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25

La pequeña indentación de invasora oscuridad tenía quizá la anchura de una uña, pero para los observadores parecía crecer como la cuarteadura del destino.

La vista de aquel pequeño arco de oscuridad golpeó con terrible fuerza a Theremon. Retrocedió, se llevó la mano a la frente y se apartó de la ventana. Se sentía sacudido hasta las raíces del alma por aquel pequeño mordisco en un lado de Dovim. Theremon el escéptico, Theremon el burlón…, Theremon el obstinado analista de la locura de los demás…

¡Dios! ¡Cuán equivocado estaba!

Cuando se volvió, sus ojos se cruzaron con los de Siferra. Estaba al otro lado de la habitación, mirándole, Había desdén en sus ojos…, ¿o era lástima? Se obligó a sostener su mirada y agitó tristemente la cabeza, como si quisiera decirle con toda humildad lo que había en él. Lié las cosas, y lo siento. Lo siento. Lo siento.

Tuvo la impresión de que ella sonreía. Quizás había comprendido lo que intentaba decirle.

Entonces la habitación se disolvió por un momento en un chillar de confusión cuando todo el mundo empezó a ir precipitadamente de un lado para otro; y, un momento más tarde, la confusión dejó paso a una rápida y ordenada actividad cuando los astrónomos ocuparon sus puestos prefijados, algunos escaleras arriba en la cúpula del observatorio para observar el eclipse a través de los telescopios, algunos a los ordenadores, algunos activando los instrumentos que registrarían los cambios en el disco de Dovim. En este momento crucial no había tiempo para las emociones. Eran simples científicos con un trabajo que hacer. Theremon, solo en medio de todo aquello, miró a su alrededor en busca de Beenay y le halló al fin sentado ante un teclado, trabajando frenéticamente en algún tipo de problema. De Athor no había el menor rastro.

Sheerin apareció al lado de Theremon y dijo con voz prosaica:

—El primer contacto debe de haberse producido hace cinco o diez minutos. Un poco pronto, pero supongo que había muchas incertidumbres implicadas en los cálculos pese a todos los esfuerzos que se pusieron en ellos. —Sonrió—. Debería apartarse de esta ventana, hombre.

—¿Por qué? —dijo Theremon, que había girado en redondo de nuevo para mirar a Dovim.

—Athor está furioso —susurró el psicólogo—. Se perdió el primer contacto por culpa de esa discusión con Folimun. Se halla usted en una posición vulnerable, de pie aquí donde está. Si Athor pasa por aquí cerca lo más probable es que lo arroje fuera por la ventana.

Theremon asintió secamente y se sentó. Sheerin le miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—¡Por todos los diablos, hombre! ¡Está usted temblando!

—¿Eh? —Theremon se humedeció los resecos labios e intentó sonreír—. No me siento muy bien, y eso es un hecho.

Los ojos del psicólogo se endurecieron.

—Supongo que no estará perdiendo tos nervios, ¿verdad?

—¡No! —exclamó Theremon en un destello de indignación—. Deme una oportunidad, ¿quiere? ¿Sabe una cosa, Sheerin? Deseaba creer en todo este asunto del eclipse, pero no podía, sinceramente no podía, todo me parecía la más transparente de las fantasías. Quise creerlo en bien de Beenay, en bien de Siferra…, incluso en bien de Athor, en cierto modo. Pero no pude. No hasta este minuto. Deme tiempo para acostumbrarme a la idea, ¿de acuerdo? Usted ha tenido meses. A mí acaba de golpearme en plena frente.

—Entiendo lo que quiere decir —dijo Sheerin, pensativo—. Escuche. ¿Tiene usted familia…, padres, esposa, hijos?

Theremon negó con la cabeza.

—No. Nadie por quien deba preocuparme. Bueno, tengo una hermana, pero está a tres mil kilómetros de distancia. Ni siquiera he hablado con ella en un par de años.

—Bien, entonces, ¿qué hay de usted mismo?

—¿Qué quiere decir?

