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La reacción era tan diferente a lo que Codi había esperado que la certeza de estar metido en algo mucho más grande que el capricho de una niña se cernió sobre él. La insistencia de Fally Ramis le vino a la mente de nuevo; una insistencia llena de una valentía desesperada. No era eco de una pasión adolescente. Era otra cosa. Más importante, más madura, más secreta. Esa niña le había mentido en algo, comprendió, o quizá en todo, al convertirlo en un recadero para…

— Me… Me dio esto para que se lo entregara.

Con cuidado, Codi introdujo la mano en su bolsillo y sacó el marco. Se acercó cuidando de no pisar los cristales, medio esperando que Cherny saliera del trance y se desquitara físicamente por su impertinencia. Lo único que hizo el orchestrista fue extender la mano. Al dejar el mensaje sobre la palma abierta de Cherny, Codi vio que temblaba aún más que antes.

Las dos mitades del marco se desplegaron con un clic apenas audible. El aire sobre la palma de Cherny comenzó a vibrar. La cara de Fally apareció allí, pero Codi casi no fue capaz de reconocerla. Seguía pareciendo un patito feo, pero esta vez desesperado por cambiar. Sus ojos, ya grandes de por sí, parecían enormes debido al ángulo de la grabación. Codi pudo distinguir cómo sus pupilas se dilataban. Vio su boca entreabrirse, vio que se mordía el labio y luchaba por hablar sin conseguirlo. Había tanta emoción en sus ojos que Codi tuvo que esforzarse por recordar que estaba viendo una imagen, que la niña no estaba allí en realidad.

— Gabriel… — pronunció Fally en un hilo de voz, un mero susurro en la primera sílaba y un tembloroso sollozo en la última—. Gabriel, te… ¿acuerdas de mí?

No dijo más. Miró hacia abajo con vacilación, se mordió el labio de nuevo y finalmente desapareció. El aire tembló sobre la palma del orchestrista mientras cerraba el marco.

Durante un minuto se quedó quieto, mirando el lugar donde había estado la imagen. Luego, lentamente, clavó los ojos en Codi: dos pozos sin fondo negros como la noche.

—¿De qué conoce a mi hermana? — preguntó en un susurro.

CAPÍTULO IV

Aunque Codi sentía la tentación de decir algo, cualquier cosa, era lo suficientemente inteligente para quedarse callado. Cherny le había hecho una pregunta pero no parecía esperar la respuesta: no miraba a Codi, sino a través de él. Los dedos de su mano izquierda se cerraban y se abrían reflexivamente, como si aún tuviera la copa en la mano.

Había una sola ventaja en tener a Gabriel Cherny mirándolo de aquel modo inquietante. Se notaba que tenía los mismos ojos que Fally Ramis, pero con una diferencia. La indefinible chispa de vida era límpida y apasionada en los ojos de ella, y reservada y oscura en los de él. Y, de forma totalmente absurda, fue eso lo que hizo que Codi creyera en sus palabras, creyera completamente y sin reservas a pesar de que eran, sencillamente, imposibles.

Tras largos segundos de espera, el orchestrista se movió. Dio dos pasos hasta la mesa y dejó allí el mensaje. El plateado sonido que emitió el marco al tocar la superficie delató la torpeza de sus movimientos. ¿Dónde estaba su compostura, la elegancia de sus gestos? Cherny estaba tan blanco como el suelo que pisaba. Cuando se volvió hacia Codi de nuevo, el periodista decidió que nunca había visto a nadie tan profundamente afectado por una noticia, tan desesperado por controlarse y tan absolutamente incapaz de hacerlo.

—¿De qué conoce a mi hermana? — preguntó Cherny de nuevo, y esta vez Codi notó que realmente deseaba saberlo.

— Me encontré con Fally cuando fui a entrevistar al señor Ramis. Estábamos los dos esperando para hablar con él.

—¿Y?

— Hablamos un poco. Luego me alcanzó en la calle y me dio el mensaje.

—¿Por qué? — Cherny aún no tenía pleno control sobre su voz, pero su hostilidad previa volvía a insinuarse.

