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La cicatriz había desaparecido y Nova estaba lista.

La casa volvería a ser suya.

Armada con el hierro 4 de golf de su madre, subió de nuevo al desván. Nova desmontó rápidamente el ordenador y desconectó los cables que venían de las cámaras. En el piso de abajo los cables estaban empotrados, pero en el desván corrían por el suelo. Tardó un poco en hacer que el nuevo cableado fuera lo más invisible posible. Tuvo suerte porque había suficiente cable para que llegara hasta la habitación de Nova. Montaría su propia central de vigilancia; no era el lugar más estratégico de la casa, pero allí se sentía segura.

Cuando el ordenador estuvo de nuevo montado y funcionando, Nova bajó hasta la biblioteca, que estaba al lado del recibidor y tenía una ventana que daba a la calle. Cogió una silla, se subió en ella y pasó la mano por delante de la cámara que vigilaba la pared donde había cuadros. La giró noventa grados para que enfocara a la ventana y la puerta de entrada. Nova había leído que era ilegal vigilar un lugar público. «Que me denuncien», pensó por segunda vez y se encogió de hombros. Dejó el hierro 4 junto a la puerta y subió a la seguridad de su dormitorio.

Amanda recuperó las ganas de vivir cuando abrió la puerta de su pisito de un solo ambiente en el barrio de Södermalm. En la frente tenía una película de sudor, pero el malestar había desaparecido. Sin quitarse los zapatos, atravesó la sala y abrió la ventana francesa. Dos inspiraciones profundas hicieron que se relajara. Fuera había un frondoso patio con cenador. La mayor parte de las plantas de Estocolmo estaba amarilla y seca, pero los rayos de sol sólo llegaban hasta el patio a última hora de la tarde y por eso no habían conseguido secar el césped. Los helechos se envolvían en sí mismos y, además, crecía el musgo. El aire casi se sentía fresco.

Amanda se dio la vuelta y se quitó los zapatos tirándolos al aire. Uno se fue volando a través del piso de veintiséis metros cuadrados hasta llegar al recibidor, según lo calculado.

El otro dio contra la librería, rebotó y aterrizó sobre el teclado del ordenador con un ruido. Amanda no se preocupó de cogerlo sino que estiró los dedos de los pies, a los que también había liberado de los polvorientos calcetines de nailon.

Después volvió a mirar el ordenador. «La cita de la Biblia», pensó. Fue hasta la máquina y tecleó «biblia». No se quedó muy convencida con lo que apareció en la pantalla.

Los nefilim existían en la tierra por aquel entonces (y también después), cuando los hijos de Dios se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban hijos: éstos fueron los héroes de la antigüedad, hombres famosos. (Génesis 6, 4)

«¿Qué tiene esto que ver con la muerte del presidente de una empresa que cotizaba en Bolsa?», pensó Amanda. Su pensamiento se vio interrumpido por un pinchazo en el estómago.

Fuerte.

Apoyó la mano sobre el escritorio para inclinarse hacia adelante y gimió.

Nova despertó de su inquieto sueño porque llamaban a la puerta.

Lo primero que vio fue la imagen de la cámara de vigilancia que enviaba desde la biblioteca. Arvid y Eddie se movían entrecortadamente en la pantalla del ordenador.

Nova respiró aliviada.

Los tejanos se le pegaban en los muslos por el calor y notó que tenía la cara hinchada y abotargada. El efecto de la ducha había desaparecido hacía rato. El reloj del móvil indicaba que eran las 18.15 y, despacio, se levantó de la cama. Los golpes en la puerta aumentaron de volumen insistiendo para que se diera prisa. Nova suspiró y bajó a abrir.

Dejó entrar a sus amigos, cerró la puerta tras ellos y cerró con llave la cerradura de seguridad. Arvid y Eddie la miraron interrogantes. Aún se sorprendieron más cuando entraron en el recibidor y descubrieron lo que antes eran cuadros y ahora se había convertido en un montón de basura.

– ¿Qué cojones ha pasado aquí? -preguntó Arvid.

