—Perd —murmuró.
—Duerme. —Era la voz de Moragh—. No le ha sucedido nada, creo. Está agotado, pero nada más. Cuando despierte dudo que recuerde siquiera lo sucedido.
Jes seguía mirando a la bruja.
—Creo que deberíamos llevarla a su habitación, alteza —sugirió en un aparte que Niahrin captó—. Diga lo que diga, esto la ha extenuado. Tiene el rostro gris.
Niahrin intentó dar una rápida réplica festiva a eso, pero se vio atenazada de repente por unos terribles retortijones intestinales. Se dobló al frente, jadeando y maldiciendo llena de sorpresa y dolor, y Moragh apareció casi al instante junto a ella, ayudando a Jes a ponerla en pie.
—Dulce Madre Tierra... —farfulló Niahrin con los dientes muy apretados—. Me siento...
—¡Chissst! No hay necesidad de hablar. —Jes la rodeó por las costillas con un poderoso brazo—. ¿Puedes mantenerte en pie? ¿Te sostendrán las piernas? Bien, eso está bien. No tardaremos mucho; pronto te tendremos bien cómoda en cama.
—Me siento... —barbotó Niahrin otra vez; y entonces el estómago le dio un vuelco y empezó a vomitar violentamente. Horrorizada, todo lo que tuvo tiempo de pensar fue que se había deshonrado a sí misma, y que Jes y Moragh seguramente la despreciarían, antes de que el sótano pareciera dar una voltereta y, por segunda vez en cuestión de pocos días, se desmayara.
CAPÍTULO 19
Niahrin seguía encontrándose mal a media mañana, y por orden de Moragh permaneció recluida en cama. La reina viuda quiso llamar a un médico para que se ocupara de ella, pero la bruja se negó. Esto era de esperar, dijo, tras una operación mágica tan prolongada y difícil; siempre había que pagar un precio cuando se recurría a los poderes de esta manera, pero los efectos no tardarían en desaparecer. Además, los médicos tenían ideas y métodos extravagantes, y ella no quería ser víctima de sus experimentos. Un día de ayuno y algunas pociones hechas con hierbas no tardarían en ponerla bien.
Así pues Moragh la dejó para que se recuperara a su aire, tras conseguir de Grimya la promesa de que la avisaría si la bruja empeoraba. No obstante, aunque tuvo buen cuidado de no dejar que Niahrin lo advirtiera, la reina viuda estaba preocupada. Al día siguiente era la víspera de la boda; el tiempo les pisaba los talones y les quedaban menos de dos días para plantear el último paso de su plan. Moragh no podía hacer otra cosa que rezar fervientemente para que estuvieran preparados.
La atmósfera de Carn Caille empezaba a volverse exuberantemente febril a medida que se acercaba el gran día. El hecho de que ni la novia ni el novio tuvieran parientes conocidos ni viejos amigos en las Islas Meridionales a los que invitar no importaba en absoluto; todos los habitantes de la ciudadela asistirían y lo festejarían con ellos, y la fiesta sería todo un acontecimiento. La actividad se había vuelto frenética mientras se atendían los detalles de última hora, se remediaban pequeños descuidos y aquellos que tenían un papel activo que representar ensayaban su parte. Índigo era el centro de atención, rodeada desde el alba al atardecer de una bandada de mujeres excitadas decididas a asegurarse de que tuviera el mismo aspecto que una novia de la realeza. Ella se rindió a sus servicios con un cierto aire de perplejidad, pero el cada vez más activo bullicio que la rodeaba no le dejaba tiempo para reflexionar. No es que quisiera pensarlo mejor, se decía con energía, ni que tuviera dudas. Ella quería casarse con Vinar, lo deseaba más que cualquier cosa en el mundo. Cuando hubiera sucedido y los festejos hubieran finalizado, se irían, y ella podría por fin olvidar Carn Caille y los terribles recuerdos de su estancia allí.
Y olvidar las pesadillas...
