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Había manijas, timbres, donde, en la marca de una mano, otra mano era puesta.
Maletas de viaje, una al lado de la otra en el equipaje abandonado. Y tal vez un noche un mismo sueño olvidado al caminar.
Pero cada principio es solo una continuación y el libro del destino esta siempre abierto a la mitad

UN TERRORISTA: ÉL OBSERVA

La bomba explotará en el bar a las trece veinte.
Ahora apenas son las trece y dieciséis. Algunos todavía tendrán tiempo de salir. Otros de entrar. El terrorista ya se ha situado al otro lado de la calle. Esa distancia lo protege de cualquier mal y se ve como en el cine: Una mujer con una cazadora amarilla: ella entra. Un hombre con unas gafas oscuras: él sale. Unos chicos con vaqueros: ellos están hablando. Trece diecisiete y cuatro segundos. Ese más abajo tiene suerte y sube a una moto, y ese más alto entra. Trece diecisiete y cuarenta segundos. Una niña: ella va andando con una cinta verde en el pelo. Sólo que de repente ese autobús la tapa. Trece dieciocho. Ya no está la niña. Habrá sido tan tonta como para entrar, o no, eso ya se verá cuando vayan sacando. Trece diecinueve. Y ahora como que no entra nadie. En vez de entrar aún hay un gordo calvo que sale. Pero parece que busca algo en sus bolsillos y a las trece veinte menos diez segundos vuelve a buscar sus miserables guantes. Son las trece veinte. Qué lento pasa el tiempo. Parece que ya. Todavía no. Sí, ahora. Una bomba: la bomba explota.