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Lo comprendió al encontrarlo. Desde el primer instante, la imagen lo desconcertó. No había ningún adulto: se trataba de dos niños vestidos de gala. Una niña pequeña de pelo corto y enormes ojos negros. Detrás de ella un viejo conocido: Cherny adolescente, impecable y serio como en el Crialto. La niña estaba echada hacia atrás y apoyaba la espalda y la cabeza contra su pecho, un sencillo gesto que denotaba cariño. Ambos tenían las manos enlazadas de una forma curiosa: el pequeño dorso de ella cubierto por la gran palma de él. Codi se fijó especialmente en las manos de la niña por una razón: sus palmas eran claramente visibles y estaban sanas.

Quizá se trataba de Fally Ramis. Quizá no. Codi había visto una foto suya a una edad similar en el despacho de su padre, pero no se acordaba bien de la cara. Tras estudiar la imagen unos momentos, fue una coincidencia lo que le convenció. En esa foto llevaba el mismo vestidito que en la de Ramis: rojo con lunares.

El periodista sintió un repentino deseo de devolver el álbum. El resto de las imágenes no le habían provocado esa sensación: eran totalmente impersonales, el tipo de fotos que Codi esperaría usar en un artículo de homenaje. Esta, en cambio, tenía un significado más profundo y privado, desconocido para él. La contempló durante unos segundos, notando la despejada sonrisa de la niña y el excepcional sosiego en la expresión del muchacho, y luego apagó el álbum.

—¿Qué pasó? — preguntó con la máxima suavidad que pudo.

No era la indiscreción de su profesión la que lo empujó a indagar. Codi no quería inmiscuirse. Sólo comprender. Sabía que no era quién para hacer esa pregunta, y por muchas razones, pero una intuición cercana a la certeza le decía que una tragedia había resurgido del pasado de Cherny y acababa de alcanzarlo. Odiaba haber sido el instigador.

— Mi madre estaba muy enferma… fue raro que la llevara — dijo el orchestrista. Había aceptado el álbum, pero no hizo ademán de devolverlo a su sitio. Miraba la tapa cerrada como si aún pudiera ver la imagen, demasiado perdido en sus pensamientos para cuestionarle a Codi el derecho de indagar—. Cuando supe lo que significaban los cambios de su cuerpo, no me preocupé. Creí que ella… creí que la perdería en breve. Pero la llevó, mes tras mes, y al final me convencí de que verdaderamente íbamos a quedárnosla. Pero… se puso peor. Yo hubiera podido cuidar de las dos, pero no se lo dije con la suficiente claridad, o quizá ella no me creyó… Sé que trataba de proteger a la niña. No la culpo por lo que hizo, sólo de no avisarme de su plan… — se interrumpió. Tragó con visible esfuerzo, su mirada se aclaró. Cuando volvió a hablar, lo hizo con una voz mucho más firme—. Pero no le importa nada de eso. No quiero retenerle por más tiempo. Será mejor que se vaya.

— Preferiría quedarme… — se apresuró a asegurar Codi.

El instante de silencio que siguió a sus palabras le dio el tiempo justo para comprender que había dicho algo espectacularmente erróneo. Cherny no se movió de su sitio, pero el aire de la habitación pareció enfriarse y espesarse a su alrededor. Demasiado tarde, Codi comprendió cómo había interpretado su amable sugerencia y su invitadora sonrisa.

—¡LARGO DE AQUÍ! — explotó Cherny. El álbum fue a parar al sofá, aterrizando al lado del periodista—. ¡Sé lo que pretende, maldito payaso fisgón! Si menciona una palabra de esto a alguien, si oigo o leo o me llega un solo rumor sobre Faelas, le haré pasar por el infierno en vida. Estrujaré su entrometido cerebro de mosquito hasta que…

— Pero bueno, ¿por quién me toma? — Codi se levantó.

Una chispa de odio agudo ardía en los ojos de Cherny Codi comprendió que se había precipitado al pensar que había recuperado el control.

— Le tomo por lo que es: una entrometida alimaña dispuesta a hacer carrera a costa de los demás.