De repente, Codi se dedicó a observar el suelo como si fuera una obra de arte fascinante. La del orchestrista era una pregunta retórica. ¿Por qué, qué? ¿Por qué había decidido Fally mandar el mensaje? ¿O por qué había elegido abordarlo a él? ¿Qué demonios quería Cherny que le contestara a eso? El periodista se sentía agudamente consciente de todo su cuerpo, desde la expresión de su cara hasta la posición de sus brazos caídos. Su inicial impresión de Cherny, basada en los vídeos repasados el día anterior, se había confirmado espectacularmente: era una persona calculadora y arrogante. Normalmente, estas cualidades desagradaban profundamente a Codi, pero ahora mismo el orchestrista estaba tan alterado y se esforzaba tan vehementemente por no mostrarlo que Codi no se sentía capaz de juzgarlo. No deseaba otra cosa que devolverle su privacidad. Con mucho gusto desaparecería del lugar de inmediato, pero ya había dejado claro que no estaba en su poder hacerlo.

— No lo sé — fue lo único que pudo decir.

Se miraron, la expresión del orchestrista endureciéndose en el primer instante y suavizándose después. Para sorpresa de Codi, Cherny incluso asintió mínimamente con la cabeza. La sangre seguía sin aparecer en su cara. Los dedos de su mano izquierda se movían nerviosamente y daban vueltas a un objeto que Codi no llegaba a ver.

— Hace mucho que no tengo noticias de ella.

— Es una muchachita increíble — dijo el periodista con sinceridad—. Muy seria para su edad, decidida. Muy simpática. Se está convirtiendo en una mujer magnífica.

— Era muy pequeña la última vez que la vi… Ella… ella… ¿qué hace? ¿Sabe si toca?

Qué pregunta tan extraña. ¿Era eso lo único que le interesaba a Cherny de ella, si tocaba? Curiosamente Codi podía contestarle, pero no lo hizo porque en aquel preciso momento la gravedad de los hechos, incluida la de su propio papel, se le echó encima. Todo aquel asunto podía ser ilegal… inmoral… se trataba de una menor de edad… Pensar en ello hizo que Codi recobrara parte de la cautela que perdió cuando puso pie en la isla de Gabriel Cherny.

— Fally me dio el recado — empezó a decir, tratando de formular la pregunta sin alterar aún más a su anfitrión—, pero no me dijo ni una palabra de todo esto y yo… comprenderá que me preocupe por el bienestar de la niña. No es que no le crea, pero…

— Faelas es mi hermana — le cortó Cherny sin inmutarse.

—¿Medio hermana? — sugirió Codi.

El orchestrista asintió.

— La adoptaron cuando tenía cinco años. Yo tenía… quince.

—¿Stiven Ramis es entonces su padre adoptivo?

Lo cual le dejaba a Codi con una nueva preocupación: qué haría el hombre si se enteraba de aquello. Menuda gracia le haría tener a su hija buscando a escondidas a su primera familia. ¡Y qué familia! Menudo culebrón. Pasto de noticiarios hasta finales de año.

Cherny no respondió a la pregunta. Se limitó a recoger el álbum de fotos que Codi había visto con anterioridad. Lo activó con gesto brusco y se lo pasó al periodista sin mediar palabra. Codi, inseguro de sus intenciones, lo aceptó. Pesaba aún más de lo que su decorativo marco sugería a simple vista, así que fue hasta el sofá y se sentó en el borde. Colocó el álbum cuidadosamente sobre las rodillas y examinó la primera de las fotos. Era una gran sala de conciertos con varios sillones tapizados en rojo en primer término. Varios hombres y mujeres vestidos de gala le miraban con una sonrisa educada… todos salvo uno. Cherny miraba hacia delante con una intensidad incómoda, el primero desde la derecha y el más joven de todos con diferencia.

— Estará por la mitad — oyó decir al orchestrista.

Codi hizo avanzar las imágenes. La siguiente foto era un banquete. Las sillas estaban tapizadas en blanco ahora, pero la expresión de las personas posando era la misma: una sonrisa amplia congelada para la posteridad. Siguió pasando las imágenes cada vez más rápido. Cherny y otros. Cherny y gente importante. Lo único que le llamaba la atención era que, igual que en los vídeos de Hoy y Mañana, el orchestrista nunca sonreía. Por lo demás, Codi no estaba muy seguro de qué era lo que tenía que buscar.