Vinar, que la escuchaba con avidez, interpuso:
—Me gustaría que Neerin fuera uno de mis padrinos. Ha hecho mucho por ayudarnos. —Luego, con cierta tristeza, añadió—: O al menos lo ha intentado, aun cuando no saliera como ella esperaba.
Pareció como si Índigo fuera a poner objeciones, pero Moragh no le dio oportunidad.
—Ésa es una buena idea, y sí que a Niahrin le encantará —afirmó.
Vinar paseó la mirada por el salón.
—Podríamos pedírselo ahora, pero no parece estar aquí.
—Ah... ah, así es. Creo que alguien me dijo que no se encontraba muy bien esta mañana.
—¿Neerin no está bien? Quizá deberíamos ir a verla...
—No. —Pensando con rapidez, y confiando en que su tono no hubiera despertado sospechas, Moragh disimuló con la habilidad que concede una larga práctica—. Estrictamente entre nosotros, Vinar, creo que se trata de una desafortunada consecuencia de la fiesta de anoche. Bebió vino durante la cena, y no creo que esté acostumbrada a él.
—Oh. Ya. Bueno, podemos verla más tarde. —Regresó la sonrisa a sus labios—. Nos hablabais de los preparativos, señora...
—Ojalá no tuviéramos que hacer esto, Vinar —dijo Índigo más tarde, cuando estuvieron a solas—. No quiero quedarme aquí, no después de... esa pesadilla. Y sabiendo que ese viejo loco puede estar aún en la vecindad.
El brazo de Vinar la rodeó cariñoso y protector.
—No puede hacerte daño —replicó con decisión—. Su alteza me lo contó todo sobre él, ¿recuerdas? No es a ti a quien quiere; incluso aunque así fuera, ¿crees que conseguiría acercarse a ti conmigo a tu lado?
Índigo se mordió el labio inferior.
—Pero, si no tiene nada que ver conmigo, ¿por qué soñé con él aun antes de ponerle la vista encima? —Levantó el rostro hacia el suyo, y él pudo ver auténtico miedo en sus ojos—. ¿Por qué hice eso, Vinar?
—No lo sé, y ésa es la verdad. Pero opino que tú debes e... bueno, «haber cogido» ese sueño, ¿me comprendes?
Muy a pesar suyo, Índigo no pudo contener una breve carcajada.
—¡Haces que suene tan sencillo como coger un resfriado!
—Bueno, pues podría ser. Quiero decir, saber lo del sueño que la reina padece continuamente, igual que el que tú tuviste la primera noche. Su alteza me dijo que debías de haber «cogido el hilo»; así es como lo expresó. —La abrazó con fuerza, repentinamente sonriente—. A lo mejor eres una bruja como Neerin, ¿eh? —No soy nada de eso. —Pero el inconmensurable buen humor de Vinar empezaba a realizar su magia como hacía tan a menudo, y la risa en la voz de Índigo era inconfundible ahora— Soy simplemente yo, sólo Índigo, hija de nadie. Pero pronto será diferente. Seré Índigo, la esposa de Vinar, y entonces nada más importará.
—No es así como lo decimos en Scorva —corrigió Vinar en torno burlón—. Serás Índigo Shillan. Tomarás el nombre de la familia de mi padre, igual que yo.
La muchacha apretó el rostro contra su pecho.
—Pero todavía sigo deseando que no tuviéramos que quedarnos aquí. Ojalá pudiéramos abandonar Carn Caille ahora, casarnos en la ciudad más cercana, y tomar un barco en dirección a Scorva y al hogar de tu familia.
—¿Y perdernos la magnífica boda que su alteza ha planeado para nosotros? No podemos decirle que no cuando ha sido tan amable. ¡E imagina qué orgullosos estaremos, con el rey en persona oficiando la ceremonia! —Al darse cuenta de que seguía sin estar convencida, añadió consolador—: Con toda probabilidad no serán más que unos pocos días, mi amor. No se tarda tanto en preparar una celebración, y en cuanto haya finalizado nos podremos ir.
—¿Me lo prometes? —Volvió a alzar la cabeza hacia él.
—¡Prometido!
Índigo asintió con la cabeza.
—¿Sabes?, es sólo que..., sólo que, cuanto más tiempo nos quedemos aquí, más miedo siento de que... vuelva a suceder.
