Выбрать главу

CAPÍTULO 15

El desayuno en Carn Caille se llevaba a cabo en el gran salón y era un acontecimiento realizado sin ningún tipo de protocolo. La comida empezaba a servirse una hora después del amanecer, pero no existía un horario establecido para comer; la gente simplemente entraba y comía según : permitían sus deberes y horarios, y las idas y venidas se prolongaban hasta bien entrada la mañana.

Niahrin llegó tarde pero lo bastante hambrienta para desear que quedaran aún muchas fuentes llenas. Había dormido como un leño al regresar a su habitación tras la excursión nocturna, y con gran alivio por su parte no la habían atormentado las pesadillas como temía. Al parecer, tanto su mente como su cuerpo sabían cuándo llegaban a su límite, y un total agotamiento le había concedido unas pocas horas de muy necesario descanso total. Ahora, sintiéndose repuesta y sólo un poco desmejorada, sería capaz de enfrentarse a la perspectiva de abordar la tarea que le esperaba. Pero se negó a pensar en ello hasta no haber tomado un buen desayuno.

Había una veintena de personas en el salón cuando entró, aunque ningún miembro de la familia real estaba presente. Los comensales eran en su mayoría hombres vestidos con ropas de calle, y Niahrin supuso que habían trabajado ya algunas horas antes de detenerse a tomar el desayuno. La lluvia había cesado, y por el ángulo que describía el sol al penetrar por las ventanas la bruja calculó que debían de ser pasadas las diez. Sonrió con un cierto aire culpable ante su propio retraso y se dirigió a las largas mesas para investigar la comida. Fiambres, judías, gachas de avena... ¡ah!, pescado; y fresco además. Esto era un raro manjar para ella, pues, aunque vivía bastante cerca del mar, la zona del bosque que habitaba estaba demasiado escasamente poblada para que resultara rentable llevar pescado fresco para vender, y ella no realizaba muy a menudo el viaje hasta los poblados costeros o el mercado de Ingan. Pero a Carn Caille el pescado llegaba casi diariamente, y se sirvió una muy generosa ración que remató con tres rebanadas de pan recién hecho. Prefiriendo la cerveza a una infusión caliente, llenó una jarra y luego transportó su botín hasta una mesa vacía. Recibió a su paso unos cuantos saludos de cabeza y sonrisas, y la satisfizo descubrir que a nadie parecía preocupar su rostro desfigurado. Sencillamente la aceptaban como a uno de ellos, y ésa era una sensación agradable.

Devoraba hambrienta el desayuno mientras pensaba en lo que llevaría a Grimya, que seguía durmiendo en la habitación, cuando llegaron dos personas más. Levantando la mirada con despreocupación, Niahrin pudo ver a Vinar y a Índigo que entraban en el salón. El rostro de Índigo aparecía ojeroso; incluso desde aquella distancia los negros círculos bajo sus ojos resultaban claramente visibles, y se sujetaba al brazo de Vinar como si fuera a caer sin su apoyo. Vinar, en cambio, tenía un aspecto totalmente diferente, y Niahrin arrugó la frente sorprendida mientras le dedicaba una segunda y más atenta mirada. Todo en él rebosaba..., bien, «entusiasmo» fue la primera palabra que acudió a la mente de la bruja. Entusiasmo, impaciencia y una alegría desmedida que parecía tener gran dificultad para reprimir. Aunque la idea resultaba ridícula, Niahrin tuvo toda la impresión de que el joven marinero se echaría a cantar a la menor excusa.

Entonces Vinar la vio. Una amplia sonrisa apareció en su rostro, y la saludó desde el

otro extremo del salón; su enorme vozarrón hizo girar las cabezas.

—¡Neerin! ¡Eh, Neerin!

Empezó a andar hacia ella, arrastrando a Índigo con él. Por un momento Niahrin pensó que el hombretón iba a levantarla por los aires y darle un abrazo de oso, pero se contuvo y en su lugar se apoderó de la mano de la bruja, que oprimió y sacudió con energía.

—¡Neerin, tenemos noticias, grandes noticias! —Tras soltarla, apretó a Índigo contra sí con más fuerza—. Y serás la primera en saberlas. ¡Índigo y yo nos vamos a casar, ahora mismo!

