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—¡Díselo!

— Fally, no grites.

—¡¡DÍSELO O VETE!!

La cara de la niña, aún roja por el llanto, palideció. Los labios se volvieron blancos, los puños se cerraron. Por un momento, Fally pareció asustada por su propio estallido. Codi cogió aire con una lenta inspiración. Un poco más, y se vería obligado a realizar la proverbial cuenta hasta diez.

— A mí no me importa nada de esto — dijo con voz baja y calmada—. Tengo mis propios asuntos que atender.

—¡Vete!

— Me iré.

—¡Bien!

Allí lo tenía.

— Adiós, Fally.

La había consolado como había podido.

A mitad de camino hacia abajo, a Codi se le ocurrió que — a pesar de lo que acababa de decir a Fally— no tenía más remedio que hablar con Cherny. Ciertamente ella no se había ganado su ayuda, pero Codi tenía parte de responsabilidad de que Gabriel estuviera allí. Si resultaba incómodo llevarle el mensaje de Fally, resultaba más incómodo aún dejarle en la ignorancia sobre el drama que su aparición había provocado.

Codi encontró al orchestrista cerca de donde lo había visto desde el balcón. Gabriel había dejado la copa de lado. Ahora, daba vueltas a lo que antes había sido una servilleta plegada innumerables veces. Codi cruzó el espacio entre ellos dos. Instintivamente lanzó una mirada hacia arriba, pero no llegó a vislumbrar nada en el balcón del piso superior.

— Tenía entendido que no pensabas venir — dijo con un tono neutro.

— Candance… — no parecía sorprendido en absoluto de verle, pero uno nunca podía estar seguro con Cherny—. Cambié de idea.

— Me alegro de que lo hicieras. Es una reunión muy agradable.

Los labios de Cherny se plegaron en una mueca de desdén. Parecía a punto de hacer un comentario poco halagador, pero se lo pensó mejor.

—¿Qué haces aquí?

— Estoy trabajando.

—¿Has decidido ya cómo vas a pintar a Ramis en tu reportaje?

— Para ser sincero, probablemente tendré que dejar mis impresiones de lado y hacer lo que me indique mi jefe. ¿Cuándo llegaste a la ciudad?

— Esta mañana.

—¿Dónde te alojas?

— En el Crialto.

Siguió un silencio incómodo, tan cargado como aquellos primeros silencios en las Hayalas. Codi buscó desesperadamente una manera de seguir.

— Conoces a la mayoría de los que están aquí, ¿verdad?

— Forman parte del mundillo de la música.

— Si alguno se entera de tu relación con Fally, será una situación extraña.

— Ni te lo imaginas.

— Pero puede que…

—¿Por qué estás aquí? — interrumpió el orchestrista—, ¿Es para decir que Faelas no quiere verme? Era de esperar: no pierdas el tiempo consolándome. Si quieres ser útil, di lo que hayas venido a decir y vuelve con ella.

Codi parpadeó, cogido por sorpresa por la facilidad con la que Cherny había visto a través de él.

—¿Qué te hace pensar que he hablado con ella?

— Tienes manchado el hombro — dijo el orchestrista.

— Es agua — se apresuró a decir Codi.

—¿Salada?

— Eh… Sí. Ella… se esconde en el primer piso. Seguro que ahora mismo nos está mirando. Está bastante alterada. No quiere bajar: no se atreve. Pero la parte positiva es que tiene muchos recuerdos de ti. De hecho, dice que se acuerda de todo. Sus palabras exactas.

— Ya — Gabriel apenas movió los labios.

— Creo que es muy comprensible que esté confusa.

—¡Eres el mensajero, no el maldito intérprete! — dijo el orchestrista con fastidio—. No está confusa.

—¿Entonces, por qué ha estado llorando sobre mi hombro todo este tiempo?

Cherny bajó la cabeza y se dedicó a contemplar el brillante suelo de la sala. Sus zapatos se reflejaban en él como si fuera un espejo.

— Porque lo recuerda todo — susurró con viciosa ironía—. Bien, era de esperar. ¿No dijo más?

