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—¡Índigo! —La voz de Brythere aulló enloquecida desde la distancia que las separaba—. ¡Índigo no, no!

En el mismo instante en que la reina gritaba, Índigo vio que detrás de ella las puertas de Carn Caille se habían abierto y salían varios jinetes. Brythere volvió a gritar, y un hombre voceó una respuesta; la voz parecía la de Ryen, y al dirigir una veloz mirada a la ciudadela Índigo vislumbró al rey a la cabeza de los jinetes que se acercaban. El anciano también había visto a los jinetes, y proferido un alarido sorprendente, casi el gañido de dolor de un animal. Sus manos se inmovilizaron de golpe; el odre de vino cayó al suelo, y su contenido se derramó sobre la hierba. Luego, en lo que pareció ser un arranque de terror o rabia o ambas cosas, una voz cascada y frenética surgió de debajo de la capucha y chilló a los hombres que se aproximaban.

—¡Regresad! ¡Dejadme! ¡DEJADME EN PAZ!

Con una velocidad y agilidad sorprendentes, el anciano dio media vuelta y echó a correr, Índigo estaba detrás de él; el hombre no la había visto, y el caballo levantó las patas delanteras cuando el hombre se precipitó directamente contra ellos. Profiriendo un nuevo gañido, el anciano se desvió a un lado a tiempo de evitar la colisión, pero perdió el equilibrio, dio un traspié y estuvo a punto de caer. Mientras agitaba los brazos violentamente para recuperar el equilibrio, la capucha de la capa cayó hacia atrás, y, justo antes de que se enderezara y echara a correr como una liebre, Índigo pudo verle el rostro.

Y la sorpresa la sacudió como un mazazo al reconocer al hombre que, la noche anterior en sus sueños, había intentado asesinarla.

CAPÍTULO 12

—Se nos escapó. —El rey Ryen se quitó el abrigo, y el sirviente que había entrado en la habitación con él se apresuró a adelantarse para recoger la empapada prenda—. Sólo la Madre Tierra sabe cómo un hombre de su edad posee la rapidez y energía para esquivar a hombres a caballo, pero lo consiguió. —Mientras el sirviente se marchaba con el abrigo, el monarca flexionó los hombros, estiró los brazos y se acercó al fuego para calentarse.

—La camisa también está mojada, Ryen —dijo la reina viuda desde su asiento en el lado opuesto de la chimenea—. Deberías cambiártela, o te resfriarás.

—Ya lo haré, madre. —Le dedicó una sonrisa para demostrar que se sentía menos irritado de lo que su voz daba a entender, pero su expresión cambió enseguida al darse la vuelta para inspeccionar los rostros de las otras dos personas presentes en la habitación, que se habían puesto en pie al entrar él.

»¿Dónde están Brythere e Índigo? —preguntó Ryen.

—Secándose y cambiándose de ropas —respondió Moragh —. Se reunirán con nosotros enseguida. Pero, antes de que lo hagan, hay algo que deberías oír...

—Lo que quiero oír —interrumpió Ryen— es una explicación. —Su mirada se clavó en Vinar, no enteramente sin rencor—. Sin duda tu dama tendría algún motivo para salir corriendo de la ciudadela, robar un caballo que no le pertenece y...

—Ryen —dijo Moragh con voz aguda, y su tono lo hizo callar—, si me lo permites... —El se volvió con el entrecejo fruncido, y la reina viuda continuó—: Los motivos de Índigo pueden esperar hasta más tarde. Vinar ya la ha reprendido y yo también, y estoy segura de que también deseará disculparse ante ti por su insensatez. Pero esto es un poco más importante. Se refiere a Perd.

—¡Oh! —La frente de Ryen se arrugó aún más.

—Sí. Parece —Moragh dirigió una significativa mirada a Vinar— que Índigo ya había visto a Perd antes. —Hizo una pausa—. En un sueño.

Vinar miró al rey, incómodo y bastante confuso, ya que no comprendía la preocupación de la reina viuda por aquel asunto, que era totalmente nuevo para él. Índigo y Brythere habían recibido una turbulenta recepción a su regreso a Carn Caille. Al oír el resonar de cascos de caballos en el patio, Vinar había corrido al exterior con Niahrin pisándole los talones; mientras las dos mujeres desmontaban, había aparecido la reina viuda en escena y había habido un torrente de discusiones, reprimendas y expresiones de entremezclado alivio y enojo. En medio de todo el alboroto, Vinar había intentado preguntar a Índigo qué se había apoderado de ella para que huyera como lo había hecho, pero la muchacha había hecho caso omiso de sus preguntas. Con el rostro enrojecido y aspecto febril, había empezado a hablar de modo apremiante sobre una pesadilla y un anciano loco. Su alteza lo había oído y había intervenido de repente, y ante el desconcierto de Vinar se habían llevado de allí a la reina y a Índigo antes de que él pudiera decir nada más. En estos momentos, el scorvio se encontraba en una habitación con su alteza y Niahrin, y ahora el rey en persona había entrado, y todavía nadie le había explicado qué sucedía.

—Madre, no comprendo —dijo Ryen—. ¿Qué quieres decir con que Índigo conoció a

Perd en un sueño?

—Fue anoche —le explicó Moragh—. Al parecer sufrió una pesadilla en la que vio a dos figuras que se acercaban a su lecho. Una de ellas tenía un cuchillo, y ella vio su rostro con toda claridad. Era Perd.

—Diosa bendita... —El rostro del rey palideció bajo su bronceado—. ¿Estás segura?

—Por completo. Interrogué a Índigo yo misma. No hay duda de ello, Ryen; ha tenido el mismo sueño que ha estado atormentando a Brythere durante tanto tiempo... y sucedió la primera noche que pasaba bajo nuestro techo.

—Eh, esperad —intervino Vinar. Los dos lo miraron sorprendidos, y éste se apresuró a realizar una reverencia a modo de disculpa—. Señor..., señora..., con todo el debido respeto... Si hay alguien que ha estado amenazando a Índigo y del que yo no sé nada...

—No, no, Vinar. —Moragh le palmeó el brazo en un gesto tranquilizador—. Nadie la amenaza. Fue un sueño, como ella intentaba decirte en el patio. Anoche...

—Sí, sí, lo oí. —En circunstancias normales, Vinar no habría tenido la temeridad de interrumpirla, pero su preocupación por Índigo dejaba a un lado todo lo demás—. La escuché decir que había tenido una pesadilla. Pero ahora decís que vio a alguien en su sueño que intentaba matarla, ¡y que ese alguien es real!

—Bien, sí. Pero no es a Índigo a quien quiere matar, Vinar. Cómo consiguió ella, no sé, captar ese hilo, tal vez en su subconsciente, no puedo ni imaginarlo. Pero no existe duda de que soñó con ese hombre anoche, y que ella y Brythere se toparon hoy con él de regreso a Carn Caille. —En su rostro apareció una sonrisa glacial—. Como he dicho, no es a Índigo a quien Perd Nordenson quiere matar. Es a nosotros.

—Él debe de ser uno de los pocos hombres vivos que puede recordar la gran peste — dijo Ryen—. O, más bien, que podría recordarla, ya que parece que no tiene en absoluto un claro recuerdo del pasado. No existe duda, como Niahrin también parece creer — señaló con la cabeza a la bruja—, de que Perd está totalmente loco ahora.