Выбрать главу

Había comprobado ya la mitad de la lista cuando Saramaggio apareció en la puerta del despacho y permaneció allí hasta que ella alzó la vista. Le dijo que lo acompañase a su despacho. Era extraño que no la hubiese llamado por teléfono o que no le dijese qué quería de ella allí mismo, pensó, mientras lo seguía por el corredor. Saramaggio caminaba a grandes zancadas, agachando ligeramente la cabeza al pasar delante de cada puerta.

Una vez en su despacho, le hizo un gesto para que se sintiera con forzada amabilidad y él tomó asiento detrás del escritorio. Carraspeó, evitó mirarla a los ojos, jugó con un lápiz sobre la secante, y finalmente le preguntó cómo estaba.

– Bien -respondió ella-. Muy bien.

– Magnífico -dijo él, aunque no parecía que lo dijera sinceramente. Sus pensamientos estaban en otra parte. Alzó la vista y dijo:

– Mire, no tiene sentido seguir dando rodeos. -Ella asintió-. Échele un vistazo a esto -dijo Saramaggio, al tiempo que abría uno de los cajones, sacaba un documento, lo colocaba encima del escritorio y le daba la vuelta para que ella pudiese leerlo.

Era una especie de complicado formulario de cuatro páginas que ella nunca había visto antes. Al principio, se sintió desconcertada, pero, a medida que lo leía, sintió que la ira crecía en su interior y las mejillas le ardían.

– ¡Esto es ultrajante! -exclamó Kate después de haber leído la última página.

– Sí, reconozco que es un poco difícil -dijo Saramaggio. -¡Difícil! ¡Es una solicitud de suspensión! ¡Ese hombre está pidiendo que me suspendan en mi trabajo! ¿Y cuáles son los motivos? ¿Cuáles pueden ser los motivos de algo semejante?

Saramaggio evitó mirarla a los ojos.

– Todo ese asunto del muchacho -contestó-. Ya sabe, cómo entró en el pabellón de observación en compañía del padre y luego se produjo ese lamentable episodio, en gran parte por culpa de él, pero usted también estaba allí…

– ¿Culpa de Scott? Por Dios, usted estaba allí. Llegó pocos minutos más tarde. Ese chico estaba muerto. Estaba muerto y su padre vio que así era… no es extraño que se desquiciara. Y después de que tratara de que le quitasen a Tyler la asistencia mecánica y se lo negaron… Espere un minuto. ¿Qué significan estas palabras? ¿Acaso se quiere insinuar que nosotros somos los responsables de su muerte, que su padre y yo…?

– No lo dice con esas palabras, pero sí, existe esa inferencia. -Ahora estaba mirando directamente a la pared-. Quiero decir, los dos estaban allí, hubo un gran alboroto…

– Venga ya. Ese chico estaba muerto cuando nosotros llegamos. Ninguno de los monitores de Tyler mostraba signos de vida. Eso fue lo que hizo que Scott se alterase. ¡Y usted lo sabe!

– Bueno, eso es lo que usted dice…

– ¡Por eso precisamente lo llamamos a usted!

– Tal vez, pero, verá, yo llegué después de que todo acabara, de modo que, ¿cómo podría yo afirmar razonablemente que no sucedió de esta manera?

– Pero ¿quién dice que las cosas sucedieron de esa manera? ¿Él? Él ni siquiera lo sabe. No estaba allí.

– No se altere. Esto no significa ninguna conclusión definitiva. Todo el proceso se encuentra en una primera etapa; se examinarán todos los detalles.

– ¿Que no me altere? ¿Cómo demonios puede decir eso? Tiene la desfachatez de sentarse ahí y decirme que estoy suspendida por algo que no hice. Y usted sabe que no hice nada y no me está apoyando.

– Ya veremos. Por el momento no me inclino por ninguna de las dos posiciones.

– Usted le tiene miedo. Eso es lo que ocurre.

– No es así. Sin embargo, él es un médico importante aquí, y tiene mayor rango que usted, de modo que debemos tomar su palabra…

– Usted firmó ese certificado de defunción porque él lo obligó a hacerlo. Y usted anotó una hora diferente para implicarnos a Scott y a mí.

Saramaggio jadeó varias veces. Tenía el aspecto de haberse quedado sin aire.

– Y eso no es todo. Usted firmó la autopsia e hizo que él la firmase, o él lo obligó a usted. Y no creo que esa autopsia se haya llevado nunca a cabo.

Saramaggio se levantó y señaló la puerta.

– Es suficiente. Basta de acusaciones. Y basta de andar husmeando por ahí. Márchese ahora mismo. Y puede considerarse suspendida hasta nuevo aviso.

Kate abandonó el despacho dando un portazo. Estaba temblando de furia.

