Выбрать главу

No tenía muchos más datos de lo que había sucedido, sólo sabía que había habido un accidente. Había sentido que su corazón se detenía en ese instante; todo su cuerpo se puso rígido al oír la temida palabra, y de inmediato supo que se trataba de Tyler. Quien llamaba era el padre de Johnny y, por un segundo, Scott esperó que hubiese sido Johnny quien había sufrido el accidente. Pero, naturalmente, sabía que no era así, porque, en ese caso, ¿por qué razón lo habría llamado a él el padre de Johnny, y por qué iba a tener ese tono tembloroso y culpable en la voz? Todo esto pasó por su cabeza antes incluso de haber escuchado la siguiente frase. Y luego el padre de Johnny le explicó lo que había sucedido y le dijo que había ocurrido mientras estaban escalando… Escalando. Le dijo a Scott que podía ser grave, pero aún era pronto para hacer un diagnóstico. Probablemente estuviera mintiendo, protegiéndose; probablemente ya sabía que se trataba de algo serio y pensaba que estaba haciendo lo correcto al comunicárselo sin dramatismo.

Scott le había dicho mil veces a Tyler que no podía ir de escalada hasta que no estuviese totalmente preparado, hubiese realizado algunos cursos y supiera lo que estaba haciendo. Pero Tyler no le había escuchado. Había querido hacerlo de todos modos; no podía esperar. Estaba tan ansioso por la aventura, por la vida… era tan impaciente. ¿Por qué ese pensamiento debía hacer que Scott lo amase más? Porque era así, no exactamente amarlo más, porque eso sería imposible, sino conectarlo con el amor de un modo tan intenso que todo resultaba doblemente insoportable. Se imaginó a Tyler tratando de tomar una decisión, en el límite de la desobediencia, preguntándose si debía escalar aquella montaña o no, y finalmente decidiendo seguir adelante. Pensar en ello no hizo más que confirmarle cómo era Tyler, lo precioso que era para él. Y, sin quererlo, Scott comenzó a pensar en toda clase de cosas relacionadas con Tyler: cuán inteligente, generoso y divertido era, su sonrisa contagiosa, que brotaba espontáneamente cuando terminaba de contar un chiste, cómo era de abierto en su amor, sus numerosos dones y, aunque pareciera un pensamiento superficial, lo guapo que era. Tenía las mismas pestañas largas de su madre.

«Últimamente incluso parecía estar pendiente de lo que yo hacía -pensó Scott-. Era algo tan conmovedor, tan típico de su generosidad. Como lo bueno que llegó a ser jugando al ping-pong; antes, cuando era pequeño, yo solía perder deliberadamente un par de puntos para salvar su orgullo, pero con mucho cuidado para que no me descubriera, y la última vez que jugamos… ¿cuándo fue? Oh, sí, en el sótano de la casa de aquel chico, y de pronto comenzó a adelantarse en el marcador y yo me propuse descontar la ventaja que me llevaba y miré al otro lado de la red, y cuando vi su cara lo supe: ahora era él quien estaba perdiendo deliberadamente los puntos y trataba de hacerlo de forma furtiva, como yo.»

Y, súbitamente, una imagen cruzó por la mente de Scott: Tyler corriendo por la playa en Cape Cod, Cometa ladrando tras él, Tyler lanzándose hacia las olas con el perro cogido en brazos, y ambos revolcándose en el agua, riendo. Tanta vida, tanto amor por la vida, en esos huesos tan pequeños.

Scott comenzó a llorar. Las lágrimas corrían por sus mejillas y le resultaba difícil ver la carretera; no se molestó en enjugarlas, sino que dejó que fluyeran y las secara el viento. «Por favor, Dios, por favor, por favor, por favor, no permitas que muera.»

Recordó que el padre de Johnny había mencionado algo acerca de una herida en la cabeza y que Tyler había caído un poco. La cabeza, eso era preocupante; podía significar algo realmente grave. No podía pensar en ello. ¿Y caer un poco? ¿Qué significa exactamente caer un poco? ¿Qué clase de eufemismo era ése?

