Niahrin se sintió avergonzada en lo más profundo de su corazón. La noche anterior el instinto la había instado a confiar en Moragh. Pero luego Índigo se había embarcado en aquella casi calamitosa excursión nocturna, y se había encontrado el cuchillo, y por la mañana Grimya había realizado su terrible confesión de la verdad... y Niahrin se había puesto nerviosa. La lógica había aplastado el instinto; temía confiar en Moragh, temía lo que la reina viuda podía hacer, y así pues se había refugiado en el secreto. Tendría que haber sido más sensata. Por encima de todo, debería haber sabido que a Moragh no se la engañaba ni eludía con tanta facilidad.
Niahrin bajó los ojos hacia Grimya. No sabía lo que la loba pensaba, aunque percibía una oleada de tristeza y temor en su mente. Pero, lo que fuera que quisiera Grimya, no había elección ahora.
—Alteza, yo estaba equivocada. —Reunió todo su valor para mirar a Moragh e intentó no acobardarse ante su inquietante mirada fija—. No debería haber intentado ocultaros esto. Pero temía que...
—Temías que sacara conclusiones precipitadas y actuara según éstas. —La sonrisa de Moragh regresó, y ahora se trataba de una sonrisa amable—. Sí, querida, te creo, y no te culpo. En tu lugar creo que habría hecho lo mismo. —Bruscamente se inclinó al frente y posó una mano arrugada pero firme sobre el brazo de la bruja—. Pero ahora ya no deben existir más recelos por ninguna de las dos partes. Tienes que confiar en nosotros, de modo que podamos trabajar todos juntos.
Los ojos de Niahrin se llenaron de inquietud.
—¿«Nosotros», alteza?
—Jes y yo. Nadie más. No he contado ni al rey ni a la reina nada de todo esto, y no pienso hacerlo. Ryen es un buen hombre y un buen gobernante pero no vería las cosas exactamente como yo; mientras que Brythere... Bien, Brythere padece ya demasiados temores sin que añadamos más. No vio el cuchillo (Ketrin es muy lista) y sólo piensa que Índigo andaba sonámbula y de algún modo encontró el camino a la torre. Puede que al final tengamos que contárselo a ella y a Ryen, pero hasta que ese momento llegue esto seguirá siendo un secreto entre nosotros tres... o cuatro. —De nuevo dirigió una enigmática mirada a Grimya, que se negó a mirarla a la cara—. En Jes se puede confiar absolutamente —continuó la reina viuda—. Y a lo mejor resulta ser de gran valor. Es un gran arpista, como oíste por ti misma en el salón esta noche. Si vas a invocar el aisling
otra vez, quizá tengas motivos para darle gracias por su música.
—Sí. Sí, alteza. —Un curioso escalofrío de excitación le recorrió la espalda, y, por fin, también ella consiguió esbozar una sonrisa—. Gracias.
Moragh quitó importancia a sus palabras con un gesto que quería devolver la atención al asunto que llevaban entre manos. Empezó a incorporarse; Niahrin se apresuró a ponerse en pie para ayudarla, y la reina viuda se sacudió las ropas.
—Por muy meticulosos que sean los criados, siempre hay polvo... Supongo que sabes cómo encender un fuego y hacer que arda con rapidez. —Perpleja, Niahrin asintió—. Estupendo. Entonces, mientras esperamos el regreso de Jes con el arpa, entre las dos podríamos encender la leña dispuesta en la chimenea.
El ojo sano de Niahrin se abrió desmesuradamente, y la reina viuda rió en voz baja.
—Serbal, eglantina y sauce. ¿No son los ingredientes correctos para un fuego productor de sueños? Y manzano, para la bendición que creo que todos necesitamos.
Niahrin comprendió que Moragh debía de haber conocido sus intenciones desde el principio, y había hecho lo que ella no podía hacer. Un fuego dispuesto para el aisling...
La bruja meneó la cabeza, y un sonido como de risa contenida se quebró en su garganta.
—Sí, alteza —repuso con mansedumbre—. Lo que ordenéis.