Mientras regresaba a su despacho, sin dejar de temblar, repasó todo el episodio, la cobardía de Saramaggio y la venalidad de Cleaver. Y lo que más le impresionó de la acusación fue la oportunidad. ¿Por qué la acusaban ahora y no varias semanas atrás, cuando se produjo el incidente? ¿Por qué querían apartarla del camino en ese momento? ¿Era porque estaba siguiendo la pista correcta?

Scott ya estaba lo bastante familiarizado con el vestíbulo del St. Catherine como para evitar cualquier posibilidad de ser detectado. Esperó fuera del edificio hasta que se acercó un grupo de cinco personas, todas con el aspecto despreocupado propio de los residentes, y cuando atravesaron las puertas giratorias, los siguió de cerca. Caminó pegado al grupo, manteniéndolos entre la recepcionista y él, hasta que superó el mostrador principal. Giró en la esquina del vestíbulo hacia el corredor que acababa en los ascensores, pulsó el botón y subió rápidamente cuando se abrieron las puertas. Una vez en la planta de Kate se dirigió a toda prisa a su despacho. La puerta estaba cerrada. Golpeó suavemente con los nudillos y, cuando nadie respondió, trató de abrirla. Estaba cerrada con llave.

Por alguna razón no había esperado eso. Miró a ambos lados; no había nadie. Echó a andar por el corredor, probando los pomos de todas las puertas como un ladrón de hotel que busca un golpe de suerte. Y lo encontró. Cuatro puertas más allá, el pomo giró y la puerta se abrió a un pequeño despacho, perfectamente limpio y ordenado. Se deslizó en su interior y cerró la puerta. Gruesos volúmenes de medicina cubrían las estanterías, un montón de artículos impresos descansaba sobre una pequeña mesa y, en el antepecho de la ventana, había un cráneo de escayola barnizada donde alguien había señalado las regiones propias de la frenología, una broma, sin duda. En el centro del escritorio se hallaba lo que estaba buscando: un ordenador.

Se sentó ante la pantalla, acercó la silla y encendió la máquina. Sacó de un bolsillo el trozo de papel donde había escrito los números de Tyler. Los había memorizado, pero quería evitar incluso la más mínima posibilidad de error.

«Ahora viene la parte más complicada», pensó. Había tardado mucho tiempo en descifrar el mensaje de Tyler. Lo había examinado detenidamente una y otra vez, analizando cada pequeño fragmento en blanco y negro y buscando la clave para descifrar su significado oculto. Había intentado enfocar el mensaje desde el punto de vista de su hijo, aplicando lo que sabía desde su amor instintivo. Tres palabras y algunos números, eso era todo cuanto contenía. Imaginó que la comunicación era un proceso difícil, que, de alguna manera, era una tarea exhaustiva; ésa era la impresión que tenía cuando cada letra se dibujaba lentamente en la pantalla, casi como si fuese doloroso convocarlas. LY por qué era tan breve el mensaje? Evidentemente era importante: Tyler le había rogado que lo rescatase, pero no podía darle más detalles o pistas para facilitarle la posibilidad de encontrarlo. Y había otra cosa en la que Scott no quiso demorarse más de lo necesario: los mensajes eran cada vez más cortos, casi como si Tyler estuviese desapareciendo en alguna parte. Él había escrito: «Papá, ven». No «Papá, ayúdame». El mensaje anterior incluía la palabra «ayúdame», de modo que en ese sentido era superflua. Pero «ven» era un imperativo activo -un‹ orden, una súplica-, y tal vez estuviese relacionado con la segunda parte del mensaje, con los números y ese nombre misterioso que completaba el mensaje: Wordsworth. Rastreó en su memoria, revisando cada conversación que habían tenido sobre literatura, lecturas y textos; no recordaba nada que estuviese relacionado con el poeta inglés. Hasta donde era capaz de recordar, ese nombre nunca había tenido un significado especial en sus vidas. No había ningún poema de Wordsworth que a Tyler le gustase especialmente, ninguna cita que alguno de ellos recitara, nada. Sólo cuando se convenció de que el «nada» era importante, que ninguna asociación aportaba vínculo alguno con ese nombre, se sintió libre para buscar otras explicaciones. Luego estudió el rompecabezas desde otro ángulo y pensó que, quizá, Wordsworth fuese importante para otra persona, tal vez tan importante que hubiese sido adoptado como una especie de patrón o modelo. Tal vez… Por supuesto, quizá se tratara de eso. ¡Una contraseña! ¡La contraseña para acceder al ordenador de otra persona! Y eso podría explicar los números, la dirección básica de un sistema informático. Ahora lo único que tenía que hacer era averiguar de qué sistema se trataba y, la parte más delicada, quién era el usuario de esa contraseña. Un pirata informático seguramente podría conseguir la información, pero él sólo había dado con un atajo, una conjetura y nada más; aunque era buena, porque de pronto todo había empezado a encajar.