– ¡Uf! -suspiré mientras la observaba.
– Está bueno el tío, ¿eh? -preguntó Pappy con una sonrisa maliciosa.
– ¿El tío?
– Más conocido como Lady Richard. Un travestido.
– ¡Un invertido, querrás decir! -exclamé perpleja.
– No, le ha dado tan fuerte por la moda que se ha vuelto asexual. De todas formas, muchos travestidos son heterosexuales. Simplemente les gusta la ropa de mujer.
Y así fue como empezó la conversación. Aunque no me había cruzado mucho con Pappy en La Casa, nos veíamos a menudo durante la semana, así que creía conocerla. Pero en verdad no la conozco en lo más mínimo.
Me dijo que ya era hora de que tuviese mi primera experiencia, y me mostré totalmente de acuerdo. Pero Norm, el agente de la brigada antivicio, besaba pésimamente (me ahogó en un mar de baba). Después de tomarnos unas cervezas nos despedimos en los mejores términos, pero ambos sabíamos que no iba a suceder nada más. Y, aunque tampoco podía decírselo a Pappy de manera directa, Toby Evans ya estaba pillado. Es una lástima. Me atrae mucho, además tiene todo el aspecto de tener experiencia en la cama. Eso era precisamente lo que me decía Pappy mientras caminábamos, que mi Primera Vez no podía ser con un insensible, un ignorante, un estupido o un egoísta.
– Debe tener experiencia, ser tierno y considerado -dijo.
Yo me eché a reír.
– ¡Habla la experta! -exclamé entre carcajadas.
Pues resulta que sí es una experta.
– Harriet -respondió un tanto exasperada-, ¿acaso no te has preguntado por qué no me ves casi nunca los fines de semana?
Le contesté que sí, pero que suponía que era porque estaba muy ocupada estudiando.
– ¡Ay, Harriet, qué inocente eres! -exclamó-. Los fines de semana me los paso acostándome con hombres.
– ¿Hombres? -pregunté pasmada.
– Sí, hombres.
– ¿En plural?
– En plural.
¿Qué más se puede decir después de eso? Estaba tratando de encontrar una respuesta cuando entramos en la calle Victoria.
– ¿Porque?
– Porque busco algo.
– ¿El amante perfecto?
Sacudió la cabeza con tanta vehemencia como si prefiriera sacudirme a mí en su lugar.
– ¡No, no, no! No tiene nada que ver con el sexo. Se trata de algo espiritual. Supongo que estoy buscando mi alma gemela.
Estuve a punto de decirle que la podía encontrar en la buhardilla salpicando pintura sobre un lienzo, pero me mordí la lengua y no lo hice. Cuando llegamos, había un muchacho joven sentado en la escalera. Pappy esbozó una pequeña sonrisa de disculpa mientras él se ponía de pie, así que me apresuré a entrar antes que ellos y me dirigí a mi apartamento rosa, donde me desplomé en una silla para recuperar el aliento. ¡Así que eso era lo que había querido decir Norm, el agente de la brigada antivicio, cuando dijo que Pappy no cobraba! Sin duda se había acostado con él también.
Es hora de que establezcas tus prioridades, Harriet Purcell. Todo lo que te han inculcado desde niña pende de un hilo. Pappy no entra en la categoría de «muchacha decente» y, sin embargo, es la mejor de las que conozco. Pero las muchachas decentes no andan por ahí haciendo favores sexuales a troche y moche. Sólo las prostitutas lo hacen. ¿Pappy una prostituta? ¡Eso sí que no! Soy el único miembro del grupo Bronte-Bondi-Waverley que todavía no ha tenido relaciones ni una vez, pero Merle, por ejemplo, no se considera una prostituta a pesar de lo que hace. ¡Los cambios emocionales que tuve que presenciar cada vez que Merle se enamoraba! El entusiasmo, la furia, las dudas, la desilusión final. Y una vez, aquellos terribles días en los que se le había atrasado la regla; cuando por fin le vino, yo también sentí un gran alivio. Si hay algo que nos mantiene en el buen camino es el miedo al embarazo. Las personas que abortan utilizan agujas de tejer, pero a cambio su reputación queda arruinada. Lo que suele ocurrir es que la interesada desaparece repentinamente durante cuatro meses, o se organiza una boda relámpago y el bebé resulta ser «prematuro». Sin embargo, por más que la muchacha en cuestión decida irse a un hogar de acogida durante cuatro meses y después dar al bebé en adopción o casarse con el padre, los chismes la perseguirán el resto de su vida. «Se casó de penalti» o «Bueno, ya sabemos lo que pasó, ¿no? Va de aquí para allá con cara larga, el tío desaparece, le crece la barriga y, de pronto, se va un par de meses a visitar a la abuela que vive en el oeste de Australia. ¿A quién cree que engaña, eh?».
