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—No hay de qué asustarse, señor. —Su voz poseía el melodioso acento costero, pero traslucía cierta dureza—. La reina ha tenido una pesadilla, nada más.

—¿Otra vez? —Aunque intentó sofocarla, Ryen sintió cómo reaparecían la vieja irritación y el resentimiento, y su tono de voz lo delató—. ¿Hay alguien con ella? ¿No la habrás dejado sola?

—Su alteza está aquí, señor. Vino al momento y dijo que se ocuparía en persona de la reina.

Ryen masculló algo en voz baja y la apartó para entrar en la habitación. Una vela resplandecía en la redonda habitación, iluminando la pálida figura de la reina Brythere sentada muy tiesa en la enorme cama con dosel. Al oír sus pisadas levantó los ojos con expresión aturdida, y la reina viuda Moragh, madre de Ryen, se giró desde donde estaba sentada al borde de la cama y dedicó a su hijo una mueca de desaprobación.

—Con calma, Ryen; no hay motivo para precipitarse en la habitación como un toro desmandado.

Ryen hizo caso omiso de la reprimenda.

—Ketrin dice que ha tenido otra pesadilla.

—Así es, pero no arreglarás las cosas hablándome en ese tono, o no dirigiéndote a Brythere. —La mirada gris azulada de Moragh escudriñó su rostro mientras hablaba; luego se deslizó expresivamente hasta la joven de la cama, y la cólera de Ryen murió.

—Lo siento, lo siento... Fue el sobresalto de ser despertado, el miedo a que... —Se tragó el resto de lo que había estado a punto de decir y, acercándose al lecho, extendió las dos manos hacia su esposa.

Brythere lo miró, con el rostro cubierto de lágrimas y aire vacilante, y él continuó:

—Perdóname, corazón mío. No quería ser rudo. —Se sentó en la cama mientras Moragh se apartaba para hacerle sitio—. ¿Qué fue?, ¿lo mismo?

Brythere asintió con la cabeza.

—Estaba aquí. —Le tembló la voz—. Él estaba aquí, de pie junto a mí. Tenía un cuchillo, y... —Las palabras se ahogaron en un sollozo.

—Parece que no estaba solo esta vez —dijo Moragh en voz baja—. Cuando yo entré balbuceaba algo sobre una anciana inmóvil a los pies de la cama que lo incitaba.

Ryen la miró fijamente.

—Hace algunos años solía soñar con una anciana. Cuando éramos recién casados, y padre todavía vivía... Pero pensaba que esa pesadilla era cosa del pasado.

—Eso pensábamos todos, pero parece que estábamos equivocados. —Moragh hizo una señal a Ketrin, que había seguido al rey y vuelto a entrar en la habitación, y la doncella cruzó en silencio hasta una mesita, donde empezó a preparar una poción—. Veía incluso a esa bruja durante el día; en los pasillos a veces, ¿recuerdas?, y en una ocasión le sobrevino un ataque de nervios porque según juraba la anciana estaba entre los comensales en el gran salón. Ruego para que eso no recomience de nuevo.

Antes de que Ryen pudiera responder, Ketrin apareció junto al lecho con una copa rebosante en las manos. Moragh la tomó con un gesto de agradecimiento, indicó con la mano a la doncella que se retirara y se volvió hacia Brythere.

—Toma, criatura. Bebe esto, bébelo todo. Te serenará y calmará y te ayudará a dormir otra vez.

—¡No lo quiero! ¡Si regresa... ! —Los ojos de Brythere se abrieron de par en par, alarmados.

—No regresará, ya que no era más que un sueño. Hace mucho tiempo que se fue de Carn Caille; probablemente haya muerto ya y en buena hora. No está aquí, y no puede en ningún modo hacerte daño. Vamos. —Con el aire de alguien acostumbrado a ser obedecido, Moragh sujetó el brazo de su nuera y la obligó a permanecer quieta—. Haz lo que te digo, y bebe. Me quedaré contigo hasta la mañana y me ocuparé de que no suceda nada, de modo que no tienes nada que temer.

Intimidada como lo estaba siempre por la autoridad de la reina viuda, Brythere tomó la copa de mala gana y empezó a sorber su contenido. Tras observarla en silencio unos instantes, Ryen suspiró y se puso en pie.

