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Le temblaron los dedos, pero la música se mantuvo firme. Las temblorosas notas ascendían y descendían, componiendo una triste melodía que no conocía, que nunca antes había oído, pero que sin embargo interpretaba como si fuera suya. Entonces, débiles y lejanos como una brisa de verano en el bosque, Niahrin escuchó las notas de un arpa que empezaban a mezclarse y combinarse con su música. Contuvo la respiración sorprendida, interrumpiendo casi la melodía; la fantasmal arpa pareció vacilar y ella reanudó la interpretación a toda prisa, la misma frase una y otra vez, ascendiendo y descendiendo, ascendiendo y descendiendo...

En el fuego, la imagen de unas manos tomó forma. Manos ancianas, sarmentosas y artríticas, pero a la vez airosas, veloces y seguras. Se movían entre las llamas, eran llamas, y entre los dedos encallecidos las cuerdas del arpa resplandecían como chispas. Sin rostro, sin identidad; simplemente las manos. Y la música.

Mientras Niahrin contemplaba, transfigurada, la visión aparecida entre las llamas, una voz que carecía de sustancia, una voz inmensa pero silenciosa, abrumadora pero a la vez asombrosamente dulce, la embargó, atravesó sus huesos, atravesó la habitación... Tuvo la impresión de que atravesaba el mundo entero.

La voz musitó: «CRIATURA, CRIATURA MÍA. NO FUE OBRA MÍA».

La flauta resbaló de las manos de Niahrin y se estrelló ruidosamente contra el suelo, y el hechizo se rompió.

—¡Por la gran Diosa! —La exclamación escapó sin querer de los labios de la bruja, y en el otro extremo de la habitación Grimya se agitó con un ladrido de sorpresa.

—¿Qu... é? ¿Qué sucede?

Niahrin tanteó el suelo en busca de la flauta. Temblaba como una hoja.

—Todo va bien —respondió con voz que sonó curiosamente aguda a sus oídos—. No

sucede nada. De... debo de haberme dormido, y la flauta cayó. Me ha sobresaltado; eso fue todo.

No volvió la cabeza pero percibió cómo la mirada de la loba le taladraba la espalda.

—No te creo —dijo Grimya—. Ha sssu... cedido algo.

Niahrin dirigió una inquieta mirada al fuego. No se apreciaba nada extraño allí; tan sólo llamas, chispas, las siluetas de los troncos que ardían. La visión había desaparecido.

—Grimya —murmuró—, ¿escuchaste..., escuchaste algo hace un momento?

—Tocabas la flauta. Me gusta la flauta. Me gusta la música.

La bruja tenía los labios resecos; se pasó la lengua por ellos.

—¿No escuchaste... un arpa?

—¿ Un aaa... arpa? —El tono de voz de Grimya cambió. Niahrin se volvió para mirarla y la encontró de pie, la pata herida sin apoyar en el suelo y la actitud tensa.

—Sí —respondió—. Yo la oí, Grimya. Tocó conmigo, en armonía con mi música. Y cuando miré el fuego... —Se interrumpió bruscamente. Alguien había llamado a la puerta.

La loba volvió la cabeza al instante y mostró los colmillos.

—Espera —instó Niahrin, y levantó una mano, indicándole que permaneciera quieta.

De forma intuitiva sabía que, quienquiera que estuviese afuera, su visita no era una coincidencia. El corazón le latía con fuerza cuando fue a girar el picaporte; los dedos se mostraron reacios a obedecerla. Por fin la puerta se abrió. La reina viuda Moragh se encontraba al otro lado, y la acompañaba el bardo Jes Ragnarson.

—Niahrin... —bajo la pobre luz del pasillo, el rostro de Moragh era una sombra—, ¿podemos pasar?

—Alteza... —Niahrin estaba aturdida. No eran éstas las personas que había esperado ver. Y no obstante...