—Podría intentar ir a nuestro Refugio. Hay sitio para usted ahí. Es probable que aún tenga tiempo…, podría llamarles y decir que va usted para allá, y le abrirán la puerta…

—Así que piensa usted que estoy asustado hasta la médula, ¿verdad?

—Usted mismo dijo que no se sentía bien.

—Quizá no. Pero estoy aquí para cubrir la historia. Y eso es lo que tengo intención de hacer.

Hubo una débil sonrisa en el rostro del psicólogo.

—Entiendo. El honor profesional, ¿verdad?

—Puede llamarlo así —dijo Theremon débilmente—. Además, ayudé en buena parte a minar el programa de preparativos de Athor, ¿o acaso lo ha olvidado? No puede creer usted que ahora voy a tener el valor de ir corriendo a ocultarme en el mismo Refugio del que me estuve burlando, Sheerin.

—No lo había visto desde este ángulo.

—Me pregunto si aún quedará un poco de ese vino miserable oculto por ahí. Si hubo alguna vez un momento en el que necesité un trago…

—¡Chissst —dijo Sheerin. Dio un fuerte codazo a Theremon—. ¿Oye eso? ¡Escuche!

Theremon miró en la dirección que indicaba Sheerin. Folimun 66 estaba de pie junto a la ventana, con una expresión de salvaje excitación en su rostro. El apóstol murmuraba algo para sí mismo en un tono bajo, como un sonsonete. Hizo que al periodista se le pusiera la piel de gallina.

—¿Qué es lo que dice? —susurró—. ¿Puede captar algo?

—Está citando el Libro de las Revelaciones, capítulo primero —respondió Sheerin. Luego, con urgencia—: Calle y escuche, ¿quiere?

La voz del Apóstol se alzó bruscamente en un incremento de fervor:

—Y llegó a ocurrir en esos días que el sol, Dovim, montó su vigilia en solitario en el cielo durante períodos más largos que en las revoluciones pasadas; hasta que llegó el momento en el que brilló durante toda una media revolución, solitario, encogido y frío, en el cielo sobre Kalgash.

»Y los hombres se reunieron en las plazas públicas y en los caminos, para discutir sobre la maravilla que se ofrecía a sus vistas, porque un extraño miedo y miseria se había apoderado de sus espíritus. Sus mentes estaban turbadas y su habla era confusa, porque las almas de los hombres aguardaban la llegada de las Estrellas.

» Y en la ciudad de Trigón, al mediodía, Vendret 2 se adelantó y dijo a los hombres de Trigón: “¡Escuchad, pecadores! Os burlasteis de los caminos de la rectitud, pero ahora vendrá el tiempo de pasar cuentas. En estos momentos la Cueva se acerca para engullir Kalgash, sí, y todo lo que contiene.”

»Y en ese momento, mientras hablaba, el labio de la Cueva de la Oscuridad rebasó el borde de Dovim, de tal modo que todo Kalgash quedó oculto de su vista. Fuertes fueron los gritos y las lamentaciones de los hombres a medida que se desvanecía, y grande fue el miedo del alma con que se vieron afligidos.

»Y entonces ocurrió que la Oscuridad de la Cueva cayó por completo sobre Kalgash con todo su terrible peso, de tal modo que no hubo luz con la que ver en toda la superficie del mundo. Los hombres quedaron como si estuvieran ciegos, nadie podía ver a su vecino, aunque sintiera su aliento sobre su rostro.

»Y en medio de esta oscuridad aparecieron las Estrellas en número incontable, y su brillo fue como el brillo de todos los dioses reunidos en cónclave. Y con la llegada de las Estrellas llegó también la música, que tenía una belleza tan prodigiosa que las propias hojas de los árboles se convirtieron en lenguas para exclamar maravilladas.

»Y en ese momento las almas de los hombres escaparon de ellos y volaron hacia arriba en dirección a las Estrellas, y sus cuerpos abandonados se convirtieron en igual que bestias; sí, en igual que los torpes brutos salvajes; de tal modo que merodearon por las oscuras calles de las ciudades de Kalgash emitiendo gritos salvajes, como los gritos de las bestias.