—En realidad para nosotros no había ninguna necesidad de hacer ese trato —fue la orgullosa respuesta—. Nuestro dogma básico, como usted lo llama, no necesita ninguna prueba. Está demostrado por sí mismo en el Libro de las Revelaciones.
—Para el puñado que forman su culto, sí —restalló Athor—. No pretenda confundir mi significado. Ofrecí presentar un respaldo científico a sus creencias. ¡Y lo hice!
Los ojos del cultista se entrecerraron amargamente.
—Sí, lo hizo…, con la sutileza de un zorro, porque su pretendida explicación respaldaba nuestras creencias, y al mismo tiempo extirpaba toda necesidad de ellas. Convirtió usted la Oscuridad y las Estrellas en un fenómeno natural, y retiró de ellas todo su auténtico significado. Eso fue blasfemo.
—Si es así, la culpa no es mía. Los hechos existen. ¿Qué podía hacer yo sino afirmarlos?
—Sus «hechos» son un fraude y una ilusión.
El rostro de Athor se encendió furioso.
—¿Cómo lo sabe usted?
Y la respuesta le vino con la seguridad de la absoluta fe:
—Lo sé.
El director se empurpuró aún más. Beenay avanzo hacia él, pero Athor le hizo un gesto con la mano de que se quedara atrás.
—¿Y qué desea que hagamos, Mondior 71? Supongo que aún piensa que, en nuestro intento de advertir al mundo para que tome medidas contra la amenaza de la locura, estamos interfiriendo de alguna manera con su intento de hacerse cargo del poder después del eclipse. Bueno, no hemos tenido demasiado éxito. Espero que esto le haga feliz.
—El intento en sí ya ha causado bastante daño. Y lo que pretende conseguir aquí esta tarde hará que las cosas sean aún peores.
—¿Qué sabe usted acerca de lo que pretendemos conseguir aquí esta tarde? —preguntó Athor.
Folimun dijo con voz muy suave:
—Sabemos que no ha abandonado usted nunca su esperanza de influenciar a la población. Después de fracasar en su intento de conseguirlo antes de la Oscuridad y las Llamas, ahora pretende hacerlo después, equipado con fotografías de la transición del día a la Oscuridad. Pretende ofrecer a los supervivientes una explicación racional de lo que ocurrió, y guardar en un lugar seguro las supuestas pruebas de sus creencias, a fin de que al final del próximo Año de Gracia sus sucesores en el reino de la ciencia puedan dar un paso adelante y guiar a la Humanidad de tal modo que la Oscuridad pueda ser resistida.
—Alguien ha estado hablando más de la cuenta —susurró Beenay. Folimun siguió:
—Todo esto va contra los intereses de Mondior 71, por supuesto. Y Mondior 71 es el profeta nombrado por los dioses, el que se supone que debe conducir a la Humanidad a través del período que se abre ante nosotros.
—Creo que ya es hora de que vaya al grano —dijo Athor con tono helado.
Folimun asintió.
—Es muy simple. Su imprudente y blasfemo intento de conseguir información por medio de sus malignos instrumentos debe ser detenido. Lo único que lamento es no poder destruir sus artilugios infernales con mis propias manos.
—¿Es eso lo que pretendía? No le hubiera servido de mucho. Todos nuestros datos, excepto las pruebas directas que pensamos reunir hoy, se hallan ya guardados a salvo y mucho más allá de la posibilidad de cualquier daño.
—Tráigalos. Destrúyalos.
—¿Qué?
—Destruya todo su trabajo. Destruya sus instrumentos. A cambio de eso, me ocuparé de que usted y su gente sean protegidos contra el caos que con toda seguridad se desatará cuando llegue el Anochecer.
Ahora hubo risas en la habitación.
—Está loco —dijo alguien—. Totalmente chiflado.
