— Sería un tonto si no lo hiciera — gruñó el editor—. Somos un medio muy respetable, pareces olvidarlo con demasiada frecuencia.
Eres un representante de Hoy y Mañana, no un pedigüeño de un periodicucho local. Quiero ver menos humildad y más empuje.
— Hoy es su día, no el nuestro. Si nos contesta a tres o cuatro preguntas, seremos muy afortunados. Deberíamos prepara…
—¿No tienes nada preparado? — interrumpió Harden con desaire.
—¡No sabía que Ramis accedería a tanto!
— Estableciste el primer contacto, sabrás a qué trato llegasteis. No puedes depender de mí hasta para controlar tu agenda.
El interior de Codi hirvió ante la llana injusticia de todo aquello. Estaba cediendo a Harden el fruto de su trabajo, ¡y éste aún tenía el descaro de amonestarle! Por suerte, el mal humor de Harden se disipó pronto. A diferencia de Codi, que se sentía mareado por la constelación de invitados, el editor tenía muchos conocidos entre los asistentes. No tardó en desaparecer entre la multitud del brazo de una señora entrada en años. Su última mirada a Codi dejaba claro que estaba aplacado sólo parcialmente.
Codi observó cómo se iba, luego se encogió de hombros y fue a conseguir la deseada copa. A falta de conocidos con los que pasar el tiempo, se centró directamente en el objetivo y se abrió camino hacia donde se encontraba Stiva Ramis. El hombre era fácil de localizar: la densidad de invitados aumentaba a su alrededor. El periodista se paró a una distancia prudente. No pensaba repartir codazos para acercarse; eso ya lo hacían otros. Dio vueltas a su copa de Chaydrassé, admirando el color y preparándose para saborearla. Los canapés, más parecidos a pequeñas obras de arte que a productos comestibles, tendrían que esperar. No se arriesgaría a hablar con Ramis con la boca llena.
La paciencia de Codi dio fruto con rapidez. La primera vez que Ramis miró en su dirección no pareció reconocerle, pero la segunda vez que sus miradas se cruzaron Codi le saludó levantando la copa. Su corazón dio un agradable brinco cuando Ramis le devolvió el saludo. Codi se abrió camino hasta donde se encontraba el hombre y fue saludado con una palmada en la espalda que habría hecho trastabillar a un hombre más enclenque.
— Candance, ¡me alegro de verte! ¿Creías que me había olvidado de ti? Yo nunca… olvido… ¡las promesas!
Tenía los ojos enrojecidos y brillantes y una mirada pesada. Parecía que llevaba celebrando su futuro contrato desde mucho antes del inicio de la fiesta.
— Tiene suerte de poder permitírselo — dijo Codi—. Yo, a veces, no tengo más remedio que hacerme el despistado.
La risa de Ramis fue alta y prolongada.
— Candance, desde siempre sabía que… llegaría… esto… hoy. Estaba seguro. Lo he estado esperando. Quiero que lo celebres conmigo.
— Lo haré. Y después escribiré un bonito artículo sobre la subasta.
— Veo que eres listo… No tan listo como yo, pero… bastante.
Codi ahogó una carcajada. En su estado actual Ramis no aguantaría de pie hasta las doce de la noche, la hora fijada para el anuncio de ofertas. Necesitaría acostarse unos minutos para terminar la velada en forma.
—¿Puedo hacerle preguntas ahora? — propuso.
—¿Ahora? ¡Claro que no! Quieres pillarme, ¿eh? Pero te reservaré la primera después de la subasta, ¿qué te parece? ¿No? ¡Dos, entonces!
—¿En la rueda de prensa después del anuncio?
— Eso es.
Codi pensó a toda prisa. Haciendo la primera pregunta de la rueda de prensa pasaría por encima de Harden tan contundentemente como podía hacerlo un carguero por encima de una hormiga.
— Me parece estupendo — oyó su propia voz viniendo de lejos, como si perteneciera a otra persona—. Es más que generoso por su parte.