Niahrin lo contempló sorprendida. Su boca se abrió pero no surgió de ella ningún sonido.

—¿No es la mejor cosa que has oído en muchos días? —Sin prestar atención a su expresión contrariada, el fornido scorvio se dejó caer alegremente sobre el banco contiguo y sentó a Índigo en sus rodillas—. Anoche, mi Índigo me dijo que sí. ¡Aceptó! — El tronar de sus regocijadas carcajadas hizo volver las cabezas de los presentes por segunda vez, y algunos comensales que se encontraban de pie empezaron a acercarse a la mesa, llenos de curiosidad por lo que sucedía—. Siempre dije que esperaría hasta que halláramos a su familia y que lo haría como era debido, pero ahora Índigo dice que sí y no quiere esperar. Ya no desea aguardar más; ¿no es así, mi amor?

—No —dijo Índigo con energía—. Ya no quiero esperar, no quiero esperar más.

Vinar la abrazó, y Niahrin, que los observaba, sintió como un puñetazo en el estómago. Mientras hablaba Índigo había sonreído a la bruja, pero en sus ojos había un brillo de franco desafío y hostilidad.

Totalmente desconcertada, Niahrin no supo qué contestar.

—Pero... —consiguió articular por fin—, pero qué hay de..., de... —Entonces recordó que Índigo no sabía nada del engaño de Vinar. Dirigió al scorvio una mirada horrorizada que intentaba transmitir lo que quería decir sin necesidad de palabras.

—Todo está bien. —Vinar sonrió satisfecho—. Conté a Índigo lo que había hecho, y me ha perdonado. —Sus hombros se estremecieron con nuevas risas, que esta vez contuvo—. Te confesaré, Neerin, que no fue fácil decir las palabras y confesarlo todo, pero lo hice. De modo que ahora todo está bien y es como debe ser, ¡y yo diría que soy el hombre más feliz de las Islas Meridionales!

Algunos de los espectadores curiosos habían llegado junto a ellos ya y captado la esencia del anuncio; con gran animación ofrecieron sus felicitaciones, dando palmadas a Vinar en la espalda, haciendo bromas, interesándose por la fecha exacta de la boda. Niahrin, con la mente hecha un lío, pensó: «Dulce Tierra, ¿por qué ha hecho ella esto? Sabe lo que sucedió anoche; ¡debe de saber lo que estuvo a punto de hacer! ¿Se lo habrá contado a Vinar? Por todo lo más sagrado, ¿qué sucederá si él no lo sabe?».

Entonces volvió a mirar a Vinar y se dio cuenta de la verdad. El no lo sabía: era imposible. No era un actor, e, incluso aunque lo hubiera sido, un hombre tan honrado y decente como él jamás se habría comportado de una forma tan despreocupada tras una revelación como ésa. Índigo no había tenido reparos en relatarle el primer sueño, pero éste, al parecer, era algo que pensaba guardar para sí.

Índigo volvió la cabeza de repente y su mirada se encontró con la de Niahrin. La hostilidad de sus ojos parecía haberse intensificado, pero bajo ésta Niahrin percibió algo más que reconoció al instante como miedo. No, no era miedo; esa palabra no era la adecuada. Índigo estaba aterrada de que su secreto estuviera en peligro, y su mirada era a la vez una advertencia a Niahrin para que no dijera nada y una amenaza de lo que le sucedería si no hacía caso de su advertencia.

La bruja volvió la cabeza rápidamente. No estaba preparada para responder al desafío de Índigo, pues no sabía qué hacer. Contar la verdad a Vinar, ahora o más adelante, quedaba totalmente descartado, ya que la muchacha no tenia más que negarla. Vinar aceptaría su palabra contra la de todo el mundo si era necesario. Pero si no le advertía...

Sus pensamientos se interrumpieron con brusquedad cuando desde las puertas alguien exclamó en voz alta y con tono divertido:

—¡Mirad quién ha venido a reunirse con nosotros!

Todos los que se encontraban en las mesas y entre el grupo que rodeaba a Vinar e Índigo se volvieron y estiraron el cuello para mirar. Un hombre alto de tez oscura rió encantado.