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Fleur le echó los brazos al cuello.

– ¡Sí, sí, sí!

Todo el pueblo acudió a la ceremonia. A la doble ceremonia: la boda de Fleur y Matt y la de Seth y Katherine.

Todos excepto Charlie Fletcher. Nadie lo había visto desde que destrozaron el invernadero y su casa estaba en venta. Fleur no le preguntó a Matt si él tenía algo que ver con eso. Había cosas que era mejor no saber.

Además, nada ni nadie iba a estropearle aquel día.

Los Gilbert y los Hanover habían montado una carpa en el jardín, con orquesta incluida, y todo el pueblo estaba invitado al banquete. Como Matt había dicho, la fiesta se recordaría en Longbourne durante generaciones.

Tardaron más de un año en convertir el viejo granero en la casa de sus sueños. Una casa que apareció en varias revistas de decoración, como Fleur había predicho.

La enorme estructura de ladrillo y madera quedó irreconocible con todas las reformas, como las vidas de sus ocupantes, los cuatro miembros de la familia Gilbert-Hanover: Fleur, Matt, Tom… y su hija recién nacida.

– ¡Mamá, papá! -Tom iba corriendo por el camino con algo en la mano-. El abuelo me ha dicho que os diera esto.

Fleur puso a la niña en los brazos de Matt y se inclinó para atender a su hijo.

– ¿Qué es, cielo?

El niño abrió la mano. Dentro, un poquito aplastada, había una flor que acababa de abrirse, mostrando el corazón.

Era oro puro.

Liz Fielding

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