—Si hay algo que pueda hacer...

—Un momento, Ryen. —Los ojos de Moragh seguían fijos en Brythere pero hizo un gesto que lo obligó a detenerse—. Quiero hablar contigo en privado. No tomará mucho tiempo. —En voz más alta ordenó—: Ketrin, cuida de la reina y ocúpate de que tome la poción. No tardaré más que un minuto o dos.

Brythere pareció incapaz de levantar la vista mientras los dos abandonaban la habitación y no tuvo ni una palabra de despedida para Ryen. Fuera aguardaba el guarda; Moragh lo despidió y se volvió hacia su hijo. La luz de una antorcha que ardía en su soporte de la pared le oscurecía el aguileño rostro y la severa melena de cabellos canosos.

—Ryen, esto no puede seguir así. ¡Hay que hacer algo, y hacerlo pronto, o estos sueños y obsesiones de Brythere destrozarán tanto su vida como la tuya!

Ryen volvió la cabeza a un lado.

—Madre, ¿qué puedo hacer? He intentado todas las tácticas que se me han ocurrido pero me siento tan impotente como tú; probablemente más, en realidad, puesto que ya no puedo llegar hasta ella. Ya lo acabas de ver... ¿Qué influencia puedo tener en ella?

—Bastante más de la que pareces dispuesto a ejercer —replicó Moragh con acritud; entonces la violenta llamarada de enojo se desvaneció y suspiró—: ¡Oh! Quizá soy injusta contigo, hijo mío. Quizá la culpa fue de tu padre y mía, al escogerla a ella como tu esposa. Tal vez tendríamos que haber esperado, como tú querías, y no forzarte a un matrimonio prematuro. Pero existían muchas consideraciones, y Brythere parecía la

elección ideal...

—Lo era —interrumpió Ryen, impotente—. Era todo lo que podría haber pedido de una esposa. Y la amo, madre. La amo.

Moragh se sintió tentada de preguntar «¿de veras?», pero se contuvo. Era un viejo tema espinoso sobre el que ella y su hijo habían discutido en muchas ocasiones, y ahora estaba segura de que Ryen era tan incapaz como ella de comprender por qué su matrimonio había resultado tan desastroso. En cuanto a Brythere... bien, Moragh tenía la franqueza suficiente para admitir que ella y su nuera no tenían en común más que sus lazos con Ryen, pero aquello no afectaba su opinión. La muchacha le gustaba bastante, y era indulgente con lo que consideraba debilidades de su naturaleza. En los primeros tiempos después de la boda habían ido realizando progresos —lentos y cautelosos, es cierto— en dirección a una especie de amistad; hasta que, por desgracia, empezaron las extrañas alucinaciones de Brythere y todo comenzó a ir mal.

Ryen se cruzó de brazos y clavó la mirada en el oscuro pozo de la escalera.

—Es este lugar —dijo malhumorado—, Carn Caille. Ya desde el principio Brythere no se sintió jamás feliz aquí, y ahora apenas si soporta permanecer entre sus paredes. Se volvió para mirar a su madre casi retador—. Cree que Carn Caille está encantado.

—Ryen, ya te he dicho otras veces... —empezó a decir Moragh.

—No, no, madre; ya sé lo que me has dicho y sé lo que piensas. Pero los temores de Brythere no se diferencian de los que yo tenía de niño. Recuerdas tan bien como yo las noches en que tú o la vieja Lalty os veíais obligadas a permanecer toda la noche junto a mi cama, intentando convencerme para que volviera a dormirme a pesar de sólo la diosa sabe qué terrores.

—Pero eras un niño, y esos terrores desaparecieron cuando te hiciste mayor como sucede con todos los niños. Brythere ya no es una criatura. —Moragh calló unos instantes antes de continuar—: Ryen, escúchame. Puede que no te guste lo que voy a decir pero quiero que lo tomes en serio de todos modos. Esto hay que pararlo antes de que se desmande. Hay que hacer comprender a Brythere lo que su locura os está haciendo a ella y a ti. Y, si se niega tranquilizarse, habrá que obligarla.