Creo que nunca tuve nada que ver con ese tipo de comentarios maliciosos, pero forman parte de la vida de cualquier muchacha. Y en cambio, ahí está Pappy, a quien tanto aprecio, jugando con fuego en todos los sentidos; arriesgándose a quedar embarazada, a contagiarse algo o, incluso, a ser maltratada. ¡Recurrir al sexo para encontrar el alma gemela! ¿Cómo es posible conocer el alma de un hombre a través del sexo? El problema es que no tengo ninguna respuesta. Lo que sí sé es que no puedo pensar nada malo de Pappy. ¡Oh, pobre Toby! ¿Cómo se sentirá? ¿Se habrá acostado con él? ¿O será el único que no le interesa? Ya, no sé por qué se me ocurre eso, pero es lo que pienso.
No lograba tranquilizarme así que decidí salir a caminar y perderme entre la multitud de gente fascinante que circula por el Cross. Pero al llegar al vestíbulo, me encontré con la señora Delvecchio Schwartz, que estaba barriendo. Con poco éxito. Pasaba la escoba con tanta fuerza y velocidad que el polvo tan sólo se elevaba en una nube para después volver a incrustarse en el suelo. Estuve a punto de preguntarle si alguna vez se le había ocurrido echar hojas de té húmedas antes de barrer, pero no estaba de humor.
– ¡Cariño! -exclamó alegremente-. Sube a beber un trago de brandy.
– Desde que me mudé no le he visto el pelo -dije mientras la seguía escaleras arriba.
– Nunca importuno a la gente cuando la veo ocupada, princesa -respondió desplomándose en su sillón del balcón y sirviendo brandy en dos vasos improvisados con envases de queso Kraft. Flo, que había estado colgándose de su falda, trepó a mi regazo y se quedó mirándome sonriente con esos trágicos ojos color ámbar.
Bebí un sorbo del repulsivo brebaje, pero no logré que me agradara.
– Nunca oigo a Flo -dije-. ¿Habla?
– Todo el tiempo, princesa-respondió la señora Delvecchio Schwartz.
Manipulaba un mazo de cartas más grandes de lo habitual. Después, me radiografió con la mirada y las colocó frente a mí.
– ¿Qué es lo que te preocupa? -preguntó.
– Pappy dice que se acuesta con un montón de hombres.
– Sí, así es.
– ¿Qué le parece? Siempre pensé que las caseras echaban a las mujeres que llevaban hombres a sus moradas y sé que usted lo hace cuando se trata del piso de la planta baja que da a la calle.
– No es correcto hacer que una buena mujer se sienta malvada sólo porque le guste echar un polvo -respondió dando un gran sorbo-. El sexo es una cosa normal y natural como cagar o mear. ¿Qué tengo que pensar de Pappy? El sexo es su forma de viajar. -Me lanzó otra mirada radiológica-. No es tu caso, ¿verdad?
Me sentí avergonzada y confusa.
– Al menos no llego tan lejos -dije, y bebí otro poco. El licor sabía cada vez mejor.
– Tú y Pappy representáis los dos extremos de la vida de una mujer -continuó la señora Delvecchio Schwartz-. Para ella la falta de contacto significa falta de amor. Es una reina de espadas Libra, combinación no muy fuerte. Su regente Marte lo es más, aunque en muy pocos aspectos; al igual que el segundo regente, Júpiter. En su caso, la Luna está en ascendente Géminis y en cuadratura con Saturno. Creo que lo recuerdo bien.
– ¿Y yo qué soy? -pregunté.
– No lo sabré hasta que no me digas cuándo naciste, princesa.
– Once de noviembre de 1938 -respondí.
– ¡Ah! ¡Lo sabía! ¡Escorpio! ¡Muy fuerte! ¿Dónde?