interesado, ella nunca lo había estado. La vida era suficientemente complicada como para complicársela más con un hombre.
Pero solo, lejos de casa, era lógico que Matt no hubiera permanecido sin compañía sólo por un matrimonio que había durado menos de veinticuatro horas.
– Vive en la casa blanca que hay a la entrada del pueblo.
– Muy conveniente. Así podrá vigilarte para que no organices fiestas salvajes… sin invitarla.
Matt sonrió. Y esa sonrisa le dijo que había hablado demasiado.
– No haría ninguna fiesta sin invitar a Amy. Éste es un sitio muy agradable. Y ya he tenido una visita.
– ¿Ah, sí?
– Kay Ravenscar, la mujer que solía vivir aquí, me trajo un tarro de mermelada casera.
– ¿No me digas?
– Y me ha invitado a cenar el viernes en su casa.
– Sí, claro, un soltero viviendo solo en esta casa tiene que llamar la atención en el pueblo.
– Pero yo no soy soltero.
– Bueno, como si lo fueras.
– Pero no lo soy. Y como soy un hombre detallista he aceptado la invitación… en nombre de los dos. ¿Quieres un café, un té?
– Té, gracias -murmuró Fleur, sorprendida.
– ¿Por qué no compruebas la lista de la compra mientras yo pongo agua a calentar?
– Seguro que está bien. Voy a pagarte ahora, por cierto.
Estaba segura de que Matt iba a decirle que no se molestara. Después de todo, llevaba cinco años sin pagar la manutención del niño. Ella no quería su dinero, pero estaba segura de que intentaría usarlo para convencerla.
– El recibo está en una de las bolsas -contestó él.
Fleur sacó un par de latas, con expresión perpleja.
– No es cosa mía, pero yo que tú le encargaría las compras a otra persona.
– ¿Por qué? ¿Algún problema?
– Ha comprado productos muy caros. ¿Dónde está la lista que te envié por correo electrónico?
– ¿No está ahí?
Algo en su tono de voz hizo que Fleur sospechara que lo sabía perfectamente.
– No, Matt, no está. Y sugiero que imprimas una copia. La necesitarás cuando llames para pedirle explicaciones. Todo esto es… -Fleur se colocó el bolso al hombro-. Olvídate del té. Tengo que ir al supermercado a comprar como es debido.
– No, espera. No te vayas.
– ¿Por qué?
– No quiero que Tom coma productos de mala calidad.
– Tom no come cosas de mala calidad -replicó ella-. Pero hay que saber comprar.
– Café barato, judías baratas…
– Para tu información, Tom es demasiado pequeño para tomar café y detesta las judías.
– ¿Entonces?
– Entonces, dile a esa persona que devuelva todo lo que ha comprado. Mi hijo come perfectamente, las mejores verduras, la mejor fruta. El resto es para mi padre y para mí. Y para la gente que trabaja para nosotros. Suelen desayunar y hasta comer en casa cuando hay mucho trabajo y, francamente, no les puedo dar caviar.
Matt tragó saliva. Había hecho el ridículo.
– Pero supongo que lo has hecho con buena intención -dijo Fleur entonces.
– Ah, gracias.
– De nada. Y como, claramente, la compra la has hecho tú, dejaremos el tema por el momento.
– Es que no pude encontrar a nadie a última hora -intentó explicar Matt.
– Ya, bueno. Yo sólo puedo pagar los productos genéricos que te pedí en la lista. El resto tendrás que pagarlo tú. Claro que si quieres cambiarlos…
– No, no. Ha sido un error mío, así que yo pagaré la diferencia.
– Muy bien -sonrió Fleur.
Y fue como si la viera por primera vez, entre un montón de gente, en aquella fiesta. Aunque no era exactamente la primera vez que la veía, claro. Fleur había estado ahí casi toda su vida. La ventana de su dormitorio daba al jardín de los Gilbert y la había visto con su pelo rojo jugando en el columpio desde que era pequeña, o subiéndose a algún árbol, o tumbada en la hierba con un libro en la mano… o paseando por el pueblo con sus amigas. Nunca habían hablado durante esos años, pero aquella noche en la fiesta, se había acercado a ella y le había dicho:
– ¿Si yo me olvido de quién eres, tú te olvidarás de quién soy y bailarás conmigo?
