Выбрать главу

Él no sabía qué hacer. La estaba perdiendo, pero era peligroso seguirla.

De modo que se volvió hacia Tyler y señaló la pequeña puerta blanca. Vio una expresión de asombro en ese rostro amado, pero insistió: debía atravesar esa pequeña puerta blanca. Su hijo le obedeció tristemente y Scott esperó a que estuviese a salvo. Luego se volvió para seguir a Lydia hacia un largo túnel blanco con una luz cegadora, y oyó un sonido estridente, como si detrás de él la habitación se estuviese derrumbando y todo fuese absorbido a través de la puerta junto con él.

Kate oyó un sonido dentro de la máquina y vio que Scott estaba luchando, tirando de las correas que lo sujetaban. Tenía la boca muy abierta, como si estuviese gritando, pero gemía débilmente, un sonido prolongado y quedo que la asustó porque parecía proceder de otra parte, de un lugar profundo y cavernoso.

Se levantó de la silla y se volvió hacia Felicity. -¡Basta, apague la máquina! -le ordenó-. Debemos sacarlo de ahí.

Miró el reloj. Seis minutos y cuarenta y cinco segundos.

Pero entonces oyó otro sonido, un sonido que apenas podía creer. Procedía de la habitación de Tyler, un cambio en el sonido regular de los monitores que se había vuelto tan monótono que casi no reparaban en él. Alzó la vista. Las máquinas estaban registrando una nueva clase de actividad, como si hubiesen encontrado resistencia, un súbito oleaje y crestas de espuma en lo que había sido un lago tranquilo como un espejo.

Corrió hacia él. «Se está muriendo», pensó. Y la invadió una intensa sensación de desesperanza. Scott había hecho tanto para intentar salvarlo, había arriesgado tanto y había viajado a un mundo desconocido para tratar de rescatarlo o, al menos, de que muriese con alguna finalidad, y ahora que algo así estaba ocurriendo, y Tyler finalmente estaba muriendo, sólo sintió desesperación. Comprendió que no había sabido cuánta fe había depositado en la resurrección de Tyler.

Entonces miró con más atención. Las máquinas que habían empezado a fallar eran las que estaban conectadas directamente al ordenador. Y las otras, las que controlaban la actividad directa del cerebro de Tyler, estaban volviendo a la vida. Miró al chico, que estaba tendido en la cama, buscando alguna señal, alguna confirmación, y sí: un lado de la cara se movía ligeramente; sus labios se retraían, como un maniquí pálido que resucitara. Uno de los párpados se agitaba levemente, luego el otro. Miró su pecho, subía y bajaba sin ayuda, inspirando y espirando más profundamente que antes. Un brazo se movió, los dedos de una mano se contrajeron para luego abrirse.

– Dios mío -exclamó Felicity, que se encontraba junto a ella, con los ojos fijos en el chico-. Creo que está… Es un milagro… pero creo que lo está haciendo solo. Creo que está saliendo del coma.

Para Kate, ver que Tyler volvía a la vida era una sensación indescriptible; descubrió con un sobresalto que, a pesar de todo lo que había sabido, pensado y sentido, Tyler nunca había sido una persona viva para ella.

Y entonces, desde detrás de ellas, llegó otro sonido: un sollozo, un jadeo… no era fácil identificar qué era en realidad. Pero la máquina ERT tenía un aspecto extraño. Todas las luces estaban encendidas, brillando como si hubiese sufrido un cortocircuito o algo parecido, y la pantalla del ordenador escupía una serie interminable de disparates.

Kate miró nuevamente el reloj: siete minutos y treinta y cinco segundos.

Corrió a mirar a Scott. Su rostro estaba tenso, impasible, demacrado, y su cuerpo estaba inmóvil. Le tocó una mano: estaba flácida, los dedos aún calientes pero sin vida.

El reloj: ocho minutos.

Llamó a Felicity y entre las dos bajaron la camilla, sacaron rápidamente a Scott de la máquina y le quitaron el casco. Kate vio algo en lo que no quiso pensar. Cuando le quitó los contactos oculares, extendiendo con cuidado los párpados para extraer las ventosas cóncavas, los ojos de Scott tenían un aspecto extraño, las pupilas estaban dilatadas e inmóviles. Y, al liberar los párpados, los globos oculares se volvieron hacia arriba y los ojos se quedaron en blanco.

