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Kate se sentó frente al escritorio y escribió una breve nota para Scott, diciéndole adónde iba. Luego llenó un segundo bol con agua para Cometa, le dio unas suaves palmadas en la cabeza, y se volvió para echar un último vistazo al lugar. Reparó nuevamente en esa fotografía en la que aparecían Scott, Tyler y Lydia en la cabaña de Nantucket, la fotografía que le había provocado aquella intensa sensación de anhelo cuando la vio por primera vez, los tres tan felices e inocentes, ignorando lo que el futuro les tenía preparado. Le producía una gran alegría que la fotografía los hubiese captado de aquella manera, congelándolos para siempre en el tiempo y el espacio, y la hacía aún más feliz que, para la exposición de Scott, hubiese sido digitalizada y colocada en el sitio web de la galería de arte para que todo el mundo pudiese verla.

Cerró la puerta con fuerza y subió al montacargas, tratando de no pensar en el lugar adonde ahora se dirigía.

Cleaver pulsó el botón que había debajo del panel que decía «Braintrust»¹ y esperó con impaciencia a que se abr se la puerta principal. La pequeña broma de Quincy con el nombre de su empresa nunca le había parecido divertida', pero ahora había adquirido un matiz irónico: el cerebro del hombre era cualquier cosa menos fiable. Lo había conducido a un callejón sin salida. Ahora todo iba de mal en peor.

Subió rápidamente los tres tramos de escalera sin detenerse en los rellanos. El corazón le latía con fuerza y sintió una punzada en el lado izquierdo del pecho en la que

trató de no pensar. Penetraba profundamente debajo del esternón y se retorcía. Apoyó con fuerza los dedos de la mano derecha sobre esa zona e hizo presión, luego continuó subiendo. Eso era lo último que le faltaba en aquel momento, un ataque al corazón.

Cuando abrió la puerta, el mastín estaba allí para recibirlo, husmeándole la pernera del pantalón arriba y abajo y luego inclinando ligeramente el morro hacia un lado en posición de ataque. Los tendones en el cuello del perro destacaban como cuerdas. Quincy alzó la vista de su banco de trabajo pero no le dijo nada.

– Eh, venga, tío -se quejó Cleaver.

– Siempre lo hace con las personas que no han sido invitadas.

La conversación pareció tranquilizar al mastín, que se alejó, describió un pequeño círculo y se echó en un rincón de la habitación.

– He venido a pedirte ayuda -dijo Cleaver. -No hay nada nuevo en eso.

– Pero esto es serio, realmente serio. -Siempre lo es.

– Joder, escúchame.

– Vaya, vaya, ése es un lenguaje muy violento para ti… un jodido lenguaje violento.

Cleaver se acercó al banco de trabajo. Quincy estaba instalando un chip en una placa base, doblándolo con unos pequeños alicates. Se estaba tomando todo el tiempo del mundo. En la nuca tenía pequeños pelillos rubios. Cleaver sintió otra súbita oleada de desagrado hacia ese muchacho, tan arrogante, tan listo, tan vulgar. El cuello parecía muy frágil e imaginó una herida en esa zona, la sangre brotando a borbotones de una arteria cercenada, las terminaciones nerviosas curvándose como cables expuestos.

Quincy acabó su trabajo, se levantó y extendió los brazos para desperezarse.

– ¿Y bien, qué es eso tan urgente? -preguntó. -Se trata de Tyler.

Tan pronto como salió de su boca, Cleaver se dio cuenta de lo extraño que sonaba. Nunca le había puesto nombre al ánima que había liberado. Cuanto más independiente se volvía, más rebelde era su conducta, pareciéndose cada vez más a su progenitor humano.

Quincy pareció interesado. -¿Qué está haciendo ahora?

Cleaver sintió el corazón latiendo como pequeñas agujas que se clavaban en él. ¿Por qué no lo abandonaba ese dolor?

– Es como una especie de virus. Está en mi ordenador, no todo el tiempo. Aparece y desaparece. Pero cuando está allí, todo funciona mal. Y no puedo hacer nada.

Las palabras habían salido precipitadamente de su boca.

Quincy lo miró detenidamente por primera vez desde que se conocían.

– ¿Sabes?, no es por nada, pero no pareces estar en buena forma. De hecho pareces bastante jodido.

1. Brain trust hace referencia a un grupo de expertos, especialmente aquellos que actúan como asesores de un gobierno, pero aquí el autor hace un juego de palabras con brain, «cerebro», y trust, «confianza», «fe», «creencia». (N. del T.)

