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Miró las caras del grupo.

– Ahora contestaré a su pregunta. ¿Qué es lo que me interesa? Me interesa la mente humana, pura y simplemente, en todos sus aspectos: cómo crece, cómo se desarrolla, cómo progresa y cómo se derrumba. En especial, cómo se derrumba. La enfermedad y las desgracias son grandes maestras.

Qué cosa tan extraña había dicho, pensó Kate, pero era verdad.

Cleaver volvió a pasear la mirada por los presentes y continuó hablando.

– Ésa es la razón por la que estoy aquí, para ayudar a algunas de estas pobres almas y para trabajar con ellos para ayudar a los demás. Hasta el momento, mi trabajo me ha enseñado dos cosas. Una: el estudio de la anormalidad es el camino que nos conducirá a comprender la normalidad. Al mirar algo que se ha roto, podemos comprender cómo funciona cuando está completo. Dos: la mente es una verdadera maravilla; es capaz de muchas más cosas de las que podemos llegar a imaginar.

Una mujer de la última fila levantó la mano.

– ¿Puede decirnos en qué parte del cerebro está trabajando ahora?

– No, no, el cerebro, no -dijo-. Yo no he dicho en ningún momento que estuviera trabajando en el cerebro. La mujer pareció desconcertada.

Cleaver se dirigió a la pared y desenrolló una lámina que describía un corte transversal del cerebro. De modo que esa habitación era una sala de clases, después de todo, pensó Kate. Cleaver miró a su alrededor, buscando aparentemente un puntero y, al no encontrar ninguno, se volvió nuevamente hacia la lámina y le dio unos golpecitos con el índice. Cuando habló, las palabras brotaron de su boca con un tono de urgencia.

– Éste es el cerebro. El sistema límbico, el tronco cerebral, el cerebro superior, la corteza cerebral, el cerebelo, todos los presentes lo conocen muy bien; pueden verlo, nombrarlo, hablar de él. Es algo que se puede plasmar en un trozo de papel, algo que se puede cortar. Eso no es lo que yo hago.

Tiró de una cuerda y envió nuevamente la lámina hacia arriba.

– Lo que yo examino es la mente. Y examino la diferencia entre ambos: mente y cerebro. Ahí reside toda la cuestión, en la diferencia. La gente habla del problema mente-cuerpo, pero es un error. Pensemos en el problema mente-cerebro. ¿Dónde acaba una y comienza el otro? -Los miró como si buscara una respuesta-. ¿Qué es lo que forma la conciencia? ¿Qué es lo que nos hace conscientes?

Ahora hablaba como un profesor de universidad. -Descartes. Cogito ergo sum, pienso, luego existo. ¿Qué significa eso exactamente? La mayoría de las personas lo interpretan de un modo erróneo. No significa que pensar es en sí mismo una prueba de que existimos. Significa que el conocimiento de que estamos pensando es una prueba de que existimos.

La clave no es que nosotros pensemos. La clave es que sepamos que estamos pensando. Los animales piensan, hasta cierto punto. Dejen un trozo de carne sobre una mesa, abandonen la habitación, y un perro ideará una manera de conseguirla. Una rata puede superar un laberinto. Eso es pensamiento, una forma rudimentaria de pensamiento, pero pensamiento al fin y al cabo. Aunque es limitado: cuando un ser humano concibe un plan o se implica en una actividad determinada, no sólo está pensando, sino que, simultáneamente, es consciente del hecho de que está pensando. ¿Lo comprenden?

La mujer que había hecho la pregunta asintió. Cleaver comenzó a pasearse por el frente de la sala.

– El cerebro no es nada del otro mundo. Podemos deducir su funcionamiento. La sangre que suministra alimentos a las células, neurotransmisores activados a través de las sinapsis… Pero ¿qué nos dice eso? No mucho. ¿Cómo puede toda esta actividad producir una colección uniforme de pensamiento superior que puede ser separada y examinada? ¿Cómo origina la conciencia? En otras palabras, ¿cómo llega a existir la mente? Porque la mente está formada de conciencia. Y la existencia de la conciencia no se deriva de las leyes físicas.

