Ryen había cedido. Lo cierto es que sabía que Moragh tenía razón; no se podía tolerar por más tiempo la presencia de Perd Nordenson en Carn Caille. Pero se había seguido negando a ordenar la muerte del anciano, y en lugar de ello lo había desterrado, con un buen caballo y dinero suficiente para que pudiera iniciar una nueva y confortable vida en otro lugar. Moragh se había aplacado, si bien eso no la satisfizo por completo; Brythere se había mostrado estremecidamente agradecida, y el mismo Ryen se había sentido aliviado por haberse deshecho del anciano sin que eso le representara un gran cargo de conciencia. Lo que Perd había pensado, nadie lo supo, ya que había tomado lo que se le ofrecía y se había marchado de Carn Caille sin decir una palabra a nadie. Y ahí, pensaron, acabó todo. Hasta hoy.
El inicial arrebato de cólera de Moragh se había apaciguado un poco ya, y ésta indicó a su hijo:
—Brythere duerme ahora. Déjala al cuidado de Ketrin y ven conmigo a mi saloncito. Creo que deberíamos discutir esto más a fondo.
El rey asintió. Hizo intención de seguirla fuera de la habitación, pero Jes Ragnarson vio que salían y corrió a cortarles el paso.
—Perdonadme, alteza. —El bardo realizó una profunda reverencia ante Moragh antes de volverse hacia Ryen—. Mi señor, ¿qué debemos hacer con... —su mirada se desvió rápidamente, de una forma algo furtiva, se dijo Moragh, hacia ella y luego regresó al rey— los invitados?
—¡Maldición, con todo este jaleo me había olvidado por completo de ellos! ¿Dónde están ahora, Jes?
—En otra antesala, señor, esperando vuestra decisión.
—¿Invitados? —inquirió Moragh—. ¿Qué invitados, Ryen? ¡No me digas que tenemos visitas importantes y las has dejado desatendidas sin siquiera una copa de cerveza!
—Alteza —Jes se volvió precipitadamente hacia ella y le dedicó una nueva reverencia—, no se trata de invitados en el sentido corriente, sino de dos extranjeros que vinieron a la audiencia pública. Su solicitud es muy curiosa, E, aunque llegaron demasiado tarde para ser incluidos en las listas, su majestad tuvo la amabilidad de hacer un hueco para ellos.
En pocas palabras hizo un resumen de la historia que le había contado Vinar. Mientras Moragh escuchaba, sus astutos sentidos decidieron que había más en aquel asunto de lo que saltaba a la vista. Jes parecía agitado, casi nervioso, y no quería mirarlos a los ojos ni a ella ni a Ryen mientras hablaba. Y en cuanto a Ryen... Sí, pensó la reina viuda, había algo extraño allí.
Cuando el bardo finalizó su explicación ella ya había tomado una decisión.
—Jes —dijo con toda amabilidad—, llévanos a la antesala, por favor. Si se ha hecho esperar a estas buenas gentes durante el alboroto, creo que lo menos que podemos hacer
es transmitirles nuestras disculpas personalmente.
—Sí, alteza.
¿Era alivio lo que veía en el rostro del bardo? Imposible estar segura, pero parecía como si se hubiera desprendido de una responsabilidad no deseada. Ryen no dijo nada, y Jes los condujo de nuevo a través del gran salón y por el pasillo hasta una puerta cerrada. Con una nueva reverencia, la abrió y anunció al rey Ryen y a la reina viuda Moragh.
Los dos extranjeros estaban sentados sobre un banco acolchado bajo la ventana de la pequeña pero agradable habitación. Ambos se incorporaron de un salto, consternados, al ser anunciados los visitantes, y Moragh, que iba la primera, sonrió para tranquilizarlos.
—Por favor, en Carn Caille no utilizamos demasiadas formalidades y, además, la culpa es nuestra por... —Las palabras se apagaron cuando vio a Índigo y su cerebro registró su rostro. Se quedó totalmente inmóvil de improviso, y comprendió ahora el motivo de la preocupación de Ryen y Jes.
Vinar le dedicó una profunda reverencia.
—Mi señora reina —dijo, esperando que fuera ésa la forma correcta de dirigirse a esta dama de aspecto formidable—, no queremos causar ninguna molestia, pero cuando Jes nos dijo que esperásemos aquí...
Moragh lo interrumpió. Había recuperado la compostura, y era una diplomática lo bastante experta para que nadie, con la posible excepción de Ryen, hubiera observado su lapso.
—No, no —replicó—. Somos nosotros los que hemos causado la molestia, al dejaros aquí desatendidos y sin duda bastante perplejos. Hemos tenido un pequeño trastorno, como creo que sabéis, y se ha tardado en solucionarlo un poco más de lo esperado. Ahora, no obstante, todo está bien y debemos compensaros. —Se volvió al bardo—. Jes, ve en busca de mi mayordomo privado y dile que cenaré en mis aposentos, con tres acompañantes. Y avisa a Mila que Carn Caille alojará a dos invitados esta noche. Sonriente, miró a su hijo—. Ven conmigo, Ryen; tú y yo entretendremos a estas buenas gentes y veremos en qué forma podemos ayudarlos. En estas circunstancias —un destello de sus ojos dio a entender que había mucho más en sus palabras—, creo que es lo mínimo que podemos hacer.
Cuando la cena servida en los aposentos de la reina viuda tocó a su fin, Vinar se sentía ya medio convencido de que soñaba. Durante más de dos horas a él y a Índigo los habían tratado como si pertenecieran a la realeza. Estaban sentados en mullidos sillones mientras sirvientes respetuosos les servían excelente comida y bebida en cantidades que habrían podido incluso con el apetito de un marino scorvio, y un rey y una reina conversaban con ellos como si fueran de la familia. En un principio, Vinar se había sentido tan intimidado que apenas si podía pronunciar una palabra, pero sus anfitriones, Moragh en particular, eran tan bondadosos y afables que su nerviosismo no tardó en disminuir, y muy pronto empezó a imaginarse con regocijo lo que dirían el capitán Brek y sus compañeros de tripulación del Buena Esperanza si lo vieran allí, Índigo, por otra parte, había parecido encontrarse muy cómoda desde el principio. No tenía mucho que decir, pero su sonrisa no era afectada y sus modales eran relajados aunque un tanto aturdidos; al observarla, Vinar podría haber creído fácilmente que había nacido y se había criado para convivir con tan exaltada compañía, ya que no parecía atemorizarla.
Se habían retirado las bandejas de carnes y frutas y verduras frescas, y comido los pasteles, y se acababa de colorar sobre la mesa un enorme cuenco de almendras conservadas en miel junto con jarras de dulce aguamiel, cuando la conversación se dirigió por fin a la misión que había llevado a Vinar y a Índigo a Carn Caille. Moragh era una experta interrogadora y no tardó mucho en extraer de Vinar toda la historia del naufragio y lo sucedido después, así como el curioso mensaje que sus invitados habían recibido a través del capitán Brek, que se encontraba en Ranna.
—¿Y vuestro capitán dijo claramente que traerían aquí a la loba? —Había sorpresa y curiosidad en la voz de la reina viuda—. ¿No hay ningún error?
Vinar observaba las almendras con miel con gran interés, pero no se atrevía a coger ninguna hasta que lo hicieran sus anfitriones y le mostraran cómo debían comerse.