Su único alivio, no obstante su insignificancia, era que no había habido repercusiones a su horripilante episodio de sonambulismo. En un principio había vivido aterrorizada por la idea de que la bruja, Niahrin, la delatara; no había duda de que la había reconocido en el pasillo, y una palabra suya habría resultado desastrosa. Pero estaba claro que la mujer había decidido callar, y ni siquiera había abordado a Índigo en privado; lo cierto es que apenas si habían intercambiado una palabra desde aquella noche. Índigo no comprendía. Niahrin no le debía favores; ¿por qué, pues, no había hablado? Y el cuchillo era otro misterio; sin duda debían de haberlo encontrado en el dormitorio de Brythere, así que ¿cómo era que no se había producido ningún alboroto, ni siquiera un murmullo, sobre un intento de asesinato? Y la pregunta más enigmática y aterradora, la que la perseguía a todas horas, era: ¿por qué había actuado así? ¿Qué poder monstruoso había surgido de las tinieblas de su perdida memoria, y la había obligado a intentar
asesinar a Brythere?
No había vuelto a andar dormida. Cada noche tomaba una poción sedante —una que los criados le habían proporcionado y para la que había sido fácil inventar una excusa— y eso parecía haber sido suficiente para mantenerla a buen recaudo en la cama. Pero la pócima no eliminaba los sueños, y cada vez eran peores. Violentas pesadillas, intensas y ominosas, en las que flotaba como un espectro por los corredores de Carn Caille, en busca de alguien o algo que jamás localizaba. O a veces se veía cabalgando por un paisaje desolado que sabía era la tundra meridional, luchando frenéticamente por dejar atrás un horror invisible e innominable. Dos veces había vuelto a ver a las dos siniestras figuras, inmóviles a los pies de su cama, y, creyéndose despierta, había gritado; pero entonces las figuras se habían desvanecido de nuevo en el reino de las pesadillas. Y los sueños iban siempre seguidos por una voz dentro de su cabeza, ronca, íntima, que le musitaba una y otra vez: «Ahora, mi amor. Ahora, mi amor. Ahora, mi amor».
Por un momento, había considerado la idea de hablar con la loba, pero pronto la había desechado. Según Vinar, Grimya sabía muy poco de la historia de Índigo y nada de su familia; había dicho que las dos habían estado juntas unos pocos años y que Índigo no era más que un marinero a sueldo. No había motivos para que el animal mintiera... e, incluso aunque supiera más de lo que estaba dispuesta a revelar, Índigo no quería oírlo. Cuando ella y Vinar habían dejado Amberland, ella estaba decidida a encontrar a su familia y recuperar su perdida historia, sin importar el tiempo que tardara en conseguirlo. Eso había cambiado. Ahora ya no deseaba recuperar la memoria; mejor que permaneciera enterrada en el pasado y no volviera a levantarse para perseguirla. Dos días más, y Grimya, Niahrin, Carn Caille y los sueños quedarían atrás y olvidados. Una nueva vida, un nuevo comienzo. Nada, rezaba Índigo con fervor, absolutamente nada podía interponerse en su camino ahora.
Por la tarde Niahrin estaba muy recuperada, y con energías suficientes para tomar la sustanciosa comida que Jes le llevó en una bandeja. El bardo también le llevaba un mensaje de Moragh: Perd había desaparecido del sótano.
Cómo lo había conseguido, no lo sabían, pero en algún momento entre la marcha de ellos tres y la hora del desayuno había despertado de los efectos del somnífero y había huido; sin duda, había dicho Moragh, de regreso al bosque. Niahrin se sintió alarmada, pero Jes parecía pensar que no había motivo de preocupación. Como indicó, era una suerte que se hubieran librado del viejo, ya que su presencia en la ciudadela no habría podido permanecer en secreto mucho más tiempo. Perd había realizado su servicio, y cualquier otro papel que tuviera que representar estaba ahora en las manos de otros poderes.