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«Lo hará.»

Cogió el teléfono y llamó al médico. Le contestó una enfermera y fue a buscarlo; pasaron varios minutos. ¿Por qué tardaba tanto? Scott no podía hablar. Finalmente oyó la voz del médico, con un ligero y extraño acento inglés, de la lejana Europa, le habían dicho. ¡El médico, por fin! -¿Hola? ¿Hola?

Scott encontró su voz. Comenzó a hablar precipitadamente, explicándolo todo, lo que estaba sucediendo, su miedo, el peligro. Entonces lo oyó: el clic. El auricular elevándose en el aire, una especie de crujido. Su madre estaba en el teléfono de su habitación. Su voz apareció en la línea, nítida y cercana, tan razonable, tan segura.

– Doctor, no hay nada de que preocuparse, absolutamente nada. Estoy bien. Mi hijo ha estado teniendo esas horribles pesadillas, esos horribles pensamientos. Pero no le haré daño. No le haría daño a nadie.

Él pudo oír que el médico la creía, mostrando su comprensión. «¡Él la cree!»

Ella continuó hablando.

– Verá, doctor, estoy perfectamente bieeeeen…

Su voz se convirtió en un largo y angustioso gemido teñido con una pizca de risa, cada vez más agudo, rebotando como si estuviese en una cámara de resonancia. Después su madre colgó.

Luego comenzó a buscarlo, habitación por habitación, abriendo y cerrando las puertas con fuerza. Y él podía oírla, sentir que se acercaba. Sus pasos en la escalera, moviéndose cada vez más rápidamente, un momento de silencio cuando cruzaba a la otra habitación, luego otra puerta que se abría y se cerraba. Y otra. Ahora más fuerte. Cerca.

No había nada que él pudiera hacer; no podía encogerse en la cama. Tendría que ir hasta la puerta, enfrentarse a ella. Era la única manera en que podía esperar hacer lo que había venido a hacer. Reunió todo su valor, todo. Porque lo iba a necesitar.

Apartó lentamente las mantas, giró las piernas y bajó de la cama. Se puso en pie y caminó cautelosamente hacia la puerta, apoyándose contra ella. La tocó, sintiendo la presencia de su madre al otro lado, imaginándola allí y casi viendo el brillo de algo metálico en su mano, el cuchillo de carnicero, preparado para alzarse.

Apoyó la mano en el pomo, lo hizo girar y abrió la puerta.

Felicity iba delante mientras Kate y ella corrían escaleras abajo en dirección al sótano. A medio camino, Kate oyó que Felicity lanzaba una exclamación de sorpresa: pasos. Alguien que subía la escalera.

– ¿Qué? ¿Adónde vas? -oyó que preguntaba Felicity. Ahora vio que estaba hablando con un joven alto que llevaba una bata de auxiliar de laboratorio. El hombre parecía nervioso.

– A ninguna parte… no -balbuceó-. Sólo me marchaba. -Bueno, tal vez deberías quedarte-dijo Felicity-. Quizá necesitemos tu ayuda.

– No puedo -contestó rápidamente.

Mientras continuaba subiendo la escalera, miró fijamente a Kate y luego pasó tan bruscamente junto a ella que la empujó contra la barandilla. Kate sintió el impulso de hacerle un placaje, pero su expresión de urgencia hizo que aumentara su ansiedad por encontrar a Tyler.

Algo no iba bien.

Adelantó a Felicity, abrió la puerta y entró en el corredor. Lo que hizo que se detuviera en seco. Apenas podía creer lo que veían sus ojos.

Allí estaba Tyler, tendido en la cama como había estado en el St. Catherine. Y parecía el mismo. Miró los monitores y el ordenador, y los leyó rápidamente con su ojo clínico. Era muy poco lo que había cambiado. Tyler estaba en coma, pero seguía con vida, o al menos no estaba completamente muerto. Las máquinas se encargaban de hacer todo el trabajo. Su corazón se emocionó al verle; todo ese tiempo, semanas, encerrado en su limbo privado. Cuando ese pensamiento se afianzó, su corazón le dio un vuelco por segunda vez, esta vez de ira hacia Cleaver. ¿Qué clase de salvaje era capaz de hacer una cosa así?

