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Dicho esto, el orchestrista se calló y se dedicó a sorber el líquido granate de su copa. Parecía creer que había zanjado el tema.

— Sacado de contexto o no, la gente adora lo que toca — se rebeló Codi—. Puede que no lo experimenten de la forma más completa, ni sepan exactamente dónde ni para quién tocó, pero les gusta de todas formas. No puede negar la creciente popularidad de los ambientes musicales…

— Si cree que popularidad es sinónimo de calidad, debería reescribir su diccionario. La relación entre las emociones y la música es tan compleja que nadie, ni siquiera los expertos más laureados, pueden presumir de entenderla. Ni siquiera logran ponerse de acuerdo sobre lo que es la emoción, o cuántas posee el ser humano.

—¿Es importante contarlas y ponerles nombre?

— Es importante saber qué es lo que espero despertar con mi música.

Codi asintió. La conversación empezaba a ser de su agrado. El intercambio era ingenioso e imprevisible, y la renacida agresividad verbal de Cherny ya no se debía a que Codi era un intruso, sino más bien a que no estaba obteniendo una victoria inmediata, a pesar de ser el experto en el tema.

Desde que había puesto pie en Emociones Líquidas, Codi había querido saber más sobre la sensación que le había asaltado en el césped. Esa dulce y mareante felicidad que había surgido de la nada dentro de él, más parecida a una droga exótica que a un sonido. Había tratado de hablar de ello pero ni Ramis ni Harden le habían entendido, o querido entender. Cherny era el único que se acercaba, y mucho.

— He estudiado todas esas teorías; fue de las primeras cosas que aprendí — seguía diciendo—. Mi maestra era partidaria de una, creo que más por ser simple que por ser cierta. Por extensión, es la misma en la que creo yo. Nombra sólo seis emociones: enfado, disgusto, miedo, alegría, tristeza y sorpresa. Cada una de esas emociones puede ser impresa sobre una persona mediante música de orchestrón.

— Creo que Ra… el señor Ramis me dijo algo similar, pero sinceramente… me sigue pareciendo demasiado extremo. Ciertas cosas suenan bien, pero pertenecen más al ámbito de la ficción. Decir que una persona tiene seis emociones básicas y ofrecerse a provocar cualquiera de ellas a voluntad… La mente humana no es un cuadro, y usted no dispone de tres colores básicos con los que crear cualquier imagen.

— Debo darle la razón. Tocar un orchestrón es mucho más complejo que pintar un cuadro. Aun así, complejo no equivale a imposible. Sólo a… selecto.

Dicho esto, Cherny esbozó la severa sonrisa de quien acaba de dejar a su contrincante derrotado y sin derecho a réplica. Codi hizo caso omiso de la expresión. Comprendía que su insistencia hería el orgullo profesional de Cherny, pero tenía muy claro que tenía derecho a una opinión.

—¿Lo ha hecho usted alguna vez?

— Lo he hecho muchas veces.

— Lo siento, pero creo…

—¡No me importa lo que usted crea! — estalló Cherny—. ¿Por qué sigue pensando que puede opinar a pesar de que ya ha quedado establecido que no sabe nada del tema?

Codi, en medio de su frase, se quedó con la boca abierta. La cerró. Contó hasta cinco, aprovechando el tiempo para imprimir a su voz un tono de reposada dignidad.

—¿Es que la impertinencia es su cura para el aburrimiento? — preguntó.

— Ser impertinente es no llevar razón y negarse a admitirlo.

— Sólo creo lo que veo… o escucho — dijo Codi con notable serenidad. Estaba tentado de redefinir la impertinencia para Cherny, pero lo dejó estar. La paciencia ganaba más debates—. En Emociones Líquidas, pude escuchar un ambiente musical. Me pareció excepcional. Pero ni siquiera aquello se acercaba a una de las seis emociones de la teoría que acaba de mencionar.

— Podría demostrárselo — había algo definitivamente predatorio en la voz de Cherny. Sus palabras sonaban más como una amenaza que como una proposición.

— Me encantaría.

— No sabe lo que dice.