Una nueva palmada en la espalda, y Ramis se separó de él. Codi se quedó donde estaba, mirando cómo el magnate volvía a ser rodeado por un denso anillo de admiradores de todas las edades y tallas. Tomó un sorbo de Chaydrassé y movió la copa en lentos círculos, estudiando la huella que el líquido dejaba sobre el cristal. Cuanto más conocía a Ramis, más desconcertante le parecía. Había heredado una pequeña empresa familiar y la había expandido hasta convertirla en la próspera Emociones Líquidas. Había tenido la osadía de organizar una subasta tan descabellada como aquélla: con las dos redes presentando su oferta en dos sobres cerrados que iban a ser abiertos a las doce de la noche.
Simplemente, no daba la talla. Era un vendedor. Escurridizo, rápido con los números y en ver un negocio prometedor. No era un creador. No era un líder. Le faltaban agallas para ser el alma de la subasta de esa noche. Tenía a alguien detrás, y Codi tenía cierta idea sobre quién podía ser. Buscó con la mirada el logo de Emociones Líquidas. Esperó a que el gran ojo con la lágrima diera la vuelta y mostrara su otra, más críptica, cara.
Aquamarine. Un nombre sin significado obvio sobre el que no había podido reunir ninguna información. La doctora Lynne con su impecable aspecto. Codi había tratado de encontrarla entre los asistentes, pero no le había sorprendido no verla. Estaría cerca, pero no entre la gente. Vigilaría desde una discreta distancia. Codi volvió a acercarse la copa a los labios. Aún no la había apartado cuando unos dedos pequeños se cerraron alrededor de su muñeca. Mirando hacia abajo, vio dos pies largos y huesudos con zapatitos de pequeño tacón.
—¿Fally?
La niña apretó la muñeca de Codi con más fuerza y tiró. Dócilmente, Codi se dejó arrastrar. La determinación de Fally era envidiable, igual que su rapidez en sortear diferentes obstáculos sin soltarle ni una sola vez. Salieron del hall y pasaron por varias salas cada vez más vacías de invitados, abriendo puertas para interrumpir a pequeños grupos cuyas conversaciones quedaban acalladas al instante.
— Perdón — alcanzaba a decir Codi.
No se había imaginado que la sede de Emociones Líquidas tuviera una distribución tan enrevesada. Por suerte, la hija del dueño sabía dónde le llevaba. Subieron por una escalera — un piso solamente— y salieron a una pequeña galería que terminaba con un balcón. Al asomarse, Codi vio que el balcón sobresalía por encima del hall que acababan de abandonar. La posición era muy ventajosa: podía ver los movimientos de todos los asistentes.
Fally soltó la mano de Codi y se sentó en una banqueta del rincón. Codi se ajustó la manga del traje y se tomó unos segundos para estudiarla. Vestía un traje de terciopelo color granate: una falda corta y recta que subrayaba lo huesudas y largas que eran sus piernas y una chaqueta de manga corta que hacía lo mismo con su cuello. Comparado con esa vestimenta, el atuendo con el que la había visto la primera vez resultaba favorecedor. Al menos, no era tan falso.
Durante un tiempo la niña no dijo nada. Miraba a Codi con indecisión; la cabeza agachada, los hombros caídos.
— Mantén la espalda recta — dijo el periodista.
El inesperado comentario le salió del alma. La niña levantó la cabeza y le enseñó la lengua, pero en seguida volvió a esconder la cara. Resultaba obvio que algo la atormentaba, que quería compartirlo con Codi y que no sabía cómo empezar. Tentativamente, Codi extendió su brazo y lo pasó por el pelo de la niña. El gesto le resultó igual o más extraño que el comentario, pero parecía el correcto dadas las circunstancias.
—¿Qué pasa, saltamontes?
Fally sorbió el aire por la nariz al notar el contacto.
— Vamos, dime qué ha pasado. Para eso hemos venido aquí, ¿no?
La niña levantó la cabeza.
—¿Por qué lo trajiste? — preguntó con enfado.
—¿Qué traje?
— Gabriel está aquí.
—¿Estás segura?
No creía que Gabriel fuera a acudir a la subasta. Simplemente no podía ser; aparte de despreciar abiertamente a Ramis, las últimas palabras de Cherny en las Hayalas habían dejado muy claro cómo quería que se desarrollara su relación con Fally.