Cleaver se limitó a asentir. No le dijo la verdad, que últimamente casi no dormía, porque tenía unas pesadillas espantosas. Le asaltaban visiones horribles que pertenecían a un mundo que nunca habría imaginado.

Quincy tampoco admitió que él también estaba preocupado por el proyecto.

– Mira, si se trata de un virus, podemos solucionarlo. Tengo toda clase de defensas de las que jamás has oído hablar, todo un jodido arsenal.

Señaló una silla.

– Ahora siéntate y tómate un respiro. Deja que acabe con esto. Luego nos encargaremos de tu pequeño problema. Cleaver se sentó y realmente sintió que comenzaba a quitarse un peso de encima. No era un hombre débil, no era un mocoso llorón. Era un científico, un pionero, un miembro de esa casta que no rehúye aquello que se debe hacer. Al diablo con las pesadillas, las dudas y todo lo demás. ¿Qué era esa persona aburrida? Ser valiente no significaba no sentir miedo… significaba sentir miedo y, sin embargo, seguir adelante. Cuánta verdad había en ello. Al diablo con lo que estaba sintiendo. Haría lo que debía hacer. Acabar con ese trabajo que había comenzado y que tanto significaba para él. Quincy tenía razón, era el momento de utilizar un lenguaje violento. Muy violento. Jodidamente violento.

Sintió una ligera excitación al pronunciar la palabra, en otro tiempo tan prohibida. Él no era un jodido llorica. No era aquel niño pequeño de pie en medio de la nieve en Massachusetts, después de haber oído la noticia que le había dado su madre, esperando a que su dolorido cerebro estallara en mil pedazos. Un niño pequeño. Temeroso de su padre.

La jodida nieve. Su jodido padre.

Scott miró a Félix en la otra habitación e hizo una valoración correcta, una especie de ayudante, dedujo. Y allí de pie, con expresión asombrada, boquiabierto y aferrando el cuaderno de notas contra el pecho a modo de escudo, el hombre no parecía ser alguien a quien debiera tener en cuenta. Scott agitó la mano como para tranquilizarlo, del modo en que lo haría alguien importante que estuviese visitando las instalaciones: «Verá, soy de aquí, sólo estoy de paso, no me preste atención». Él no sabía cuán rigurosas eran las medidas de seguridad, pero hasta el momento no había visto ninguna evidencia de ellas.

Apartó la mirada y se concentró en su hijo. Tyler yacía completamente inmóvil, como lo había estado durante esas semanas interminables en el hospital. La cama tenía sábanas verde claro que parecían limpias y frescas y realzaban su cuerpo inerte. En el brazo llevaba una sonda de suero intravenoso, y la piel se veía ennegrecida por haber %nido que soportar un ejército de agujas. En su estado no parecía haberse producido cambio alguno, aún estaba en coma.

Pero vivo.

Scott podía ver que la sábana superior subía y bajaba de un modo casi imperceptible. Apenas podía resistir la visión. Las emociones fluían desde todas partes; el alivio, el alivio de un padre al ver que su hijo aún seguía con vida, alimentado por el pensamiento de que si el cuerpo seguía funcionando, entonces, quizá, de alguna manera, podía ser rescatado y reconstruido otra vez. Y, contradiciendo ese alivio, aparecía el pensamiento opuesto, la certeza de que el cuerpo no estaba realmente vivo según ninguna definición coherente de la vida, lo que a su vez dejaba paso a la profunda tristeza que le producía pensar que no se había permitido que su cuerpo muriese en paz. A un lado se encontraba el grupo de máquinas, zumbando sin cesar, haciendo perfectamente su trabajo, enviando mensajes breves en forma de impulsos electrónicos para mantener en funcionamiento el patético caparazón de carne y huesos. La cabeza vendada de Tyler descansaba sobre una almohada, y sus ojos estaban abiertos, aunque tenían un aspecto vidrioso. Al alzar la vista, Scott comprobó que la línea de visión de Tyler abarcaba las gruesas tuberías que había en el techo; eran las mismas que había visto en la pantalla del ordenador y que luego había impreso en una hoja de papel. Al bajar la vista pudo ver dónde se había colocado Cleaver para inclinarse sobre Tyler, quizá para acomodar el vendaje. Ese pensamiento lo enfureció; ese sádico haciéndose pasar por médico, el lobo vestido de protector. Scott volvió a sentir una oleada de calor que corría por sus venas como un aditivo picante en la sangre, furia pura, la clase de furia que es segura, vengativa, indiferente.