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Moragh lanzó un bufido ahogado.

—¿Ahora?

—Madre... —El monarca la miró con aire cansado, y ella se encogió de hombros.

»A lo mejor fui demasiado indulgente —continuó Ryen—, y habría sido mejor para todos nosotros si hubiera hecho eliminar a Perd como mi..., como algunas personas pensaban que debía hacer. Pero Perd sirvió a mi familia durante muchos años, y sirvió a la familia del rey Kalig antes de eso. Sólo la buena Madre Tierra sabe lo que debió de sufrir durante la plaga; qué familiares y amigos perdió, qué penas se ha visto obligado a sobrellevar. Debe de haber sido suficiente para sembrar las semillas de la locura en cualquier hombre, y no se lo puede culpar por aquello en lo que se ha convertido como resultado.

Moragh no se mostraba impresionada —se trataba de un viejo tema de disputa—, pero Vinar clavó los ojos en sus botas y frunció el entrecejo mientras intentaba reconciliar los razonamientos del rey con el odio ciego que experimentaba por principio contra Perd Nordenson. Fue Niahrin quien finalmente rompió el silencio. —Mi señor..., alteza..., si puedo atreverme a decirlo, creo que el rey tiene razón. —Se daba cuenta de que Vinar la observaba con indecisa hostilidad, pero siguió adelante—. No puedo afirmar conocer bien a Perd, pero durante los años que vivió en el bosque no fue jamás un peligro para nadie. Loco, desde luego, y sin que ninguno de nuestros conocimientos humanos pueda hacer nada por él; pero no es un hombre malvado. —Un recuerdo parpadeó en su mente; Grimya, con el lomo erizado y gruñendo con voz ronca: «¡Maligno..., maligno!», y se estremeció de improviso. Pero Perd siempre había odiado a los lobos...

»El cerebro de Perd Nordenson está muy enfermo —siguió, apartando la duda de su mente—. Y sospecho que su obsesión con la reina lo ha perjudicado aún más, hasta el punto de que cree que sois vos, mi señor, y su alteza quienes se interponen entre él y sus insatisfechas ansias. Los ojos de Moragh se iluminaron interesados. —¿Intentas decir que ése es el motivo por el que ha atentado contra nuestras vidas? ¿Porque somos obstáculos a su deseo por Brythere?

El ojo sano de Niahrin sostuvo la mirada de la reina viuda con candidez.

—La verdad es que no lo sé, señora. Pero dijisteis, creo, que Perd nunca intentó hacer realmente daño a la reina.

—Unicamente la seguía y asustaba; y el resto ha sido todo en sus sueños —murmuró Ryen, pensativo—. Sí..., sí, empieza a tener sentido...

—No —intervino Moragh de repente—; te equivocas, Ryen. —Sus ojos seguían fijos en la bruja—. La teoría de Niahrin está muy bien, pero pasa por alto un punto vital, y no es mi intención menospreciarte, querida —agregó dirigiéndose a Niahrin—, ya que no tenías forma de saberlo. Pero nuestros problemas con Perd Nordenson retroceden más en el tiempo. Empezaron cuando mi hijo no era más que un niño de pecho. Se atentó contra la vida de mi esposo, de hecho, contra las vidas de todos nosotros, en aquellos tiempos, y estos atentados no podían tener la menor relación con Brythere, ¡pues ella ni siquiera había nacido! No; Brythere puede haber añadido una dimensión extra al odio que Perd siente por nosotros, puede haberle dado un nuevo acicate y un nuevo foco de atención, pero no es ella la causa. La causa, estoy segura, es más profunda y mucho más antigua. —Frunció el entrecejo—. Mucho, mucho más antigua.

—Entonces ¿cómo es que Índigo se ve involucrada? —medió Vinar—. Ella no tiene nada que ver con ese loco de Perd y tampoco tiene nada que ver con la reina. ¡Sin embargo ahora sufre el mismo sueño, y parece como si Perd quisiera hacerle daño a ella también! No comprendo nada.

—No eres el único, Vinar —dijo Ryen con ironía. Dirigió una mirada a Niahrin—. ¿Tienes alguna respuesta?

—Ninguna de la que pueda estar segura, señor —respondió ella, meneando la cabeza.

El rey lanzó un profundo suspiro.

