– Haz que tus agentes lo repitan hasta el cansancio, César. Explícales la conducta de Antonio en los términos más sencillos; las personas necesitan de la simplicidad si deben comprenderlo -manifestó Livia Drusilia-. Pero hay más que eso, ¿verdad?
– Oh, sí. Ya no soy triunviro, y si los primeros días de la guerra no fueran bien… ¡Livia Drusilia, mi dominio sobre el poder es tan tenue! ¿Qué pasa si Pollio sale del retiro con Publio Ventidio?
– ¡César, César, no seas tan lúgubre! Has demostrado públicamente que la guerra es una guerra extranjera. ¿No hay otra manera?
– Una, aunque creo que no es suficiente. Cuando la República era muy joven, los feciales fueron enviados a un agresor extranjero para negociar un acuerdo. Su jefe era el pater patratus, que tenía con él al verbenarius. Este hombre llevaba hierbas y tierra recogida en el Capitolio; las hierbas y la tierra les daba a los feciales una protección mágica. Pero luego eso se convirtió en algo incómodo y, sin embargo, se celebró una gran ceremonia en el templo de Belona. Pretendo revivir la ceremonia y hacer que el mayor número posible de personas la presencie. Un comienzo, pero de ninguna manera un fin.
– ¿Cómo sabes todo eso? -preguntó con curiosidad.
– Divus Julius me lo dijo. Era una gran autoridad en nuestros antiguos ritos religiosos. Había un grupo de ellos interesados en el tema: Divus Julius, Cicerón, Nigidio Figulo y Apio Claudio Pulcher, creo. Divus Julius me dijo, riéndose, que siempre había tenido ganas de realizar la ceremonia, pero que nunca había tenido tiempo.
– Entonces debes hacerlo por él, César.
– Lo haré.
– ¡Bien! ¿Qué más? -preguntó ella.
– No se me ocurre nada más excepto una propaganda lo más amplia posible, y que eso no haga mi propia posición menos precaria.
Los ojos de Livia Drusilia se agrandaron mientras contemplaba el espacio por un largo momento, y luego respiró profundamente.
– César, soy la nieta de Marco Livio Druso, el tribuno de la plebe que casi evitó la guerra italiana al aplicar la legislación romana a todos los italianos. Sólo el asesinato le impidió hacerlo. Recuerdo haber visto el cuchillo, una hoja malvada utilizada para cortar el cuero. Druso tardó días en morir, entre grandes alaridos de agonía.
Conmovido, él miró su rostro atentamente, poco seguro de saber adónde quería ir a parar, pero con una sensación en la boca del estómago de que ella estaba diciendo algo que sería de enorme importancia. Algunas veces su Livia Drusilia tenía el poder adivinatorio, o algo que, si no era eso, también era sobrenatural.
– Continúa -la animó.
– El asesinato de Druso no hubiese sido necesario de no haber hecho él algo extraordinario, algo que elevó tanto su posición que sólo el asesinato podría derribarlo… Obtuvo en secreto un juramento sagrado de alianza personal de todos los italianos no ciudadanos. De haber sido aprobada su legislación, hubiese tenido a toda Italia en su clientela, y hubiese sido tan poderoso que podría haber gobernado como dictador a perpetuidad de haber tenido tal inclinación. Si la tenía, nunca se sabrá. ¿Me pregunto si sería posible para ti pedirle al pueblo de Roma y a Italia que hagan un juramento de alianza personal contigo?
Él se había quedado helado; ahora había comenzado a temblar. El sudor corrió por su frente, se le metió en los ojos y le ardió como un ácido.
– ¡Livia Drusilia! ¿Qué te hace pensar eso?
– El ser su nieta, supongo, aunque mi padre fuera hijo adoptivo de Druso. Siempre ha sido una de las historias de la familia. Druso era el más valiente entre los valientes.
– Pollio, Salustio. Seguramente, alguien ha preservado la forma del juramento en la historia de aquellos tiempos.
– No es necesario revelar el juego a personas como ellos. Ella sonrió-. Puedo recitarte el juramento de corrido.