El orchestrista había estado cortando algo en su plato con gestos precisos, pero dejó los cubiertos y la servilleta aparte. Codi notó que su mano había encontrado un nuevo juguete. Ahora daba vueltas al objeto que tenía colgado del cuello.

— Sólo creería en algo así si pudiera experimentarlo — insistió a pesar de todo.

Cherny volvió a sonreír. Codi había visto todo tipo de sonrisas en su vida, desde la risueña risa de Cladia — hizo un esfuerzo para apartarla de su mente— hasta las crueles muecas de algún actor especializado en papeles de villano, pero era la primera vez que veía cómo un gesto tan sencillo cambiaba un rostro de una manera tan tajante. En los holos y en la realidad, Cherny era un hombre extremadamente bien parecido; su sonrisa no dejó más que crueldad escrita en su cara.

Moviéndose lentamente, el orchestrista se quitó la gema y la dejó sobre la mesa. Codi fijó la vista en ella, sintiendo que le costaba apartar los ojos del hombre, tan grotesca era la transformación. Su impresión inicial se veía confirmada; la gema albergaba algún tipo de mecanismo en su interior. Ahora, con una luz suave que emanaba de su interior, se veía con más facilidad.

Los finos dedos de Cherny la acariciaron con cuidado, desenganchando la cadena. Había caído sobre una arista, y tenía seis. El orchestrista la empujó levemente, haciéndola rodar por la mesa, apoyándola por turno sobre cada una de ellas. Cada vez que una arista tocaba la mesa, una palabra se proyectaba en azul pálido sobre el mantel.

— Enfado, disgusto, miedo, alegría, tristeza y sorpresa — recitó Cherny—. Cuestión de azar. ¿Qué emoción quiere que le toque, señor Weil?

Codi no tuvo tiempo de responder. Con un gesto brusco, Cherny hizo girar el objeto sobre sí mismo. Como si de una peonza se tratara, la gema bailó entre los platos. Codi siguió su evolución, sintiéndose cada vez más inquieto por dentro. No era por el juego en sí; le parecía una ocurrencia estúpida. Era la actitud del orchestrista lo que no le gustaba. Sabía que la intención de Cherny era darle una lección, pero no entendía de qué manera.

La peonza bailaba cada vez con más pereza. Enfado, disgusto, miedo, alegría, tristeza y sorpresa… Se dio cuenta con desmayo de que sólo había una emoción positiva entre seis. Si Cherny hablaba en serio, sus probabilidades de pasarlo bien no eran altas. Las entrañas de Codi sufrieron una desagradable contracción. Ya estaba. La joya se tambaleó justo delante de su propio plato. El periodista entrecerró los ojos para leer el mensaje…

La mano de Cherny salió de la nada y se cerró sobre la gema, ocultándola en el puño. Codi, sorprendido, levantó la mirada hacia el orchestrista. Vio que éste se mordía el labio. Todo rastro de desafío había desaparecido de su cara. Entreabrió el puño, como si quisiera vislumbrar qué emoción hubiera salido de haber seguido con el juego, pero lo cerró en seguida.

— Creí que quería demostrarme algo — dijo Codi.

Observó mientras Cherny volvía a guardar la gema en el pecho. Cuando terminó de hacerlo y siguió sin ofrecer una respuesta, el periodista probó de nuevo.

—¿Qué era eso exactamente?

— Nada… Una tontería, un juego — Cherny sacudió la cabeza—. Le gusta demasiado llevar la contraria. Me ha hecho perder los estribos. Siento haberle asustado.

—¿Asustado? — repitió Codi—. Es una palabra sorprendente para describirlo.

Inquietado como mucho. Agobiado un poco… Enfado, disgusto, miedo, alegría, tristeza y sorpresa, recitó de memoria. A juzgar por la reacción de Cherny, éste no había albergado dudas acerca de su capacidad para cumplir con el mandato del azar. Más bien todo lo contrario.

Había dado por supuesto que Codi se sentiría incómodo con el juego. Y eso le hacía pensar en…

—¿Alguna vez ha tenido algún… problema…?