Sintió algo en el codo. Era Felicity, que la tocaba ligeramente, guiándola hacia la puerta abierta de otra habitación. Cuando cruzó el umbral, se quedó mirando sin dar crédito a sus ojos.

Allí había una máquina de grandes dimensiones, algo parecido a un aparato de resonancia magnética, y cuando se acercó vio los pies de una persona que estaba en su interior. Se acercó un poco más y miró dentro y vio a un hombre sujeto a una camilla con correas y con un casco grotesco que le cubría la cabeza y dos objetos redondos sobre los ojos.

Supo al instante de quién se trataba, y supo también que estaba en peligro.

Se volvió hacia Felicity. -¿Qué es esto? -preguntó.

– Un ERT, un estimulador-receptor transcraneal. Es un camino para llegar a la mente y estimularla y también, ya sabe, permite que se mueva… que se mueva fuera del cuerpo.

Kate la miró con incredulidad. Pero un segundo después todo encajó. Supo por qué Scott estaba dentro de esa máquina; él, igual que ella, había encontrado ese lugar y se había enterado de la existencia de esa máquina y ahora estaba tratando de encontrar a su hijo, o la menteespíritu de su hijo, para devolverla a su cuerpo. Debía de haber llegado muy poco antes que ella.

Siguió con la mirada fija en la máquina durante un momento, atónita… atónita de que existiera esa clase de aparato; no de que Scott lo estuviese usando. Observó sus facciones, lo poco que podía apreciar de su rostro debajo de esas gafas de metal. Tenía la boca torcida y la mandíbula apretada, quizá en un gesto de dolor o de miedo. Su cuerpo, aunque estaba atado con las correas, parecía contorsionarse. Permaneció con la mirada fija en Scott hasta que, con un esfuerzo de voluntad, consiguió serenarse y trató de pensar qué podía hacer. Era evidente que ese hombre joven que había huido era el responsable de haber puesto la máquina en funcionamiento. Y también era evidente que ellas tendrían que descubrir el modo de controlarla. Volvió a mirar a Felicity.

– ¿Sabe cómo se maneja esta cosa?

Felicity, que también estaba mirando a Scott, la miró con los ojos como platos.

– Más o menos. He visto cómo lo hacían el doctor Cleaver y ese tipo que acaba de salir huyendo, Félix. He estado observando cuando lo hacían con los pacientes. Pero no puedo decir que realmente sé cómo se hace.

– ¿Es muy complicado? Felicity parecía nerviosa. -No estoy segura -dijo. -Bien, supongo que estamos a punto de averiguarlo. -¿Y qué pasará si lo hacemos mal?

– Él ya está ahí dentro. De modo que tenemos que ayudarlo de todos modos, aunque sólo sea para sacarlo de ahí. -Eso es verdad.

Kate se acercó al panel de control y observó el conjunto de diales, botones y pantallas. La imagen de Scott dentro de la máquina aún estaba en su mente.

Cleaver no sentía miedo, sólo nerviosismo. El miedo era algo que había descartado en el preciso instante en que decidió entrar en la máquina; era una emoción inútil. Entereza, fuerza y curiosidad… ésas eran las compañeras deseadas para un científico que está a punto de iniciar un viaje hacia lo desconocido.

Quincy se había encargado de atarlo con las correas a la camilla y había ayudado a insertar los exploradores sobre los ojos, con un exceso de ansiedad para el gusto de Cleaver. Mientras estaba acostado en la camilla se preguntó qué pasaría si algo salía mal, cómo se sentiría, si le dolería. ¿Y qué haría Quincy? ¿Lo ayudaría si salía de la máquina medio muerto o convertido en un loco de atar? La cuestión le preocupaba porque estaba convencido de que a su joven colega él le importaba muy poco. Probablemente sólo había tres cosas que importarían a Quincy: cómo arreglar la máquina, cómo deshacerse del cuerpo y cómo conseguir que le pagaran.