– ¡No lo hagas! Todavía no. Escríbelo para mí, y después ayúdame a corregirlo para adecuarlo a mis propias necesidades, que no son las de Druso. Prepararé la ceremonia fecial, tan pronto como pueda y comiencen a hablar los agentes. Insistiré en machacar a la Reina de las Bestias, haré que Mecenas se invente fabulosos vicios de ella, haré una lista de amantes y siniestros crímenes. Cuando ella camine en mi desfile triunfal, nadie debe apiadarse de ella. Es tan poca cosa que alguien que la vea puede sentirse tentado a compadecerse a menos que sea vista como una fusión de arpías, furias, sirenas y gorgonas; un auténtico monstruo. Sentaré a Antonio de espaldas en un asno y le pondré cuernos de cornudo en su cabeza. Le negaré la ocasión de parecer noble o romano.
– Te estás apartando del tema -dijo ella con voz suave.
– ¡Oh! Sí, así es. A partir del Año Nuevo seré primer cónsul, lo que me permitirá hacia finales de diciembre poner carteles en todas las ciudades, pueblos y aldeas desde los Alpes hasta el empeine, la punta y el tacón. En ellos anunciaré el juramento y rogaré humildemente a quien lo desee que se adscriba. Sin ninguna coerción, sin ninguna recompensa. Debe ser prístino, una cosa voluntaria y transparente. Si la gente quiere verse libre de la amenaza de Cleopatra, entonces debe jurar permanecer a mi lado hasta que lleve a cabo mi tarea. Si jura bastante gente, nadie se atreverá a derrocarme, a despojarme de imperium. Si los hombres como Pollio declinan sumarse, no buscaré venganza, ya sea en el momento o en el futuro.
– Siempre debes estar por encima de la venganza, César.
– Soy consciente. -Se rió-. Después de Filipos, pensé mucho en hombres como Sila y mi divino padre; intenté ver dónde se habían equivocado. Comprendí que les gustaba vivir de una forma extravagante, además de regir el Senado y las asambleas con mano de hierro. Por lo tanto, decidí ser un hombre discreto y nada ostentoso, y gobernar Roma como un querido y bondadoso papá.
Belona era la diosa original de la guerra de Roma, y se remontaba a las épocas en que los dioses romanos eran simples fuerzas que no tenían rostro ni sexo. Su otro nombre era Nerio, una deidad todavía más misteriosa entrelazada con Marte, el posterior dios de la guerra. Cuando Apio Claudio el Ciego inauguró el templo para que los protegiera durante las güeñas etruscas y samnitas, colocó una estatua de ella en el edificio; era elegante y estaba bien conservada: se pintaba regularmente con vividos colores. Como la guerra era algo que no se podía discutir dentro del pomerium de la ciudad, el recinto de Belona, que era muy espacioso, estaba en el Campo de Marte, fuera del recinto sagrado. Como todos los templos romanos, estaba montado sobre un alto podio. Para llegar al interior había que subir veinte escalones en dos tramos de diez; sobre la ancha extensión de la plataforma, entre los dos tramos de escalera y exactamente en el medio, había una columna de mármol rojo cuadrada de un metro veinte de altura. Al pie de los escalones había un iugerum de lozas, los márgenes marcados con plintos fálicos sobre los que descansaban las estatuas de los grandes generales romanos: Fabio Máximo Cunctator, Apio Claudio Caecus, Escipión el Africano, Emilio Paulo, Escipión Emiliano, Cayo Mario, César Divus Julius y muchos otros, todos tan bien pintados que parecían vivos.
Cuando se reunió el Colegio de Feciales, veinte en total, en las escaleras de Belona, lo hicieron ante una nutrida audiencia de senadores, caballeros, hombres de la tercera, cuarta y quinta clase y algunos pobres del Censo por Cabezas. Aunque el Senado tenia que ser acomodado en pleno, Mecenas había escogido colocar al resto lo bastante cerca como para que viesen los acontecimientos y los desparramasen a través de los estratos sociales. De esta manera, los hombres de Subura y Esquilmo estaban representados con la misma generosidad que los hombres del Palatino y Carinae.