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Pappy dice que David es un auténtico amasijo de represiones, según ella debido a su educación católica. Más aún, tiene un término para designar a todos los David de este mundo: «estudiantes católicos estreñidos». Pero a mí no me apetecía hablar de él, más bien quería saber cómo es la vida en Kings Cross. «Como en cualquier otro lado», dice ella. Pero yo no la creo; es un sitio con muy mala fama. ¡Me muero de curiosidad por conocerlo!

Miércoles, 6 de enero de 1960

Otra vez David. ¿Por qué no le entra en la cabeza que una persona que trabaja en un hospital no quiere ver una ampulosa monstruosidad, como puede ser un filme europeo? Puede que esté bien para él, siempre encerrado en su pequeño mundo estéril y aséptico donde lo más interesante que puede suceder es que a un maldito ratón le aparezca un maldito tumor, pero en mi trabajo la gente sufre, ¡y a veces hasta se muere! Estoy inmersa en una realidad horripilante… ¡Lloro bastante, y estoy bastante deprimida! Así que cuando voy al cine me apetece reírme, o al menos lloriquear un poco cuando Deborah Kerr, postrada en una silla de ruedas, renuncia abnegadamente al amor de su vida. En cambio, los filmes que le gustan a David son tan deprimentes… No tristes, sino simplemente deprimentes.

Traté de decírselo cuando me anunció que iba a llevarme a ver una película que se acababa de estrenar en el Savoy. La palabra que usé no fue «deprimente», sino «sórdida».

– La gran literatura y el verdadero cine no pueden ser sórdidos -dijo él.

Le propuse que se dedicara él a atormentar su alma en el Savoy, porque yo pensaba ir al Prince Edward a ver un western. Puso esa cara que, por experiencia, ya sé que precede a una de sus peroratas, una mezcla de sermón y arenga, y al final acabé cediendo y lo acompañé al Savoy a ver Gervaise, basada en una novela de Zola, según me explicó cuando salimos. Me sentí como una bayeta escurrida, lo cual bien mirado tampoco es una mala comparación. Todo ocurría en una versión victoriana de una gigantesca lavandería. La protagonista era muy joven y guapa, pero no había un solo hombre que valiera la pena, eran todos gordos y encima calvos. Me parece que David podría terminar siendo calvo, porque su pelo no es tan tupido como cuando lo conocí.

David insistió en llevarme a casa en taxi, pese a que yo habría preferido caminar a paso rápido hasta el Quay y tomar el autobús. Siempre me hace bajar del taxi en la esquina de casa, luego me acompaña por el callejón y allí, en la oscuridad, me pone las manos en la cintura y me roza los labios con tres besos tan castos que ni siquiera el mismísimo Papa los consideraría pecaminosos. Después, se queda esperando, para asegurarse de que entro en casa sana y salva, y luego recorre a pie las cuatro calles que lo separan de su casa.

Vive con su madre viuda, aunque se ha comprado una casa bastante espaciosa en Coogee Beach, que tiene alquilada a una familia de «nuevos australianos» de Holanda; según él, los holandeses son gente muy limpia. ¡Oh! ¿Tendrá David sangre en las venas? Ni una sola vez me ha puesto un dedo, y mucho menos una mano, en los pechos. ¿Para qué los tengo?

Mis hermanos mayores estaban preparándose un té y desternillándose de risa por lo que había sucedido en el callejón.

El deseo de esta noche: Que consiga ahorrar quince libras por semana con este nuevo empleo y para principios de 1961 me pueda tomar esos dos años sabáticos en Inglaterra. Así podré perder de vista a David, que sería incapaz de abandonar a sus malditos ratones si a alguno de ellos le apareciese un maldito tumor.

Jueves, 7 de enero de 1960

Mi curiosidad por Kings Cross quedará satisfecha el sábado, cuando vaya a cenar a casa de Pappy. De todos modos, no pienso contar a mis padres dónde vive exactamente mi nueva amiga. Me limitare a decirles que su casa está en las cercanías de Paddington.