—Y a todo esto aún falta responder a la pregunta de qué se hace con Perd ahora. Estábamos tan convencidos de que este problema había acabado y que jamás volveríamos a verlo... ¿Por qué se le metió en su anormal cerebro regresar aquí?

Niahrin se había estado haciendo la misma pregunta, pero no dijo nada. Por fin Moragh se puso en pie.

—Sean cuales sean sus razonamientos, tendremos que estar atentas a partir de ahora.

Y creo que nuestra primera prioridad debería ser asegurarnos de que Perd no pueda regresar a Carn Caille.

Ryen gruñó su asentimiento.

—Hace mucho tiempo que no se monta una auténtica guardia en las puertas, pero me ocuparé de que se haga. Aunque después del susto que le hemos dado hoy dudo que Perd tenga la audacia de volver a acercarse a la ciudadela.

—No podemos más que esperar que sea así —dijo la reina viuda—. Y, entretanto... —sonrió a Vinar y a Niahrin con repentina simpatía—, hemos de procurar que la estancia de nuestros invitados resulte más agradable de lo que ha sido hasta ahora. La misión de Vinar no está ni mucho menos resuelta, y Niahrin se ha tomado muchas molestias para traer a la loba domesticada aquí para que se reuniera con su dueña.

Niahrin le devolvió la sonrisa con una leve expresión sarcástica.

—Por desgracia, señora, hasta ahora no ha resultado una reunión feliz. —Hizo como si no viera la dura mirada lanzada por Vinar.

—No —asintió Moragh—. No, no lo ha sido. Tengo entendido que los lobos son tan leales como los perros; la pobre criatura debe de sentirse muy desdichada ante el rechazo de Índigo. Bien; yaceremos lo que un poco de tiempo puede hacer. Vinar e Índigo permanecerán en Carn Caille mientras realizamos investigaciones sobre la cuestión de localizar a la familia de la muchacha. También me gustaría que te quedaras tú, querida. Tengo la impresión de que la loba te ha tomado cariño, de modo que tu presencia será de gran ayuda. No, no —se apresuró a añadir al ver que Niahrin, asombrada, protestaba que no era digna de tal invitación—, eres una invitada realmente bienvenida, e insisto en que te quedes.

El significado de sus últimas palabras escapó a Vinar y a lo mejor también a Ryen, ya que éste miraba por la ventana, con los pensamientos en otra parte. Pero desde luego no escapó a Niahrin. La bruja inclinó la cabeza humildemente.

—Desde luego, señora. Lo que deseéis. Muchas gracias.

Por voluntad de la reina viuda todos los huéspedes fueron invitados a cenar en el gran salón esa noche. En un principio la perspectiva horrorizó a Niahrin, al imaginar un espléndido banquete ceremonioso en que ella, con su desfigurado rostro y sus burdas ropas, destacaría vergonzosamente entre tan eminente compañía. Pero Mitha, la alcaidesa de rostro siempre sonriente, aseguró a la bruja que no tenía nada que temer. Todo el mundo desde el más alto al más bajo asistía a la cena, dijo Mitha; era una actividad comunal de señores y sirvientes, y la mayoría de las veces la familia real no estaba presente. Si Niahrin lo deseaba, le prestaría un traje más elegante para la ocasión —las dos tenían aproximadamente la misma talla— pero era probable que la bruja se sintiera más fuera de lugar si se engalanaba que si se limitaba a llevar sus ropas acostumbradas. Niahrin se sintió tranquilizada y empezó a esperar el momento con ansia, pero, como se vio más adelante, iba a sufrir una decepción. Grimya, que por el momento compartía la habitación de Niahrin, seguía sumida en una profunda melancolía por lo ocurrido con Índigo y también la aterrorizaba que Vinar fuera a olvidar su promesa y revelara su secreto al rey. Se negó en redondo a dejarse ver en el salón, no obstante el hecho de que no habría habido inconveniente para llevarla, y Niahrin sintió que en conciencia no podía dejarla sola con su pena. Discutieron; hubo un momento en que se encontraron en un callejón sin salida pero al fin Niahrin se salió con la suya. O iban las dos o las dos se quedaban, dijo, y si Grimya no quería ir de ninguna manera, entonces la cuestión quedaba zanjada. De modo que se acordó con Mitha que Niahrin iría a la cocina y se traería una bandeja de comida para ella y otra para la loba, y la bruja ahogó su desilusión y se conformó con la perspectiva de una velada sin incidentes.