Ya empezaba. Niahrin percibió el primer cambio sutil en la atmósfera; el aroma — carecía de otra palabra para ello— de la magia, mezclándose con la suave fragancia embriagadora del fuego de los sueños. Las llamas ardían con fuerza, calentando la habitación y proyectando amistosas sombras, y su luz convertía en brillante aureola los cabellos castaños de Jes, que estaba sentado con su pequeña arpa en el regazo. Tenía la cabeza inclinada y sus dedos se movían veloces y ágiles sobre las cuerdas del instrumento, interpretando una suave música. Más allá, envuelta en sombras, Moragh contemplaba el fuego con fijeza; tenía los ojos entornados y el anguloso rostro bañado por la luz de las llamas. Mientras Niahrin tejía un contrapunto con el arpa, la flauta desgranaba una melodía. La música que emitía era hipnótica; el cuerpo de la bruja se columpiaba suavemente al compás y una sensación parecida a un trance se iba apoderando de ella, como si una puerta largo tiempo olvidada se hubiera abierto en su mente y ella flotara a través de ese portal para pasar a otro mundo más místico. Allí donde posaba los ojos, veía un centelleante halo de luz mortecina. Perfilados por este reluciente halo, Jes y la reina viuda parecían extraños y maravillosos y no del todo humanos, e incluso sus propias manos parecían pertenecer a alguien hermoso y fantástico, muy distante de la fea, terrenal y casera Niahrin que conocía.
Entonces las llamas del fuego de los sueños empezaron a crecer y a balancearse con la música. Niahrin vio cómo iniciaban la danza, escuchó cómo la reina viuda contenía levemente la respiración y vislumbró la ansiosa luz en los ojos de Jes mientras éste cambiaba su melodía, siguiendo el compás del fuego. El rostro del bardo aparecía absorto en una alegría casi parecida al dolor; sacudió la cabeza, y la luz del fuego centelleó en sus cabellos. Niahrin dejó de tocar y la flauta cayó sobre su regazo; éste era el momento del joven bardo, y la magia, el aisling, se acercaba en respuesta a su llamada. El arpa siguió brillando... y muy despacio, de forma gradual, el sonido de una segunda arpa, más potente y rico y profundo, surgió del aire a su alrededor para mezclarse con la melodía de Jes.
Y, en el fuego, las llamas adquirieron la forma de unas manos sarmentosas y viejas, y un rostro, arrugado, marchito y con los ojos cegados por las cataratas, apareció tras las manos como un espectro.
Jes ahogó un grito, y su interpretación se detuvo con una nota disonante. En el fuego, el rostro del anciano —el rostro de Cushmagar— sonrió. Era gris, como si incluso el tiempo hubiera dejado a su fantasma sin color, pero sus manos de fuego se movían con una pericia antigua y certera. Y Niahrin sintió como un aliento en la nuca cuando, a su espalda, la gran arpa que había permanecido sin tocar durante cincuenta años dejó escapar un suave y quejumbroso acorde.
Jes contuvo la respiración sobresaltado, y una voz seca como las hojas caídas, suave como la hierba nueva, susurró: —Existió una época, una época antiquísima, antes de que los que vivimos ahora bajo el sol y el firmamento empezáramos a contar el tiempo. Así es como se inició la leyenda, y así es como se le contó a Anghara cuando empezó a anhelar algo más de lo que el futuro parecía guardar para ella. Pero para cada uno de nosotros el tiempo posee un significado distinto, y para cada uno de nosotros existe una leyenda diferente. Anghara buscó su leyenda en la Torre de los Pesares. Anghara tenía el poder de soñar, y en sus sueños era capaz de alcanzar y atrapar aquella parte de su espíritu donde ! los sueños se convierten en realidad, y de este modo la puerta se abrió y la elección se presentó ante ella. Esa es otra leyenda y no puedo contarla, pues mi tiempo ha pasado y yo ya no estoy, y el final de su historia aún no se ha contado. La torre se ha derrumbado y su puerta está cerrada, pero todavía puede descorrerse el cerrojo y levantarse la tranca. Y, aunque estos viejos ojos están ciegos, existen otros ojos que pueden abrirse y ver los hilos de lo que ha sucedido, y de lo que podría haber sido, y de lo que podría llegar a ser. El relato no ha finalizado aún; el tiempo tiene aún que pasar; y la llamada del aisling recibirá una respuesta. Ya que existió una época, una época antiquísima, antes de que los que vivimos ahora bajo el sol y el firmamento empezáramos a contar el tiempo...