CAPÍTULO VI
Lo siento. Sé que he perdido mucho tiempo sin conseguir ningún resultado. Pero creía que valía la pena: si hubiera podido entrevistar a Cherny, el material hubiera mejorado mucho.
Etcétera, etcétera. Una vez dichas las primeras palabras de penitencia, el resto era más fácil… pero aun así costaba. Hacía tanto tiempo que Codi no había pronunciado un monólogo de ésos — había confiado en ser capaz de evitarlos para siempre— que su orgullo se había vuelto extremadamente susceptible.
Desde su vuelta de Montestelio hasta el momento de entrar en la redacción había dudado sobre qué hacer. Tenía dos posibilidades: contarle la verdad a Harden y hacerle partícipe de sus dilemas morales, o asegurar que su intento de acercamiento fue un fracaso. Poner un pie en Hoy y Mañana y ver la cara de Harden resolvió sus dudas, pero llevar a cabo el plan estaba costando más de lo previsto.
— Fue una estupidez, Candance, ¡una maldita estupidez! — sedentario y enamorado de su sillón como era, Harden se había tomado la molestia de ponerse de pie para no darle a Codi la ventaja de la altura—. ¿Tienes idea por lo que estamos pasando? La cosa está al rojo vivo, ¡y tú decides volver con las manos vacías!
— Lo siento. Pensé que…
—¿Y quién te manda pensar?
Codi apretó los dientes. Harden no solía ser tan profuso en sus rapapolvos, de hecho su manera de hablar con los subordinados era ilusoriamente respetuosa la mayor parte del tiempo. Pero se había puesto de un humor terrible tras escuchar el informe, sin que Codi pudiera adivinar la razón. La «fallida» entrevista no desempeñaba un papel tan importante en el gran esquema de las cosas. Quizá era consecuencia de que los últimos acontecimientos habían puesto al jefe bajo una gran presión, y la ausencia de Codi se había dejado notar demasiado.
— Sólo hice lo que me mandó — acabó mascullando Codi su argumento más infalible.
Por supuesto, a Harden no le hizo ninguna gracia.
Durante el resto del día el reportero estuvo corrigiendo las faltas de estilo en dos reseñas menores que su jefe le había endosado, reescribiendo totalmente lo hecho por Harden con oscuro placer. Habiendo superado — casi— su enojo, recibió una llamada de Cladia que le alegró el resto de la tarde. Fue amable y bienintencionada en sus consejos sobre cómo tratar a un jefe gruñón. También escuchó comprensiva todas las excusas de Codi por su prolongada desaparición. Codi no deseaba otra cosa que contarle en detalle lo que había ocultado a Harden, pero sabía que no tenía más derecho a hacerlo que en el caso de su jefe. No eran sus secretos, al fin y al cabo. Quizá por esa razón no hablaron demasiado.
La semana pasó en un tenso tira y afloja. Harden estaba más cáustico que de costumbre, negándose a moderar el tono de sus comentarios y cambiando de idea sobre los artículos tres o cuatro veces al día. No había alma en la redacción que no tratara de evitarle, y todos esperaban con ansia la llegada del fin de semana.
La mañana del lunes siguiente, una semana después de haber vuelto de las Hayalas, Codi encontró sobre su mesa un sobre con su nombre. Iba decorado con un ojo ámbar y una lágrima. Al abrirlo, dos invitaciones cayeron sobre sus rodillas.
Codi no había vuelto a participar en nada relacionado con Emociones Líquidas desde el día de su vuelta. Al principio había pensado largamente en Fally y en sus posibles encuentros con ella, pero con cada día que pasaba tanto la niña como Cherny se le antojaban más lejanos, personajes públicos inalcanzables para él. Eso no impedía que siguiera con gran avidez todas las noticias sobre Ramis. El hombre y su empresa iban camino de convertirse en el espectáculo público del año.
