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Ni se inmutó. Simplemente, alzó las cejas.

– Entonces me lo debe de haber dicho Harold -dijo y se sentó.

– ¿Harold?

– ¿Qué tiene de extraño? -preguntó sorprendido-. Muchas veces me quedo hablando con él. Solemos llegar a la misma hora. Además, es el chismoso más informado de toda La Casa. Lo sabe todo.

– Ya lo creo -murmuré.

Como la opinión de Toby me importaba, intenté explicarle por qué estaba con Duncan y hacerle ver que, si bien era algo ilícito, no era inmoral. Sin embargo, se mantuvo escéptico. No logré convencerlo. ¡Malditos los hombres y sus hipocresías! Sin duda, lo había envenenado esa víbora de Harold Warner. Es el tipo de persona que aprovecharía cualquier oportunidad para sembrar cizaña entre mis seres queridos y yo. ¡Ay, cómo duele cuando Toby me condena injustamente! Es muy decente y recto en su comportamiento, incapaz de hacer algo sucio. ¿No ve que mi franqueza sobre la relación con Duncan es prueba de que mis intenciones tampoco son turbias? Si por mí fuera, todo el mundo lo sabría. Es Duncan el que quiere mantener lo nuestro en secreto, para no avergonzar a su preciosa Cathy.

Cambié de tema y volvimos al cuadro que estaba en el caballete. Me alegró mucho saber que sus ausencias no eran culpa mía. A decir verdad, el mal trago con Pappy fue lo que lo llevó al otro lado de Lithgow. Luego quedé pasmada cuando me contó que se había comprado un terreno en la peor zona de Wentworth Falls y que había empezado a construir una cabaña.

– ¿Quieres decir que te marcharás de La Casa? -pregunté.

– El año que viene no me quedará otra alternativa -respondió-. Cuando los robots empiecen a hacer mi trabajo, volveré a vivir al día si me quedo en la ciudad. En cambio, si voy a vivir a las Montañas Azules, podré cultivar mi propio huerto, tendré árboles frutales y, además, gastaré menos porque los precios allí son más bajos. Si consigo el contrato del hotel, podré construir una casa decente. Tendré mi propio hogar, libre de toda deuda.

Lo único que quería era echarme a llorar, pero logré sonreír y decirle lo mucho que me alegraba por él. ¡Maldita Pappy! Es todo culpa suya.

Miércoles, 24 de agosto de 1960

¡Por Dios! Ha pasado un mes entero desde la última vez que escribí. Pero ¿qué se puede decir cuando la vida se transforma en una imperturbable rutina? Supongo que me he convertido en una crossita y lo que antes solía sorprenderme, ahora no me causa el mismo efecto. Duncan y yo tenemos una relación estable, aunque no hemos perdido nuestra pasión por la cama. Durante un tiempo intentó convencerme de que nos viéramos más seguido, agregando visitas los martes y los jueves por la noche, pero yo no cedí. Hasta una idiota tan miope como Cathy F. tiene ojos. Más ausencias de las acostumbradas entre semana podrían despertar sospechas de la repentina pasión de Duncan por jugar al golf en Lakes, mucho más cerca de Queens que de Wahroonga; lo cual, hasta el momento, había sido su excusa para jugar en un campo donde no lo conocía nadie.

Tal vez es que estoy un poco harta de tanto secreto; pero mi instinto de supervivencia me dice que, mientras Cathy F. permanezca en la ignorancia, yo no tendré que preocuparme por decidir si quiero vivir en una casa lujosa y hacer el papel de la esposa del doctor. A él le fastidia, pero no quiere herirla confesándole la verdad. Después de todo, es la madre de sus hijos, y el tío que tiene en el Consejo de Administración del hospital está convencido de que el mundo gira en torno a ella. ¿Qué había dicho Duncan? «No hay que levantar olas adversas en el gran estanque del hospital.» Pues muchas gracias, pero yo tampoco quiero levantar olas adversas en mi propio estanque de Kings Cross.