—En absoluto —dijo Folimun—. Devoto, sí. Dedicado a una Causa más allá de su comprensión, sí. Pero no loco. Estoy completamente cuerdo, se lo aseguro. Creo que este hombre de aquí —señaló a Theremon— puede atestiguarlo, y no es conocido precisamente por su credulidad. Pero sitúo mi Causa por encima de todas las demás cosas. Esta noche es crucial en la historia del mundo, y, cuando amanezca mañana, la Gracia triunfará. Le ofrezco un ultimátum. Su gente tiene que terminar con su blasfemo intento de proporcionar explicaciones racionales a la llegada de la Oscuridad esta tarde, y aceptar a Su Serenidad Mondior 71 como la auténtica voz de la voluntad de los dioses. Cuando llegue la mañana, saldrán a colaborar con la obra de Mondior entre la Humanidad, y no se oirá nada más de eclipses, ni de órbitas, ni de la Ley de la Gravitación Universal, ni del resto de sus locuras.
—¿Y si nos negamos? —dijo Athor, con aire casi divertido ante la presunción de Folimun.
—Entonces —dijo Folimun fríamente—, un grupo de gente furiosa encabezada por los Apóstoles de la Llama subirá a esta colina y destruirá su observatorio y todo lo que hay dentro de él.
—Ya basta —dijo Athor—. Llamen a seguridad. Que arrojen a este hombre fuera de aquí.
—Tienen exactamente una hora —dijo Folimun, imperturbable—. Luego, el Ejército de la Santidad atacará.
—Está faroleando —dijo Sheerin de pronto.
Athor, como si no le hubiera oído, dijo de nuevo:
—Llamen a seguridad. ¡Le quiero fuera de aquí!
—Maldita sea, Athor, ¿qué le pasa? —exclamó Sheerin—. Si le suelta, irá ahí fuera a aventar las llamas. ¿No ve que todos esos Apóstoles viven para el caos? ¿Y que esté hombre es un maestro en crearlo?
—¿Qué está sugiriendo?
—Enciérrelo —dijo Sheerin—. Métalo en un cuarto y cierre la puerta con llave, y manténgalo allí durante toda la duración de la Oscuridad. Es la peor cosa que podemos hacerle. Encerrado de ese modo, no verá la Oscuridad, no verá las Estrellas. No se necesita mucho conocimiento del credo de los Apóstoles para darse cuenta de que para él verse privado de las Estrellas, cuando aparezcan, significará la pérdida de su alma inmortal. Enciérrelo, Athor. No sólo es lo más seguro para nosotros, sino que es lo que se merece.
—Y después —jadeó Folimun ferozmente—, cuando todos hayan perdido la razón, no habrá nadie que pueda soltarme. Esto es una sentencia de muerte. Sé tan bien como ustedes lo que significará la llegada de las Estrellas…, lo sé mucho mejor que ustedes. Con sus mentes eliminadas, ninguno de ustedes pensará en liberarme. La asfixia o la inanición, ¿no es eso? Más o menos lo que cabe esperar de un grupo de… científicos. —Hizo que la palabra sonara obscena—. Pero no funcionará. He tomado la precaución de hacer saber a mis seguidores que deben atacar el observatorio exactamente dentro de una hora a menos que yo aparezca y les ordene que no lo hagan. Así pues, encerrarme no les será de ninguna utilidad. Dentro de una hora traerá la destrucción sobre ustedes, eso es todo. Y luego mi gente me liberará, y juntos, alegremente, extáticamente, contemplaremos la llegada de las Estrellas. —Una vena pulsó en la sien de Folimun—. Luego, mañana, cuando todos ustedes no sean más que locos farfullantes, condenados para siempre por sus actos, nos dedicaremos a la tarea de crear un maravilloso nuevo mundo.
Sheerin miró dubitativamente a Athor. Pero Athor parecía vacilar también.
Beenay, de pie al lado de Theremon, murmuró:
—¿Qué piensas? ¿Crees que es una bravata?
Pero el periodista no respondió. Incluso sus labios se habían vuelto pálidos.
—¡Miren eso! —exclamó. El dedo con el que señalaba la ventana temblaba, y su voz era seca y quebradiza.
Hubo un jadeo simultáneo cuando todos los ojos siguieron el dedo que señalaba y, por un momento, miraron helados. ¡Dovim tenía un apreciable mordisco en uno de sus lados!