En absoluto intimidado por las celosas atenciones de dos magnates de Airnet, Ramis había decidido vender sus ambientes musicales al mejor postor. ¿Que Resonance y Magnum Air peleaban por los derechos exclusivos? Dejaría que las dos empresas le hicieran una única oferta. La que más dinero ofreciera se quedaría con los derechos en el acto. El propio acto, precedido de un cóctel en la sede de Emociones Líquidas y seguido de una rueda de prensa, era la última novedad concerniente al espectáculo mediático dirigido por Ramis, y Codi acababa de recibir dos invitaciones a nombre de Candance Weil y acompañante.
Codi contempló el trazado de las letras caligráficas en el trozo de cremoso papel. Recibir las invitaciones era increíble en sí mismo. Ramis se acordaba de él, y de la promesa que le había hecho. Se sentía ciertamente honrado, y preocupado sin remedio. Los actos sociales no eran lo suyo; eran ideales para Harden y su acompañante. El magnate musical, o más probablemente su secretaria, había perdido de vista el hecho de que Codi había acudido en sustitución de su jefe.
El periodista resolvió el problema presentándose en el despacho del editor e informándole de que Snell había recibido las invitaciones «para ambos». Jugó sus cartas a la perfección: se asomó al despacho de Harden en medio de una reunión con varios peces gordos de los medios rivales, se aseguró de que todos se enteraban de la noticia y se retiró bajo la beneplácita mirada del jefe, seguro de estar finalmente absuelto de sus faltas anteriores. De vuelta a su mesa, dejó las invitaciones en el fondo del cajón más bajo, el mismo donde días antes había escondido el mensaje de Fally. Pensar en la oportunidad que las invitaciones le presentaban para ver a la niña le provocó una desagradable desazón a la altura del estómago. La suprimió en seguida. Era absurdo: si se topaba con ella, quizá hablaran, pero era muy poco probable que una cría participara en una recepción que iba a prolongarse más allá de la medianoche. Y en cualquier caso, era ridículo estar preocupado por una niña que apenas conocía y que a la postre le había mentido.
Pero lo estaba.
La sede de Emociones Líquidas se había transformado para la recepción. Los accesos al edificio estaban llenos de curiosos. Los reporteros invadían el césped esmeralda. La entrada por la que normalmente desfilaban discretos empleados ahora albergaba vaporosos vestidos y camisas almidonadas. Conversaciones, saludos y estallidos de risas se oían por todas partes. La música era la reina de la noche: cada rincón albergaba una diferente y la ofrecía a los invitados como si de una exquisitez gastronómica se tratara.
Al salir del vehículo Codi avanzó casualmente hacia la entrada, cruzando el césped por delante de Harden y dejando atrás a un grupo apretado y algo hostil de no invitados. En vez de su atuendo casual, llevaba su mejor traje, recién salido de la tintorería, y zapatos nuevos. La ocasión requería perfección en todos los sentidos.
El guarda de la entrada les prestó poca atención hasta que comprobó la identidad del periodista. Sólo entonces levantó la cabeza y miró a Codi directamente, y con interés.
— Señor Weil, bienvenido a Emociones Líquidas — dijo—. Si es tan amable de no alejarse del salón principal, el señor Ramis le dedicará unos minutos de su tiempo.
Codi maldijo internamente. Aunque se sintiera halagado por esa nueva demostración de buenas intenciones por parte de Ramis, su pan de cada día dependía del beneplácito de Harden, y las cejas fruncidas del editor mostraban claramente que no estaba sorprendido por el comentario.
— Muy agradecido.
Codi se movió con determinación hacia el interior del edificio, abriéndose camino entre grupos de invitados. Cuando llegó al centro del hall y se topó con el logo giratorio de Emociones Líquidas finalmente se paró. Los camareros paseaban entre los asistentes, repartiendo bebidas y canapés. Codi siguió la trayectoria de uno de ellos con mirada no exenta de anhelo. Necesitaba una copa, aunque sólo fuera para tener las manos ocupadas.
—¡Qué suerte! — dijo volviéndose hacia Harden—. Es un detalle que Ramis quiera dedicarnos tiempo.