Hoy, en el estanque del Servicio de Radiología de Urgencias hubo maremoto. Chris y Demetrios se van a casar y ella está totalmente eufórica. Enseñó el anillo a todo el sector: un conjunto de diamantes, rubíes y esmeraldas que perteneció a la madre del futuro esposo. Tal es el esnobismo del hospital que, desde que nuestro humilde portero griego pescó una técnica radióloga, dicen que tiene «un futuro prometedor». Sin duda, ayudaron mucho las exageraciones de Chris acerca del curso de mecánica y el taller por el que Demetrios ya ha pagado un anticipo. Una buena elección, ya que está ubicado en la autopista de Princes, en Sutherland, y no tiene competencia en kilómetros a la redonda. De seguro le irá bien. La pobre Hermana de Urgencias aceptó estoicamente la situación, lo cual fue muy inteligente por su parte. Dice que se mudará a la Residencia de Enfermeras hasta que encuentre a la persona indicada con quien compartir un piso. Además, tiene la agradable perspectiva de convertirse en dama de honor de la novia. Chris me pidió a mí también que fuera dama de honor, pero rechacé amablemente el ofrecimiento. Después, bromeaba con la Hermana de Urgencias diciéndole que había sido una excelente jugadora de baloncesto y que estaba decidida a ganarle en la competencia por el ramo de la novia.

Finalmente, el doctor Michael Dobkins se queda en Queens. En cuanto Demetrios apareció en escena, Chris olvidó su contienda y la Hermana de Urgencias decidió que valía la pena conservarlo porque es muy despierto y competente.

Bueno, bueno. Chris ya puede morirse tranquila. Demetrios se pavonea con arrogancia por el lugar y ella tiene una expresión nueva en la cara, esa mirada que dice «ahora sé lo que es echar un buen polvo». Yo tenía razón, le ha hecho la mar de bien.

La boda se ha fijado para el mes que viene y será una ceremonia ortodoxa griega. Chris está ocupada en sus lecciones con el ministro y sospecho que terminará siendo más ortodoxa que los ortodoxos. Los nuevos conversos suelen ser insoportables.

Domingo, 11 de septiembre de 1960

Esta tarde me estaba despidiendo de Duncan, con Flo aferrada a mi pierna, cuando Toby bajó estrepitosamente las escaleras. Apenas nos vio, se detuvo, con el dilema dibujado en la cara; hasta el momento, se las había ingeniado para evitar el encuentro con Duncan. Sin embargo, al final se encogió de hombros y siguió su camino. Es difícil para un hombre bajo mirar hacia arriba cuando tiende la mano para presentarse, pero Toby cumplió y procuró mirar a un hombre mucho más alto que él de igual a igual.

Al alejarse de la puerta, me lanzó una pregunta:

– ¿Qué le sucede a nuestra Pappy? Tiene un aspecto terrible. -Y se marchó.

El problema es que no la veo casi nunca, pero mañana me despertaré temprano y la abordaré.

Lunes, 12 de septiembre de 1960

Toby tenía razón, Pappy tiene un aspecto realmente terrible. No la veo más delgada (lo cual es casi imposible, porque simplemente quedaría reducida a piel y huesos), pero ha perdido sustancia. Las comisuras de su hermosa boca están caídas, parpadea nerviosamente y no se calma con nada; ni siquiera conmigo.

– ¿Qué sucede, Pappy? -pregunté.

Le entró el pánico.

– Harriet, llego tarde al trabajo y ya he tenido muchos problemas con la Hermana Agatha últimamente. Dice que parezco cansada, que no rindo en el trabajo, y que tiendo a llegar tarde o faltar los lunes. Si no salgo ahora mismo, tendré problemas.

– Pappy, yo me encargo de ir a ver a la Hermana Agatha hoy mismo para decirle lo primero que se me ocurra: que te ha atropellado un autobús, que te han secuestrado para venderte como esclava o que hay un hombre que te acosa desde hace meses y eso está afectando tu trabajo. Arreglaré las cosas con la Hermana Agatha, te doy mi palabra. Pero tú no te vas a mover de esta habitación hasta que no me hayas explicado qué te pasa, ¡y punto! -dije con vehemencia.

De repente, Pappy agachó la cabeza, se cubrió la cara con las manos y lloró con tanta angustia que yo misma me eché a llorar.

Me llevó un buen rato calmarla. Le di un poco de brandy, la acompañé hasta una poltrona y la recosté con los pies levantados, apoyados sobre un pequeño taburete. Hasta ese momento me había sentido un poco intimidada por Pappy, mucho más grande, más intelectual, más experimentada, más afectuosa y generosa que yo. Demasiado afectuosa y generosa, me doy cuenta ahora. De pronto, me sentí de igual a igual con ella, porque poseía montones de algo que a ella le faltaba: sentido común.