— No.

— Entonces me voy.

Miró alrededor, buscando a un camarero, cogió una copa de champán y comenzó a alejarse con determinación.

— Le convenceré para que habléis — dijo Codi a su espalda. Parecía que hoy su destino era consolar, y que no se le daba demasiado bien—. Hoy no es el mejor día para algo así. El que Ramis y tú pertenezcáis ambos a este mundillo no ayuda mucho. ¿Sabes lo que se le ha ocurrido? Que tenías que demostrar que ella te importa firmando un contrato con Emociones Líquidas. A mí eso me dice mucho…

Gabriel se paró. Se quedó quieto un instante, orgulloso como siempre y perfectamente erguido, y después sus hombros bajaron imperceptiblemente. Si Codi no estuviera tan acostumbrado al aire de invencibilidad que le rodeaba, le hubiera sido muy fácil pasar por alto esa demostración de debilidad.

— Bien — dijo Gabriel sin volverse.

—¿Qué?

— El contrato. Lo firmaré.

—¡¿Qué?! ¿No irás a tomártelo en serio? Es una… ¡una broma!

— Ahora vuelve con ella y díselo.

— Oh, no. No pienso participar en tal disparate — exclamó Codi.

— Tienes que darle mi respuesta — el tono de Cherny invitaba a cortar de raíz toda protesta, pero Codi no se amedrentó.

— No.

— Por favor.

Capas y capas de franca arrogancia y un apenas perceptible tono de súplica escondido debajo. Fue eso lo que inclinó la balanza. La súplica no casaba bien con la imagen que Codi tenía de Gabriel.

— Está bien — dijo.

Subiría, bajaría y — finalmente— se desentendería. Si ninguno de los hermanos iba a hacer caso a sus bienintencionados consejos, entonces Codi no iba a dárselos. Ya era hora de que se centrara en aquello que le había llevado a Emociones Líquidas en primer lugar: la subasta y la primera pregunta prometida por Stiven Ramis.

El periodista dejó a Cherny atrás y volvió sobre sus pasos, rememorando el camino correcto. Al entrar a la galería tuvo tiempo de ver que Fally estaba asomada al balcón. En cuanto la niña oyó sus pasos, se volvió a la butaca. Sus ojos brillaban con ansiedad. Debía de haberlos visto hablar.

— Me dijo que te dijera que hará lo que has pedido — anunció Codi, sabiéndose cortante y contento de serlo. Se sentía demasiado irritado para cualquier otra cosa.

—¿Le explicaste mi condición?

— Le dije que habías cogido una rabieta. Y que no se lo tomara en serio, pero no me hizo caso. ¿Estás contenta?

No lo parecía en absoluto: se agarraba al respaldo de la butaca con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos, pero a Codi se le había pasado el momento de ser comprensivo. La caminata hasta el balcón había bastado para que se abstrajera de los problemas familiares de los Ramis y se hiciera una idea clara de lo que sucedía a su alrededor: estaba ayudando en su chantaje a una niñata histriónica. Aquello era ridículo.

—¿De… de verdad aceptó? — dijo ella con un hilo de voz.

— De verdad. Fally, ¿tienes idea del lío en que nos has metido? ¿A Gabriel, a tu padre y a mí? ¿Tienes idea de las consecuencias que va a tener todo esto? Sobre todo para tu hermano. Ahora que has conseguido esa absurda demostración de lealtad, te sugiero que vayas abajo, hables con Gabriel de una forma civilizada y le digas que lo sientes. Vamos. Te acompañaré si quieres.

— No.

— Tienes razón. Mejor que vayas tú sola.

— No — repitió ella—. No puedo verle.

—¡Fally!

— No puedo verle. Lo siento. No puedo…

—¡Dijiste que lo harías si firmaba el contrato!

—¡Porque sabía que no iba a hacerlo! — gritó ella. Las lágrimas habían vuelto a saltar—. ¡Estaba segura que no lo haría!

— Fally, sólo por educación, deberías…