Lo levantó hasta dejarlo sentado, enlazó los brazos alrededor de su cintura y Felicity lo cogió por las piernas. Entre las dos lo sacaron de la camilla y lo colocaron sobre una de las mesas de metal. Kate le tomó el pulso, con tanto miedo que los dedos le temblaban, y por primera vez, todos sus instintos médicos la abandonaron. ¿Tenía pulso o no? No podía decirlo y estaba preocupada, el tiempo seguía corriendo.

Miró a Felicity.

– ¿Sabe llevar a cabo la reanimación cardiopulmonar? -preguntó con voz temblorosa por la urgencia, al tiempo que comenzaba a ejercer presión con las manos sobre el pecho de Scott.

Felicity asintió. -Sí, sí -dijo.

– Bien. Quiero que la aplique. Pero primero ayúdeme a llevar esta mesa hasta allí.

Señaló el panel de control, luego levantó un extremo de la mesa mientras Felicity se encargaba del otro. El peso de Scott dificultaba tanto el movimiento que no pudieron hablar hasta que la mesa estuvo en su sitio.

– Pero ¿por qué? -preguntó Felicity.

– Porque hay algo que debe hacer al mismo tiempo -le ordenó Kate.

Dicho eso, Kate se tendió en la camilla, se colocó el casco y los contactos en los ojos. El metal se sentía inesperadamente caliente contra el ojo.

– ¿Qué está haciendo? No lo entiendo -dijo Felicity. -Vuelva a poner la máquina en funcionamiento -le ordenó Kate.

Ella misma impulsó la camilla hacia el interior de la máquina. Sus siguientes palabras volvieron rebotadas hacia ella desde el tubo metálico.

– Si él pudo ir en busca de Tyler, tal vez yo pueda ir a buscarlo a él. Y haga lo que haga usted una vez que yo esté allí, no deje de atenderlo.

La espera se le antojó interminable, pero finalmente sintió que sucedía algo: una sensación extraña que comenzaba en sus ojos, el brillo de unas luces y el calor que penetraba directamente en su cerebro. Luego apareció lo que parecía ser una lluvia de meteoros y cometas con largas colas que se dirigían hacia ella, de modo que se habría agachado si hubiera podido mover la cabeza dentro del casco. Y finalmente, sintió que se elevaba, la sensación de que todo lo que la rodeaba comenzaba a ascender, hasta que se dio cuenta de que era ella quien estaba ascendiendo, o al menos una parte de ella, moviéndose hacia arriba y hacia fuera y luego extendiéndose horizontalmente de modo que parecía incorporar cada trozo del mundo.

Y no tenía miedo. No se sentía sola, percibía que su madre estaba en alguna parte cerca de ella e incluso su padre. Era extraño, ni siquiera lo había conocido, pero sentía que él también estaba allí, en alguna parte, al menos su presencia.

No podía seguir pensando. Era una viajera espacial sujeta con correas para el viaje, que ignoraba adónde podía llevarla el cohete, qué vería, dónde acabaría el trayecto. Trató de cerrar los ojos, pero no pudo. Colores, luces como relámpagos a su alrededor, la sensación de movimiento, la velocidad que aumentaba.

Y entonces abrió los ojos y vio a su madre. Le sonreía, de la misma forma en que siempre lo hacía cuando ella era joven; no estaba enfadada con ella. Luego se desvaneció y las luces cesaron y todo se aclaró, como la niebla que se levanta, y pensó que veía algo que era capaz de reconocer.

Una playa, el sonido del oleaje, la sensación de la arena en los pies. Un cielo claro y azul sobre su cabeza, un día perfecto con el sol que brillaba en todo su esplendor y hacía que resultara difícil ver por el efecto cegador de sus rayos. Pero la perspectiva cambió, como una cámara de cine que gira hacia un lado, y allí estaba, exactamente como ella la había imaginado, sólo que más hermosa.

Una sencilla cabaña de pescador con tejas de madera gris. Las ventanas estaban oscuras; las rosas trepaban por una espaldera; el techo que sobresalía ligeramente y proyectaba su sombra sobre la pared. Abajo, tres figuras en el porche, mirando al frente y sonriendo, los brazos apoyados y colgando sobre el otro: hombre, mujer y niño. Una trinidad, sólida, fuerte, vigilante, indestructible. Encima de ellos, donde ella sabía que estaría, la talla de una ballena.