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Folimun se acercó.

—¿Y bien? —quiso saber.

—Lo estamos pensando —dijo Theremon.

—¿Los dos? Tenía la impresión de que usted estaba ya con nosotros.

Theremon le miró fijamente.

—Estoy con ustedes si Siferra lo está. De otro modo no.

—Lo que usted diga. Sin embargo, lamentaría perder a un hombre de sus habilidades como comunicador. Sin mencionar las cualidades de la doctora Siferra como experta en los artefactos del pasado.

Theremon sonrió.

—Dentro de unos momentos veremos lo hábil que soy como comunicador, ¿de acuerdo?

Folimun asintió y se alejó, de vuelta a los camiones que estaban siendo cargados. Theremon observó a Siferra. Miraba hacia el Este, hacia Onos, mientras la luz de Sitha y Tano descendía sobre ella en un deslumbrante haz desde arriba, y del Norte le llegaba la esbelta lanza roja de la luz de Dovim.

Cuatro soles. El mejor de los presagios.

Siferra volvía ya, avanzando por en medio del campo. Sus ojos brillaban, y parecía estar riendo. Avanzó corriendo hacia él.

—¿Y bien? —preguntó Theremon—. ¿Qué dices?

Ella cogió sus manos entre las de él.

—De acuerdo, Theremon. Que así sea. El Todopoderoso Folimun es nuestro líder, y le seguiré allá donde me diga que vaya. Con una condición.

—Adelante. ¿Cuál?

—La misma que mencioné cuando estábamos en su tienda. No llevaré el hábito. Absolutamente no. ¡Si insiste en ello, el trato queda roto!

Theremon asintió alegremente. Todo iba a ir bien. Después del Anochecer llegaba el amanecer, y todo renacía. De la devastación se alzaría un nuevo Kalgash, y él y Siferra tendrían una voz, una poderosa voz, en el proceso de crearlo.

—Creo que podremos arreglarlo —respondió—. Vayamos a hablar con Folimun y veamos qué dice.