Moragh penetró en la habitación, y Jes la siguió. El bardo dirigió una mirada veloz pero cándida al rostro de Niahrin, y ésta percibió que el hombre veía más allá de lo que a ella le hubiera gustado. En cuanto la puerta se cerró, Moragh se detuvo y alzó la cabeza, como un animal que capta un olor desconocido y posiblemente peligroso.

—Algo no va bien —dijo. Era una afirmación, no una pregunta.

«Vaya —pensó Niahrin—, de modo que era esto.» Lo supiera ella o no, la reina viuda poseía algún don psíquico, y era eso lo que la había atraído aquí en este momento. Sí, esto era más que una coincidencia. Tendría que confiar en Moragh. Niahrin suspiró profundamente.

—No estoy segura de que «no va bien» sea la frase apropiada para ello, señora. Pero desde luego algo ha sucedido. —Dirigió una rápida mirada a Jes—. Tú eres un bardo, Jes Ragnarson, tú lo sabrás mejor que nadie. ¿Quién en Carn Caille sabe tocar bien el arpa?

—¿El arpa?

Jes pareció sobresaltado, y Moragh se apresuró a intervenir.

—¿Por qué? ¿Por qué lo preguntas?

—Porque, señora —le informó Niahrin—, escuché a alguien que tocaba el arpa no hará ni cinco minutos. En un aisling.

—Por la Diosa —murmuró Jes.

—¿Sabes crear aislings? —exigió Moragh. Su rostro estaba blanco. Niahrin negó con la cabeza.

—No, señora, no puedo. Jamás he poseído ese don. Pero esta noche, justo hace un momento, parece que yo... y un arpa... lo conseguimos.

—Ah. —Era más una suave exhalación que una palabra, y los ojos de la reina viuda parecieron nublarse. Por unos instantes permaneció en silencio, como si meditara para sí. Luego, de improviso, tomó una decisión.

»Ryen y Brythere se encuentran en el gran salón, e Índigo y Vinar están con ellos. Es por eso que Jes y yo estamos aquí. Decidimos hablar en privado contigo, Niahrin, sin correr el riesgo de ser escuchados. —Se mordió el labio inferior—. Sencillamente parecía conveniente, pero empiezo a pensar que está en juego algo más que una simple coincidencia.

—Os hacéis eco de mis propios pensamientos, señora —repuso Niahrin, mirándola con sorpresa.

—Sí. Sí, ya pensé que podría ser así... Muy bien. Hay algo que me gustaría mostrarte. —Sus ojos y los de la bruja se encontraron, y Niahrin vio que, bajo su apariencia de serenidad, la reina viuda se sentía terriblemente inquieta—. Por favor —dijo Moragh—, necesitamos tu ayuda. Y también, creo, la necesita Índigo.

CAPÍTULO 13

Con secreto alivio para Niahrin, Moragh no puso objeciones cuando Grimya los siguió en silencio fuera de la habitación y fue cojeando tras ellos por los pasillos. Aunque no había tenido oportunidad de hablar con la loba, Niahrin sabía que habría problemas si intentaba dejarla atrás; y por su parte, además, deseaba que Grimya acompañara al grupo. El animal no diría nada, desde luego, y además tenía la seguridad de que Niahrin no traicionaría su secreto. Pero, fuera cual fuera la revelación que les aguardara, Niahrin experimentaba la sensación de que era de vital importancia que Grimya se hallara presente.

El paseo por Carn Caille inquietó a la bruja. Los pasillos estaban mal iluminados y no parecía haber nadie por allí, de modo que la ciudadela daba la impresión de encontrarse extrañamente vacía y abandonada. Se escuchaban sonidos ahogados, sin duda procedentes del gran salón, pero la lejana fiesta parecía irreal. La realidad eran pasos que resonaban y sombras fantasmales, y corrientes de aire que se deslizaban entre aberturas de las antiguas piedras para helarles la sangre mientras avanzaban en la penumbra. Traía a la mente la lóbrega atmósfera de un cortejo fúnebre, y Niahrin deseó haber pensado en ponerse el chal.