Era evidente que Cleaver se estaba dejando llevar por sus propios pensamientos.

– Es ese sentido de la conciencia, o como quieran llamarlo, lo que crea a un ser consciente. Es lo que hace que tú comprendas que eres tú y nadie más, y que cuando mañana te despiertes sigas siendo tú. Porque, de otro modo, no serías nada, solamente una sombra. Vivirías en el momento exacto, el presente justo. No habría pasado ni futuro. Habría miles de tús, cientos de miles de tús, cada uno para un momento diferente. La conciencia es lo que nos lleva de un momento al siguiente. Es nuestro modo de existencia. Es la concha que nos mantiene intactos; sin ella sólo duraríamos lo que un caracol desnudo en una playa.

Volvió a la tierra. La mujer de la última fila insistió: -Pensaba que su interés se centraba en la inteligencia artificial -dijo-. ¿Por qué se dedica a hacer que las máquinas sean inteligentes si cree que solamente los seres humanos son capaces de desarrollar un pensamiento consciente?

Cleaver aguardó un momento antes de contestar, luego dijo:

– Yo no he dicho que sólo los seres humanos sean capaces de hacerlo; he dicho que los seres humanos son los únicos que tienen esa capacidad ahora.

– ¿O sea que está trabajando para incorporar ese proceso a las máquinas? ¿Cree que algún día las máquinas llegarán a ser tan inteligentes como nosotros… o más inteligentes incluso?

– ¿Tan inteligentes como nosotros? Es difícil de decir. No lo creo. ¿Y usted?

Era una pregunta retórica y no esperó una respuesta. – ¿Alguna otra pregunta?

Kate levantó la mano.

– Me preguntaba por los pacientes que están ingresados aquí. ¿Tienen algún programa para ayudarlos? ¿Pueden hacer algo para aliviar su sufrimiento?

Cleaver dudó un momento, luego sacudió la cabeza con pesar.

– Me gustaría que pudiéramos hacer algo por ellos. Pero si hay algo que hemos aprendido como científicos es que debemos elegir nuestras prioridades. Debemos llevar a cabo aquello que podemos hacer, lo que es realista. No se puede ayudar a estas personas; no con nuestros conocimientos actuales. Ésa es la dolorosa verdad. De modo que lo que debemos hacer es pensar en los pacientes del futuro, y en cómo podemos ayudarlos. Antes les hemos prometido que examinaríamos detenidamente los casos más inusuales que tenemos aquí. Es lo que haremos ahora.

Estas palabras dieron inicio a un desfile de pacientes con síntomas extraños. Llegaron acompañados de la auxiliar administrativa, quien hizo que se sentaran delante del grupo. La mujer tenía el mismo sentido del tiempo que un maestro de ceremonias, y la misma sensibilidad también, pensó Kate. Algunos de los pacientes parecían estar bajo los efectos de fármacos muy potentes, otros se mostraban claramente confusos ponla experiencia.

El primero era un hombre de alrededor de cincuenta años, con aspecto ratonil, el pelo muy largo y ojos que no dejaban de moverse. Fue presentado como un paranoico típico. El hombre, según se supo, había matado a su familia: esposa, un hijo de siete años y una hija de tres. Según él, «las voces» le habían ordenado que lo hiciera.

La ayudante de Cleaver lo interrogó. ¿Cuándo comenzaron esas voces? Hacía muchos, muchos años. ¿Y habían cesado? El hombre dudó, luego asintió, sí. Tenía saliva en las comisuras de los labios.

– ¿De verdad? ¿Han cesado por completo? -lo presionó la mujer.

– Sí. Casi siempre. Excepto… excepto cuando uso las gafas protectoras.

Cleaver tomó la palabra y se extendió sobre «el sistema cerrado» del razonamiento paranoide, cómo la mente buscaba una explicación, no importa cuán absurda, para dar cuenta de algo profundamente inquietante como las alucinaciones auditivas. Una vez que esa extravagante premisa era aceptada y explicada, todo lo demás continuaba en un orden lógico. La casa era sólida; los cimientos eran los que se encontraban en mal estado.