El deseo de esta noche: Que Kings Cross no me defraude.

Viernes, 8 de enero de 1960

Anoche tuvimos una pequeña crisis con Willie. Es propio de mamá insistir en rescatar a este pichón de cacatúa de la calle Mudgee para traerlo a casa y cuidarlo. Willie estaba tan escuálido y decaído que mamá empezó a alimentarlo con un cuentagotas, dándole leche tibia mezclada con un poco del brandy medicinal que tenemos para cuando la abuela tiene uno de sus achaques. Luego, como su pico todavía no estaba lo suficientemente fuerte para partir semillas, pasó a las gachas de avena mezcladas con brandy. Así, gracias a estos cuidados, Willie fue creciendo hasta convertirse en un ave espléndida, gorda y blanca, con un penacho de plumas amarillo y el pecho robusto. Mamá siempre lo ha alimentado con su mezcla de avena y brandy en el último platito decorado con conejos que nos queda de cuando yo era pequeña. Pero ayer a mamá se le rompió el platito, y entonces le sirvió la cena en uno de un verde repugnante. Willie miró el plato, lo tiró furiosamente al suelo con la cena recién servida, y se volvió loco: comenzó a chillar con tanta estridencia y de forma tan sostenida que todos los perros de Bronte su unieron a él aullando desesperadamente. Al final papá recibió una visita de la poli, que llegó en furgón.

Supongo que tantos años leyendo novelas policíacas han aguzado mi capacidad de deducción, porque después de una espantosa noche escuchando el chillido incesante de una cacatúa y los aullidos de una jauría de perros, caí en la cuenta de dos cosas. Primero, las cacatúas son lo bastante listas como para distinguir un platito con conejitos saltarines pintados en el borde de un plato verde repugnante. Segundo, Willie es alcohólico. Cuando vio el nuevo platito, concluyó que habían decidido dejar de darle su avena con brandy y se enfadó; de ahí el jaleo que armó.

Por fin esta tarde, cuando llegué a casa de regreso del trabajo, se había restablecido la paz. Había tomado un taxi a la hora del almuerzo para ir a comprar un platito nuevo decorado con conejos. También tuve que comprar la taza, ¡me gasté dos libras y inedia! Pero, aunque sean mis hermanos mayores, Gavin y Peter son buenos escultistas y cada uno de ellos contribuyó con un tercio del gasto; así que no ha sido para tanto. Vaya tontería! ¿no? Pero mamá está enamorada de ese pájaro chiflado.

Sábado, 9 de enero de 1960

Kings Cross no ha sido una decepción, ni mucho menos. Me bajé del autobús en la parada anterior a Taylor Square y caminé hasta la casa de Pappy siguiendo las instrucciones que ella me dio. Al parecer, en Kings Cross no cenan muy temprano, porque me pidió que no llegara antes de las ocho de la noche, así que para cuando me bajé del autobús ya estaba bastante oscuro. Luego, al pasar por delante del Hospital Vinnie comenzó a llover; apenas unas gotas, nada que mi paraguas rosa con volantes no pudiera resistir. Al llegar a ese enorme cruce que creo que es el verdadero Kings Cross, y mientras caminaba viendo las calles mojadas y el brillo de todas esos faroles de neón y las luces de los coches titilando en el agua, el espectáculo era completamente diferente del que se ve desde un taxi. Es hermoso. No sé cómo consiguen los comerciantes burlar las leyes que en Sydney prohiben abrir las tiendas los fines de semana, pero lo cierto es que todavía tenían abierto el sábado por la tarde. Aunque me decepcionó un poco descubrir que mi itinerario no me acercaba a las tiendas de Darlingliurst Road: he tenido que caminar por la calle Victoria, donde está La Casa. Así la llama Pappy, «La Casa», y sé que lo dice así, con mayúsculas, como si se tratara de una institución. De manera que debo admitir que caminé con impaciencia sin siquiera mirar las casas adosadas de la calle Victoria.