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Y tenía que admitirse a sí mismo que se sentía desesperadamente ansioso por saber si los cálculos de los dos hombres habían confirmado los suyos.

Era prácticamente una lucha entre dos fuerzas iguales: el poderoso atractivo de Raissta por una parte, y el deseo de descansar su mente acerca de un importante asunto científico por la otra. Y, aunque tenía la obligación de llegar a la hora a su cita, Beenay se dio cuenta no sin cierta confusión de que en cierto modo había establecido una cita con Raissta también…, y de que se trataba no sólo de un asunto de obligación sino también de deleite.

—Mira —dijo, al tiempo que se dirigía al diván y tomaba la mano de ella entre las suyas—. No puedo estar en dos lugares a la vez, ¿de acuerdo? Y, cuando te dije lo que te dije ayer, olvidé que Faro y Yimot vendrían hoy a verme al observatorio. Pero haré un trato contigo. Déjame subir allí y arreglar las cosas con ellos, y luego me saltaré todo lo demás y volveré aquí dentro de un par de horas. ¿Qué te parece?

—Se supone que tienes que fotografiar esos asteroides esta tarde —dijo ella, con un mohín de nuevo, y esta vez sin sonreír en absoluto.

—¡Maldita sea! Bueno, le pediré a Thilanda que haga el trabajo fotográfico por mí, o a Hikkinan. O a alguien. Volveré a la puesta de Onos, es una promesa.

—¿Una promesa?

Él apretó fuertemente su mano y le ofreció una rápida sonrisa insinuante.

—Una que pienso mantener. Puedes apostar lo que quieras. ¿De acuerdo? ¿No estás enfadada?

—Bueno…

—Me sacaré a Faro y Yimot de encima tan rápido como pueda.

—Será mejor que lo hagas. —Y, mientras él reunía sus papeles de nuevo, añadió—: De todos modos, ¿por qué es tan terriblemente importante este asunto con Faro y Yimot?

—Trabajo de laboratorio. Estudios gravitatorios.

—Debo decir que para mí no suena en absoluto importante.

—Espero que resulte no ser importante para nadie —respondió Beenay—. Pero eso es algo que necesito descubrir lo antes posible.

—Me gustaría saber de qué estás hablando.

Él echó una ojeada a su reloj e inspiró profundamente. Supuso que podía quedarse allí otro minuto o dos.

—Sabes que últimamente he estado trabajando en el problema del movimiento orbital de Kalgash en torno a Onos, ¿no?

—Por supuesto.

—Muy bien. Hace un par de semanas descubrí una anomalía. Mis números orbitales no encajaban con la Teoría de la Gravitación Universal. Así que los comprobé, naturalmente, pero me dieron exactamente el mismo resultado la segunda vez. Y la tercera. Y la cuarta. Siempre la misma anomalía, no importaba el método de cálculo que utilizara.

—Oh, Beenay, lamento tanto oír eso. Has trabajado tan duro en ello, lo sé, y descubrir ahora que tus conclusiones no son correctas…

—¿Y si lo fueran a pesar de todo?

—Pero has dicho…

—En este punto no sé si mis cálculos son correctos o erróneos. Hasta ahora todo lo que puedo decir es que son correctos, pero no parece concebible que lo sean. Los he comprobado y comprobado y comprobado, y cada vez he obtenido el mismo resultado, tras todo tipo de comprobaciones para asegurarme de que no he cometido ningún error en ellos. Pero el resultado que obtengo es imposible. La única explicación a la que puedo llegar es que parto de una suposición disparatada y lo hago todo correctamente desde entonces, en cuyo caso voy a encontrarme con la misma respuesta equivocada no importa el método que utilice para comprobar mis cálculos. Puede que esté ciego a algún problema fundamental en la base de todo mi conjunto de postulados. Si empiezas como una cifra equivocada para la masa planetaria, por ejemplo, hallarás una órbita equivocada para tu planeta no importa lo exactos que sean todo el resto de tus cálculos. ¿Me sigues?

—Hasta ahora, sí.

—En consecuencia he dado el problema a Faro y Yimot, sin decirles realmente de qué se trataba, y les he pedido que calculen todo el asunto desde el principio. Son unos chicos brillantes. Puedo contar con ellos para que hagan unos cálculos decentes. Y si terminan con la misma conclusión que yo, y además llegan a ella desde un ángulo que excluya completamente cualquier error que yo pueda haber metido en mi línea de razonamiento, entonces tendré que admitir que mis cifras son correctas después de todo.