– Me cansé de esos cuadros -dijo Nova con sinceridad.

– Ya lo veo -se rió Eddie-. Nadie te puede acusar de ser poco dramática.

Arvid también sonrió y después se echó a reír abiertamente. Los otros dos lo imitaron.

– Si te digo la verdad, a mí nunca me han gustado -reconoció al cabo de un momento.

Nova no podía dejar de reír histéricamente, pero los dos jóvenes vieron que intentaba explicarse.

– Qué bien que hayáis venido. Esto es demasiado.

– Lo entendemos -respondió Arvid-. Hemos pasado para saber cómo estabas.

Arvid le puso una mano protectora en el hombro y ella sintió que aquel calor le recorría todo el cuerpo.

– No es sólo por lo que pasó ayer noche -explicó Nova haciendo un gesto con la cabeza para que subieran por la escalera.

Eddie y Arvid la siguieron hasta su dormitorio sin preguntar más; por experiencia sabían que la explicación vendría cuando Nova quisiera darla. Ni un segundo antes. Pero cuando Eddie vio el ordenador en el que aparecía información continuada de la vigilancia, no pudo aguantarse.

– A ver, explícanos qué pasa.

Y Nova les explicó.

– ¿Estás completamente segura? -preguntó Arvid-. Tu madre quizá guardó sus documentos en un servidor central. Y tú igual te llevaste el CD a otro sitio.

– Estoy completamente segura -respondió Nova, primero irritada pero después pensativa-. Por lo menos eso es lo que creo.

Nova paseaba la mirada de un chico a otro, pero no obtuvo confirmación de si le daban la razón o no. Luego continuó la sucesión de imágenes en la pantalla del ordenador.

Después de darles explicaciones, se sentaron los tres en la cama de Nova a mirar la pantalla con la película de la vigilancia. No parecía haber movimiento alguno en las ventanas que enfocaban las cámaras.

– Y ¿qué es lo que vas a hacer? -preguntó Arvid mesándose la rala barba.

– No lo sé -respondió Nova-. En realidad no sé si puedo hacer algo. ¿Qué os parece a vosotros?

Se quedaron los tres en silencio valorando la situación. No le dieron a Nova la respuesta que esperaba. Como nadie decía nada, Eddie sacó lo que llevaba en la bolsa.

– Ya los han encontrado -les explicó mientras sacaba un ejemplar del periódico vespertino Aftonbladet.

En portada ponía: «El presidente de Vattenfall brutalmente asesinado por activistas del medio ambiente.» -Por poco nos equivocamos -dijo Nova con ironía-. Menos mal que pretendíamos publicidad y que se fijaran en Vattenfall.

– Bueno, pues esto ha salido casi al revés -constató Arvid-. Hemos conseguido que se fijaran, pero el mensaje es equivocado. Ahora nosotros somos los malos y ellos los buenos.

– Joder, no deberíamos haberlo hecho -suspiró Eddie-. Tendríamos que haber respetado las reglas.

– Pero ya sabes que van muy despacio. Ya hemos hablado de ello hasta la saciedad. La Tierra se va a morir antes de que los políticos se pongan manos a la obra.

Cuando Nova iba a coger el periódico para leer el artículo, se le vio la palma de la mano. Una costra que empezaba a soltarse la cruzaba de un lado a otro. Arvid le detuvo la mano para mirársela detenidamente.

– ¿Qué te has hecho? -preguntó.

Nova la retiró rápidamente.

– Me corté con un cuchillo del pan hace unos días -mintió.

Un gesto de ofensa apareció en la cara de Arvid por la reacción de ella. Nova sabía que no creerían que se había hecho la herida por la mañana y no le apetecía discutir. Eso lo había aprendido con los años. Cambió de conversación hojeando el periódico y se puso a leer en voz alta.

– Así que creen que la misma persona que pintó las frases es la que ha asesinado a esa gente -resumió Eddie siempre dispuesto a que Nova dejara de lado la irritación.

– ¿Hay algo que te pueda relacionar con el lugar? -preguntó Arvid.