Scott llegó al hospital Kingston poco después de que lo hiciera la ambulancia. Fue directamente a la sala de urgencias y, en cuanto vio a Johnny y a sus padres en la sala de espera, la expresión en sus rostros, supo que las noticias no eran nada buenas. Se reunió con ellos, pero no pudo mirarlos a los ojos. Johnny se mantuvo apartado, como si se sintiera culpable.

Los padres de Johnny le dijeron que Tyler estaba dentro y que los médicos parecían realmente competentes y que estaban esperando a que uno de ellos saliera para informarles.

Scott giró sobre sus talones y atravesó las puertas giratorias para entrar en el área de urgencias. Había cuatro o cinco habitaciones separadas, pero supo al instante cuál era la que estaba buscando gracias a una especie de conmoción interna, y se dirigió hacia allí, dispuesto a apartar de su camino a cualquiera que intentase detenerlo. Se detuvo un instante en el umbral y vio a un grupo de personas vestidas de blanco, de espaldas a él, inclinadas sobre una camilla. Y entonces una de ellas se movió ligeramente y pudo ver el cuerpo cubierto con una sábana -su hijo, por el amor de Dios-, y luego vio la cabeza, que estaba vuelta de lado, con un poco de sangre. Se acercó y los médicos se apartaron y le permitieron estar allí. Cogió la mano de su hijo.

Permaneció unos momentos mirándolo, examinándolo, absorbiéndolo todo intensamente, cada pequeña mancha de sangre.

¿Qué era eso que sobresalía de su cabeza?

Intentó hablar con Tyler, suavemente al principio, pronunciando su nombre, luego alzando un poco la voz. Pero no hubo respuesta.

Llegó otro médico y se presentó -Scott no alcanzó a oír el nombre-, y trató de rodearle el hombro con el brazo, pero luego lo pensó mejor.

– ¿Podemos salir un momento?

Scott estuvo a punto de decirle que no, que no quería dejar a su hijo, pero luego pensó que quizá, de algún modo, Tyler podía oírlos y, por tanto, tal vez fuese razonable salir de la habitación. Se alejaron unos pasos de la puerta.

– Me gustaría poder decirle algo más, pero aún no hay nada seguro. Ignoramos la extensión del daño sufrido por su hijo. Tiene algunos huesos fracturados, el hombro izquierdo y el brazo derecho. Fue una caída muy dura. Creo que intentó girar en el aire para enderezar el rumbo. El médico intentó esbozar una media sonrisa. Era joven. Scott se fijó en su labio superior, donde tenía una película de sudor, y trató de concentrarse en lo que estaba diciendo. Sabía que el hombre estaba evitando la cuestión principal.

– Sus constantes vitales son buenas, sorprendentemente buenas. Su corazón es fuerte. El pulso es normal.

Ha perdido mucha sangre pero le estamos haciendo transfusiones y no ha habido problemas. En ese sentido, todo va bien.

El médico hizo una pausa, eligiendo con cuidado las palabras.

– Lo que no sabemos, lo que no podemos determinar, es la gravedad de la herida que ha sufrido en la cabeza. La estamos enfriando para detener la inflamación. Le hemos hecho unas radiografías; muestran daños en la corteza cerebral y tal vez más profunda. Es difícil de precisar. No podemos… Es difícil determinar la extensión del trauma con esa herramienta aún clavada en el cráneo.

– ¿Qué es?

Las palabras de Scott sonaban huecas.

– Un Camalot del número dos. Los escaladores lo utilizan para sujetar sus cuerdas. Lo insertan en una grieta y se abre. Ese chisme cayó al vacío y alcanzó a su hijo, aparentemente desde una gran altura. -El médico frunció el ceño-. ¿Nadie le ha explicado lo que ocurrió?

– No con detalles -respondió Scott, negando con la cabeza.

– Esa familia… la que está en la sala de espera. Amigos suyos, según tengo entendido. Ellos pueden explicarle todo lo que pasó. Su hijo estaba allí; él lo vio todo.

Scott no quería dejar solo a Tyler.

– Pero, en cualquier caso, he visto lo suficiente como para saber que aquí no disponemos del equipo necesario para tratar esa clase de herida -prosiguió el médico-. Su hijo requiere un nivel de práctica y experiencia que aquí no tenemos. Él necesita el mejor… el mejor neurocirujano, el mejor equipo, los mejores cuidados. Estoy seguro de que estará de acuerdo conmigo.