—Pero no pueden hacerlo, Beenay. ¿No acabas de decir que tus resultados son contrarios a la Ley de la Gravitación Universal?

—¿Y si la Ley de la Gravitación Universal es errónea, Raissta?

—¿Qué? ¿Qué?

Se lo quedó mirando fijamente. Había un asombro total en sus ojos.

—¿Ves el problema? —preguntó Beenay—. ¿Ves por qué necesito saber inmediatamente lo que Yimot y Faro han encontrado?

—No —dijo ella—. No, no lo veo en absoluto.

—Hablaremos de ello más tarde. Te lo prometo.

—Beenay… —medio decepcionada.

—Tengo que irme. Pero volveré tan pronto como pueda. ¡Es una promesa, Raissta! ¡Una promesa!

5

Siferra se detuvo tan sólo el tiempo suficiente para tomar un pico y un cepillo de la tienda del equipo, que había sido medio derribada hacia un lado por la tormenta de arena pero estaba todavía razonablemente intacta. Luego trepó por el lado de la Colina de Thombo, con Balik izándose enérgicamente a sus talones. El joven Eilis 18 estaba asomado en el refugio bajo el risco ahora, y permanecía con la vista alzada hacia ellos. Thuvvik y su grupo de trabajadores estaban un poco más atrás, observando, rascándose desconcertados la cabeza.

—Cuidado —advirtió Sierra a Balik, cuando hubo alcanzado el inicio de la canal abierta que la tormenta de arena había excavado en la colina—. Voy a intentar un corte de prueba.

—¿No deberíamos fotografiarlo primero y…?

—He dicho cuidado —dijo ella secamente, mientras clavaba su pico en la ladera de la colina y lanzaba una lluvia de tierra suelta rodando contra la cabeza y hombros de su compañero.

Éste saltó hacia un lado, escupiendo arena.

—Lo siento —dijo ella, sin mirar hacia abajo. Clavó el pico en la ladera una segunda vez y abrió más la canal de la tormenta. Sabía que cortar de aquel modo no era la mejor de las técnicas. Su mentor, el gran viejo Shelbik, se estaría probablemente agitando en su tumba. Y el fundador de su ciencia, el reverenciado Galdo 221, debía de estar mirando sin duda hacia abajo desde su exaltado lugar en el panteón de los arqueólogos y sacudiendo tristemente la cabeza.

Por otro lado, Shelbik y Galdo habían tenido la oportunidad de poner al descubierto lo que había en la Colina de Thombo, y no la habían aprovechado. Si ella se sentía un poco demasiado excitada ahora, con una prisa ligeramente excesiva en su ataque, bueno, simplemente tendrían que perdonarla. Ahora que la aparente calamidad de la tormenta de arena se había transformado en una extraordinaria buena suerte, ahora que la aparente ruina de su carrera se había convertido inesperadamente en la base de su encumbramiento, Siferra era incapaz de contenerse y no descubrir de inmediato lo que había enterrado allí. No podía. Absolutamente no podía.

—Mira… —murmuró, echando una gran masa de recubrimiento a un lado y empezando a trabajar con el cepillo—. Tenemos una capa carbonizada aquí, justo al nivel de los cimientos de la ciudad ciclópea. El lugar debió de arder hasta la misma piedra. Pero si miras un poco más abajo en la colina podrás ver que la ciudad estilo entrecruzado se asienta inmediatamente debajo de esta línea de fuego…, la gente ciclópea simplemente clavó sus monumentales cimientos encima de la ciudad más antigua…

—Siferra… —empezó a decir Balik, intranquilo.

—Lo sé, lo sé. Pero déjame al menos empezar a ver lo que hay aquí. Sólo un pequeño sondeo ahora, y luego podremos ponernos a hacer las cosas de la manera adecuada. —Tenía la sensación de estar transpirando de la cabeza a los pies. Empezaban a dolerle los ojos, tan intensamente miraba—. ¿Lo ves? Estamos todavía casi en la parte superior de la colina, y ya tenemos dos ciudades. Y supongo que, si abrimos el montículo un poco más, en alguna parte alrededor de donde podemos esperar hallar los cimientos de la gente del estilo entrecruzado, encontraremos…, ¡sí! ¡Sí! ¡Aquí! ¡Por la Oscuridad, mira eso, Balik! ¡Simplemente mira!