— Escribir sobre lo que otros quieran contarme no equivale a hacer carrera a costa de los demás — dijo Codi con severidad. Cherny había hablado prácticamente gritando y Codi inconscientemente hizo lo contrario, esforzándose por mantener un tono bajo y rígido. Sospechaba que no le duraría mucho—. Me interesan las vidas de las gentes y sus experiencias, contadas libremente. Me encanta escucharlas, comprenderlas y compartirlas con otras personas. Eso es lo que significa mi profesión para mí, y la adoro del mismo modo que usted puede adorar su música. ¡Y SI NO ES CAPAZ DE COMPRENDER ALGO TAN SIMPLE, TENGA AL MENOS LA DECENCIA DE NO LEVANTARME LA VOZ!

No era una persona que se enfadara fácilmente, y mucho menos hasta el punto de perder el control. Nunca en los tres años que llevaba trabajando en Hoy y Mañana había levantado la voz a un entrevistado. De hecho, nunca había levantado la voz a nadie, y punto. Era bueno comprendiendo las motivaciones de la gente, y la comprensión era el primer paso hacia el perdón. En el caso de Cherny, sabía que su repentina hostilidad venía del mismo lugar del que había venido su arrebato de confesiones previo, pero nadie le había llamado nunca payaso fisgón. Lo único que había querido era ofrecerle al hombre un poco de apoyo y compañía en un momento difícil, pero el muy capullo no había querido verlo.

Para su sorpresa el orchestrista no parecía enfadado por la inversión de los papeles de ambos. De hecho, tenía la decencia de parecer avergonzado, algo de lo que Codi no le había creído capaz.

— Lo siento si le he insultado — dijo Cherny bajando la cabeza—. Le pido perdón. Su visita me ha cogido por sorpresa. No suelo… Yo… lamento todo esto.

El periodista cogió aire. Como había previsto, ya se sentía culpable por la salida de tono.

— Yo también.

— Supongo que sólo hizo lo que Faelas le pidió, pero ella sigue siendo una niña… No es capaz de prever todas las consecuencias de sus actos. Me horrorizaría que tuviera que pagar por ello.

— Vengo aquí para hablar de Stiven Ramis. La vida de Fally no es de mi incumbencia.

La mirada que Cherny le regaló fue muy elocuente: deseaba intensamente creer las palabras de Codi, pero no las creía. Poniendo una mano en el corazón, Codi no podía culparle por ello. Una hermana perdida. Su madre estaba enferma y era obviamente pobre. Sólo con lo que Cherny ya había dicho, Codi tenía suficiente para especular sobre su biografía durante años. Pero Codi no se sentía un periodista en aquel momento.

— Dejemos el tema. Aún estamos a tiempo de dar un giro de ciento ochenta grados a la conversación — ofreció con presteza. Había estado a punto de sugerir nuevamente que era la hora de marcharse, pero decidió no hacerlo. Estaba seguro de que el hombre accedería a llevarlo a la costa, pero no quería que Cherny pilotara estando tan alterado—. Me ha dejado muy claro lo que piensa sobre los ambientes musicales, pero quizá prefiera ese tema a la alternativa.

— En realidad, hablar de Stiven Ramis se me hace más odioso aún — dijo Cherny con voz átona.

— Oh… Lo siento.

—¿Por qué se disculpa tan a menudo? — la hostilidad, ya calmada, había dado paso a un cruce de impaciencia e irritación—. No puede saberlo todo. Y no crea que le tengo miedo. Si publica una sola palabra de Faelas le hundiré, y será tan fácil como hundir una piedra en el agua. Así que, no es que no quiera hablar de ella. En realidad…

En realidad, sí quería pero no sabía cómo dejar de aferrarse a su máscara de invencibilidad. En realidad, en aquel momento debía de sentirse totalmente desarraigado en esa isla perdida en el océano. Se estaba poniendo a la defensiva y aún no se daba cuenta, y Codi sabía que ése era el momento perfecto para — con mucho, muchísimo cuidado— empezar a destapar aquella improbable relación entre la hija adoptiva de un magnate musical y el orchestrista que lo despreciaba.