Y Fleur contestó, sonriendo:
– Pensé que no ibas a pedírmelo nunca.
Capítulo 5
El pitido de la tetera devolvió a Matt al presente.
– Voy a guardar esto en el coche -dijo Fleur, tomando un par de bolsas.
– Deja, lo haré yo. Tú puedes encargarte del té… Espero que no te parezca un gesto machista.
– ¿Un gesto machista? Si la vida fuera más sencilla te llevaría a casa conmigo para que me ayudaras a colocar cada cosa en su sitio.
– La vida es sencilla. Eres tú quien la hace complicada.
– Si yo hubiera querido una vida sencilla te habría dicho que no cuando me pediste que bailara contigo en aquella fiesta.
– Tú misma -dijo Matt, encogiéndose de hombros, como si no le importara. Pero acababa de entender cómo era su vida, preocupándose por todo, haciéndolo todo, siendo responsable de todo.
¿Qué demonios le pasaba a Seth Gilbert? Su mujer había tenido una aventura. Así era la vida. Su madre también había sufrido mucho, pero lo superó, había seguido adelante.
No sin antes destruir el futuro que él tenía planeado con Fleur, claro. Pero al menos había sido capaz de empezar otra vez. Fleur no había tenido esa oportunidad.
– Pídemelo y estaré allí cuando tú digas.
– Gracias, pero según mis cálculos llegas seis años tarde.
Luego mantuvo su mirada, como retándolo a negarlo. Matt no lo hizo, pero fue ella la primera en parpadear, en apartar la mirada para sacar las llaves del coche.
– Muy bien, ve a hacer músculos mientras yo me encargo del té.
– ¿Sabes una cosa? Nunca he estado en tu casa. Ni siquiera cuando tus padres habían salido.
– Corríamos demasiados riesgos estando juntos.
– ¿Ah, sí?
– Como si no lo supieras.
– ¿Y quieres que sigamos manteniendo esto en secreto, que sigamos viéndonos a escondidas?
– No, pero…
– Ya no somos niños, Fleur.
– Ya lo sé.
Matt se quedó pensativo un momento.
– Shakespeare se equivocaba, ¿sabes?
– ¿En qué sentido?
– No habría habido reconciliación. La muerte de Romeo y Julieta habría lanzado a sus familias a más peleas, a más guerras, a más rencillas.
– No veo la comparación entre nuestras familias y las de Romeo y Julieta.
– ¿No? No sé, a lo mejor estoy exagerando.
– Quizá. Pero afortunadamente nosotros vivimos en un mundo civilizado. Lo más horrible que nos puede pasar es tener que enfrentarnos por permisos de obra. Por el momento.
– Eso depende de ti, Fleur. Yo no pienso arrastrar a Tom a nuestro sórdido mundo de secretos y mentiras.
No tenía que mirarla para saber que había hecho una mueca.
– Nuestro hijo tiene cinco años, Matt. Él no sabe cómo mantener un secreto. No ha aprendido a decir mentiras y yo no pienso darle la primera lección. En cuanto sepa de ti, lo sabrá todo el mundo.
– Entonces, tendremos que decírselo antes a nuestros padres.
– Sí, claro.
– ¿Qué hacemos, los invitamos a tomar el té y jugamos a verdad o atrevimiento?
– No digas tonterías.
– Estoy abierto a cualquier sugerencia.
– No, Matt. Todo esto es nuevo para ti y lo que quieres es exigir lo que es tuyo, olvidándote de los sentimientos de los demás. Yo he vivido con esto desde el día que descubrí que estaba embarazada. Lo único que te estoy pidiendo es que esperes unas semanas.
– Dame una buena razón para esperar.
– Acabo de dártela.
– ¿Qué más da tirar la bomba ahora que dentro de quince días? La sorpresa va a ser la misma.