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Señaló triunfante con la punta de su pico.

Era evidente otra oscura línea de carbón ante ellos, cerca de los cimientos del edificio estilo entrecruzado. El segundo nivel más alto también había sido destruido por el fuego, del mismo modo que el ciclópeo. Y, por el aspecto que tenían las cosas, se asentaba sobre las ruinas de un poblado aún más antiguo.

Balik se sentía atrapado ahora también por la fiebre. Se pusieron a trabajar juntos para dejar al descubierto la cara exterior de la colina, a medio camino entre el nivel del suelo y la rota parte superior. Eilis les llamó para preguntarles qué estaban haciendo, por Kalgash, pero le ignoraron. Prendidos por el ansia y la curiosidad, abrieron rápidamente la arena compactada por el viento, avanzando cinco centímetros al interior de la colina, diez, quince…

—¿Ves lo que veo yo? —exclamó Siferra.

—Otro poblado, sí. Pero, ¿qué tipo de arquitectura es ésta, puedes decírmelo?

Ella se encogió de hombros.

—Es nuevo para mí.

—Y para mí también. Algo muy arcaico, eso seguro.

—No hay duda al respecto. Pero creo que no es lo más arcaico que tenemos aquí, en absoluto. —Siferra miró hacia el distante suelo—. ¿Sabes lo que pienso, Balik? Hemos descubierto cinco ciudades aquí, seis, siete, quizás ocho, cada una directamente encima de la anterior. ¡Tú y yo podríamos pasar el resto de nuestras vidas cavando en esta colina!

Se miraron el uno al otro, maravillados.

—Será mejor que bajemos y tomemos algunas fotos ahora. —Se sentía casi tranquila de pronto. Ya había bastante de aquel furioso picar y cavar, pensó. Era hora de volver a ser profesionales. Tenían que enfrentarse a aquella colina como eruditos, no como buscadores de tesoros o periodistas.

Que Balik tomara sus fotografías primero, desde todos los ángulos. Luego tomarían muestras del suelo a nivel superficial, y clavarían los primeros marcadores, y seguirían paso a paso todo el resto de los procedimientos preliminares estándar.

Luego un corte de prueba, un atrevido pozo directamente a través de la colina, para obtener una idea de lo que tenían realmente allí.

Y luego, se dijo a sí misma, pelaremos esta colina capa tras capa. La abriremos por completo, arrancaremos cada estrato para mirar lo que hay en el de debajo, hasta que alcancemos el suelo virgen. Y cuando hayamos hecho todo eso, se juró, sabremos más de la prehistoria de Kalgash de lo que todos mis predecesores puestos juntos han sido capaces de averiguar desde que los primeros arqueólogos llegaron a Beklimot para excavar.

6

—Lo hemos arreglado todo para su inspección del Túnel del Misterio, doctor Sheerin —dijo Kelaritan—. Si está usted frente a su hotel dentro de una hora, nuestro coche le recogerá.

—De acuerdo —dijo Sheerin—. Le veré dentro de una hora.

El grueso psicólogo colgó el auricular y se miró solemnemente en el espejo opuesto a su cama.

El rostro que le devolvió la mirada era un rostro turbado. Parecía tan consumido y ojeroso que tironeó de sus mejillas para asegurarse de que todavía estaban allí. Sí, allí estaban, sus familiares mejillas carnosas. No había perdido ni un gramo. La consunción estaba toda en su mente.

Sheerin había dormido mal —en realidad apenas había dormido, o eso le parecía ahora—, y ayer tan sólo había picoteado su comida. Y en estos momentos no tenía el menor apetito. El pensamiento de bajar a tomar el desayuno no le atraía en lo más mínimo. No sentirse hambriento era un concepto extraño para él.

¿Era lo taciturno de su humor, se preguntó, el resultado de sus entrevistas con los infelices pacientes de Kelaritan ayer?

¿O simplemente le aterraba la idea de cruzar el Túnel del Misterio?

Ciertamente, ver a aquellos tres pacientes no había sido fácil. Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que había hecho trabajo clínico, y evidentemente su estancia entre los académicos de la Universidad de Saro había atenuado el distanciamiento profesional que permitía a los miembros de las artes curativas enfrentarse a la enfermedad sin verse abrumados por la compasión y el pesar. Sheerin se sintió sorprendido ante aquello, ante la piel fina y el corazón tierno que parecía haber desarrollado.

Aquel primer paciente, Harrim, el estibador…, parecía lo bastante recio como para soportar cualquier cosa. Y, sin embargo, quince minutos de Oscuridad en su trayecto a través del Túnel del Misterio lo habían reducido a un estado tal que el simple hecho de revivir el trauma en su memoria lo sumía en una balbuceante histeria. Qué terriblemente triste era aquello.

Y luego los otros dos, por la tarde…, estaban en peor estado aún. Gistin 190, la maestra de escuela, aquella encantadora y frágil mujer de ojos oscuros e inteligentes…, no había sido capaz de dejar de sollozar ni un solo momento y, aunque podía hablar claramente y bien, al menos al principio, su historia había degenerado a meros balbuceos incoherentes al cabo de unas pocas frases. Y Chimmilit 97, el atleta de la escuela secundaria, evidentemente un espécimen en perfecta forma física… Sheerin iba a tardar en olvidar cómo había reaccionado el muchacho a la vista del cielo vespertino cuando Sheerin abrió las contraventanas de su habitación. Allí estaba Onos brillando en el Oeste, y todo lo que aquel fornido y apuesto muchacho consiguió decir fue «La Oscuridad…, la Oscuridad…», ¡antes de darse la vuelta e intentar ocultarse debajo de su cama!

La Oscuridad…, la Oscuridad…

Y ahora, pensó Sheerin lúgubremente, es mi turno de efectuar el trayecto por el Túnel del Misterio.

Por supuesto, podía simplemente renunciar. No había nada en su contrato como consultor con la Municipalidad de Jonglor que requiriera arriesgar su cordura. Había sido capaz de presentar una opinión bastante válida sin necesidad de poner su cuello en peligro.

Pero algo en él se rebelaba ante tal timidez. Su orgullo profesional, si no otra cosa, lo empujaba hacia el Túnel. Estaba allí para estudiar el fenómeno de la histeria de masas, y para ayudar a esa gente a elaborar formas no sólo de curar a las actuales víctimas sino de prevenir recurrencias de tales tragedias. ¿Cómo podía dignarse explicar lo que les había ocurrido a las victimas del Túnel si no efectuaba un profundo estudio personal de la causa de sus trastornos? Tenía que hacerlo. No sería honesto actuar de otro modo.

Y tampoco deseaba que nadie, ni siquiera esos extranjeros aquí en Jonglor, pudiera acusarle de cobardía. Recordaba las burlas de su infancia: «¡Gordito es un cobarde! ¡Gordito es un cobarde!» Todo porque no había querido subirse a un árbol que estaba a todas luces más allá de las capacidades de su pesado y mal coordinado cuerpo. Pero Gordito no era un cobarde. Sheerin lo sabía. Se sentía satisfecho consigo mismo: un hombre cuerdo y bien equilibrado. Simplemente no quería que otras personas hicieran suposiciones incorrectas acerca de él debido a su poco heroica apariencia.

Además, menos de uno de cada diez de todos aquellos que habían cruzado el Túnel del Misterio habían salido de él mostrando algún síntoma de alteración emocional. Y esa gente tenía que haber sido vulnerable de alguna manera especial. Precisamente debido a que estaba tan cuerdo, se dijo a sí mismo, debido a que estaba tan bien equilibrado, no tenía nada que temer.