No esquivó la pregunta.
– No tan mal. Tuve una hemorragia después de la operación y por eso tuve que quedarme más tiempo de lo que viene siendo habitual en estos casos. En el historial clínico escribieron que ingresé allí por un fibroma. Es un sitio que funciona muy bien. Tenía una habitación para mí sola, y no te permiten ver a ninguna otra paciente; son muy discretos. La comida era buena, y aceptaron de buena gana que yo no quisiera comer carne. Vino un nutricionista y me explicó que tendría que equilibrar muy cuidadosamente mis comidas para incorporar todos los aminoácidos esenciales: huevos, quesos, nueces. Así que de ahora en adelante no podrás criticarme, Harriet, porque comeré con tino.
Dijo todo esto en una voz suave que no trasuntaba la menor vitalidad.
– Harriet -dijo de pronto-, ¿alguna vez has sentido que tienes un pie clavado siempre en el mismo sitio y no haces más que dar vueltas y vueltas sin poder avanzar?
– Últimamente, varias veces -dije con sarcasmo.
– Estoy muy cansada de dar vueltas y más vueltas.
Tragué saliva, y traté de pensar en algo que no abriera sus heridas y al mismo tiempo pudiera consolarla. Al final, no pude hacer otra cosa que mirarla, con los ojos llenos de lágrimas.
– ¿Sabes enseñar? -me preguntó.
– ¿Enseñar? ¿Yo? ¿Enseñar el qué?
– Quiero presentarme al examen de admisión a Enfermería, pero ni siquiera he hecho la escuela primaria. Es curioso, leo y escribo como una verdadera autora, pero no sé analizar una oración para distinguir el sujeto del predicado; y sé sumar, restar, multiplicar o dividir más o menos como quien asiste a un jardín de infancia. Pero me interesa mucho ser enfermera. Me gusta la enfermería -dijo.
¡Qué alivio! Sus palabras no anunciaban un retorno a aquellos frenéticos fines de semana poblados de docenas de hombres. En un sentido, Ezra bien podría haberla llevado a la muerte, pero en otro parecía estar liberándola.
Le dije que lo intentaría y le sugerí que fuera a ver a la Hermana Tutora del Queens para que se hiciera una idea de lo que preguntarían en el examen.
– ¿Crees que Duncan me daría una recomendación? -preguntó.
– Estoy segurísima de que no dejaría pasar la oportunidad, Pappy.
Suspiró profundamente.
– ¿Sabías que se ofreció a mantenernos, a mí y a mi hijo? ¿A darme el dinero suficiente para que no tuviera necesidad de trabajar y para educarlo como corresponde?
¡Oh, Duncan! Qué bueno y generoso que eres, ¡y qué cruel soy yo!
– No -respondí-. No sé nada.
– Se ofendió terriblemente cuando me negué. No lo entendía.
– Yo tampoco -dije.
– Es deber del padre cuidar de su hijo, y de la madre de su hijo. Si él no está dispuesto a hacerse cargo de sus obligaciones éticas y morales, ningún otro hombre puede ocupar su lugar. Si otro hombre lo hiciera, los abogados de un tribunal podrían tratar de demostrar que ese hombre es el verdadero padre de la criatura.
– La ley es estúpida -dije yo, enfadada.
– Tengo que agradecer a Duncan todo lo que ha hecho por mí. Harriet, pídele que me busque la próxima vez que venga, por favor.
– Tendrás que dejarle una nota en su casillero del Queens. Rompí con Duncan -dije.
Eso pareció disgustarla más que su supuesto fibroma. Tampoco lograba comprender por qué yo lo había mandado a paseo. Según ella, lo había traicionado; a él, al hombre más maravilloso de este mundo. No traté de explicarle mis razones. ¿Para qué incomodarla todavía más?
Miércoles, 19 de octubre de 1960
Estoy perdiendo la ilusión por todo, incluso por escribir este diario, aunque los cuadernos que terminé parecen estar a salvo, ocultos en el cielo raso.
Harold ha vuelto a las andadas, y tal vez porque echo tanto de menos a Duncan, el viejo y loco bastardo está ganando al menos la batalla, aunque no la guerra. Ahora no subo al piso superior cuando quiero darme una ducha; uso el cuarto de baño que está en el lavadero. Ay, es que llegaba a erizárseme el pelo y a ponérseme la piel de gallina antes de llegar al final de la escalera. Si miraba a mi alrededor, la bombilla estaba apagada y la puerta del cuarto de baño cerrada. Me hallaba en la más completa y aterradora oscuridad.