Se refería a mucho más que una simple pesadilla. En su mente seguía el recuerdo de un cuchillo de brillante hoja, y el rostro sorprendido de la reina Brythere; y, presidiendo todo ello, la amargada y arrugada vieja que llevaba la marca de su propia imagen envejecida. Pero Vinar no podía imaginar eso, y jamás debía saberlo.
Moragh y Jes eran las únicas personas en Carn Caille que conocían la auténtica causa de la indisposición de Niahrin, y, decidida a que siguiera siendo así, Moragh había hecho correr la voz de que la bruja padecía los efectos de un exceso de vino y no deseaba que la molestaran. A media mañana Niahrin todavía no había despertado del profundo y casi comatoso sueño, y Jes decidió velarla durante una hora o dos. Poco antes del mediodía Moragh se encaminó disimuladamente a la habitación, llevando una pequeña bandeja cubierta por una tela; el bardo se puso en pie al entrar ella, y, con gran alivio, la reina viuda vio que Niahrin estaba por fin despierta, aunque su rostro aparecía demacrado entre las almohadas sobre las que Jes la había incorporado.
—Te he traído un poco de sopa caliente, querida —dijo la reina viuda, depositando la bandeja sobre la mesita de noche—. Tómatela toda si puedes; en su interior hay hierbas reconstituyentes.
Niahrin le dedicó una pálida sonrisa de disculpa.
—Lamento dar tanto la lata, señora, ocasionaros tantas molestias...
—No haces nada por el estilo. Si no fuera por ti todavía daríamos palos de ciego en la oscuridad. —Moragh sonrió—. Eres muy valiente.
Niahrin sacudió la cabeza, aunque pareció que ello ejercía un efecto negativo en la poca energía que le quedaba.
—No, señora, no fue cuestión de valentía. Simplemente dejé que durase demasiado... Siempre sucede si lo hago; es una flaqueza mía. —No pudo decir nada más porque Moragh se sentó en el lecho y empezó a darle cucharadas de sopa. Sintiéndose ridícula, Niahrin abrió obedientemente la boca y tragó el caldo, que estaba sabroso y caliente y sabía a venado. Tras unas cuantas cucharadas, no obstante, aprovechó una ocasión para preguntar—: Por favor, señora, ¿sabéis dónde está Grimya?. La busqué al despertar, pero no estaba.
—¡Ah! Grimya. —Moragh y Jes intercambiaron una mirada que Niahrin no supo cómo interpretar; luego Moragh dijo con animación—: Bien, creo que lo mejor será contártelo. Niahrin, querida, lo sabemos todo sobre Grimya. Nos contó toda la historia ella misma, anoche.
—Os contó... —Entonces Niahrin se dio cuenta de lo que la reina viuda quería decir—. ¡Oh! —repitió—. ¡Oh!
—Cuando Jes y yo te trajimos de vuelta a tu habitación —continuó Moragh—, y te aseguro que no fue tarea sencilla pese a que éramos dos para transportarte, Grimya estaba muy afligida. Yo sospechaba la verdad sobre ella, de modo que la desafié directamente... —Enarcó las cejas—. O quizá debería ser estrictamente honrada y admitir que la coaccioné. Ella, pobre inocente criatura, se dio cuenta por fin de que el silencio total ya no servía, y se rindió. Nos contó todo aquello que no fue revelado durante la... aventura de anoche. —Rió con voz ronca—. En otras circunstancias habría sido una conmoción descubrir que podía hablar. Pero hacía menos de una hora había oído la voz de Cushmagar el bardo, me había enterado de que la princesa Anghara ha vivido sin cambiar ni envejecer durante cincuenta años, y había visto cómo tres fantasmas que son parte de ella se materializaban ante mis propios ojos. Después de ello, ¿cómo podía sorprenderme un hecho tan trivial como un animal que habla? — Meneó la cabeza como si por un momento experimentara una duda sobre lo que acababa de decir, pero enseguida se deshizo de la sensación con un encogimiento de hombros—. Grimya es muy valiente y muy inteligente. Sé que temía que nos volviéramos contra Índigo, contra Anghara, y la verdad es que entiendo sus razones. Pero también comprendió que no podíamos ayudarla a menos que supiéramos toda la historia. Consideró que podía confiar en nosotros. —Una débil sonrisa apareció en las comisuras de sus labios—. Tomé eso como un gran cumplido.