– ¡Puta! -murmuraba él entre las sombras-. ¡Puta!
Así que he decidido comprar una alcachofa de la ducha, una tubería y un par de junturas para ver si puedo instalar yo misma una ducha. Pregunté a la señora Delvecchio Schwartz si ella tenía una instalada, pero últimamente también estaba un poco rara. Creo que ni siquiera oyó lo que le dije. Se limitó a decir, entre dientes, que estábamos sufriendo influencias maléficas. Obviamente, ya no almorzamos juntas los domingos; pero todavía tengo a Flo por la tarde, y eso es lo más importante. Sin embargo, Flo no aprende a reconocer las letras.
Toby nunca aparece los fines de semana, está demasiado ocupado construyendo su cabaña en Wentworth Falls; y durante la semana interrumpe su trabajo para dar clases a Pappy, que está decidida a presentarse este año al examen de admisión, que es a finales de noviembre. Yo he intentado ayudarla, pero soy tan buena en matemáticas que no entiendo a alguien que tiene problemas con una simple operación aritmética. Lamentablemente, no tengo dotes para la enseñanza. Toby, en cambio, está demostrando ser maravillosamente paciente y considerado. Eso me encanta. Pasan horas juntos de lunes a viernes. Pappy parece estar muy bien, sólo que sigue un poco apagada.
Gracias a Klaus, me he convertido en una muy buena cocinera de comida europea, y puedo preparar unos pocos platos de cocina india y china gracias a Nal y Pappy. Sin embargo, ¿no es curioso que no quiera molestarme en cocinar para mí? Reservo mis habilidades para mis invitados, que por cierto son muy pocos. Jim y Bob, sobre todo. Vienen a mi piso los martes por la noche, a veces con Joe, la consejera de la Reina, y su amiga Bert. He descubierto sus verdaderos nombres. El de Jim es Jemima; entiendo perfectamente que odie semejante nombre. ¡Cómo unos padres pueden ser tan desconsiderados para hacerle algo así a un bebé! Bob y Bert tienen el mismo nombre, Roberta, y el de Joe es Joanna. Después de aquel horrible episodio con los muchachos de uniforme, Frankie (Frances) se mudó de Cross y ahora vive en Drummoyne. Lo hizo porque la pobre Olivia fue dada de alta de Rozelle y trasladada a Callan Park: está muy trastornada y anda a la deriva, como si vagabundeara en otro mundo. Por supuesto, Frankie no la ha abandonado, pero su familia sí. ¿No es patético?
Cuando invité a cenar a Norm (pollo asado con patatas, y toda clase de ricas verduras cultivadas en Australia para Norm), supe que hasta el último policía estaba enterado del salvaje ataque contra Frankie y Olivia y que nuestros propios agentes de Kings Cross estaban furiosos y desolados por lo ocurrido. En fin, en la policía pasa lo mismo que en toda organización numerosa: hay policías buenos, policías malos y otros que son indiferentes a todo. Los de Kings Cross no molestan a las lesbianas, no piensan lo peor de una muchacha por el hecho de que sea lesbiana como tampoco lo piensan de una que hace la calle. Se limitan a mantener el orden para tranquilizar a los puritanos. A mí me parece que los puritanos promueven lo peor del vicio simplemente porque instigan a la gente a oponerse a lo que es inevitable, mientras los políticos velan por sus propios intereses lamiendo el culo a los puritanos. Hay que tener cuidado con las personas que son adictas al poder. En el caso de los políticos, la ambición es afín a la falta absoluta de competencia. Son abogados fracasados, o maestros de escuela fracasados, y de vez en cuando se filtra entre ellos algún comerciante fallido.
¡Deja ya de pontificar, Harriet Purcell!
Les hablé de Harold a Jim y Bob, y me creyeron.
– ¿Creéis que se atrevería a espiarme cuando voy al lavadero? -pregunté, muy inquieta.
Jim se quedó pensativa y luego meneó la cabeza.
– No, no lo creo, Harry. Parece pegado al piso de la señora Delvecchio Schwartz, porque ése es el centro de su universo. Lo que quiere es apartarte de ella, nada más. Si realmente quisiera hacerte algo, ya lo habría intentado.