El caos se había propagado también fuera del edificio. Todas las grandes cadenas estaban ya allí. Los invitados se habían mezclado con los reporteros y las luces habían sido sustituidas por flashes. El zumbido de expectación era máximo. Los comentarios y rumores galopaban por el césped, y la mayoría no estaban lejos de la verdad.
— Voy a la redacción — Harden agarró a Codi del hombro para llamar su atención—. Hay que empezar a preparar esto. Tú quédate.
¿Para qué? El ruido ya era casi insoportable, y Codi no pensaba contribuir a él gritando al aire las mismas preguntas que el resto.
— Muy bien.
Codi miró cómo Harden desaparecía entre la multitud y se mezcló diligentemente con el gentío. Estaba contento de quedarse a solas tan rápidamente. Dio una vuelta alrededor de las aglomeraciones más compactas, saludó a compañeros e intercambió opiniones sobre lo chalados que estaban todos los millonarios. Tenía muy claro cuál iba a ser su siguiente paso, una vez estuvo seguro de que Harden había desaparecido de escena. Quería llegar al fondo de lo sucedido ante sus narices; y no por razones profesionales precisamente. Fally le había contado todo lo que podía: no pensaba alterada más. De los dos adultos implicados en el asunto, Ramis y Cherny, el primero estaba ahora fuera su alcance: hasta un hombre enamorado de las cámaras evitaría aparecer ante una multitud tan sobreexcitada como aquélla. Pero Cherny… Cherny le había dicho dónde se alojaba. Y dada su aversión a las aglomeraciones, hacía tiempo que debía de estar en su suite del Crialto.
Codi esperó diez minutos de reloj; después cogió un taxi. La impaciencia hizo que le pareciera que tardaba una eternidad en llegar a su destino. Había pasado por delante del Crialto muchas veces, pero nunca se había parado a admirar el gran hotel. Adornos en mármol por toda la fachada. Columnas altísimas en el hall. Codi pagó el taxi, se ajustó el traje lo mejor que pudo y avanzó hacia el mostrador con pasos comedidos, esforzándose por ignorar la mancha de lágrimas en su camisa.
—¿Ha vuelto ya el señor Cherny? — preguntó a la mujer que ya le esperaba allí. Había comenzado a sonreír en el momento en que Codi había entrado por la puerta, y no había dejado de hacerlo desde entonces.
— Sí, señor.
No preguntó más. Resultaba claro que no daría alegremente información sobre un cliente.
— Estupendo. Lléveme ante él. — La mujer abrió la boca, pero Codi siguió hablando, emulando instintivamente el tono de irritación del propio Cherny—. Intento comprender a Gabriel. Supongo que ha actuado de buena fe, pero dos cláusulas de su contrato son poco menos que desastrosas. Tienen que ser renegociadas con urgencia.
La cara de la mujer cambió de color, confirmando a Codi que las noticias habían llegado ya hasta el hotel. Miró alrededor buscando a alguien de mayor rango. Al no encontrarlo, hizo un gesto escueto y rodeó el mostrador. Llevó a Codi a un rincón, donde llamó un ascensor a todas luces privado. Parecía eficiente, decidida y fiel a su cliente, y mientras las puertas de la cabina se cerraban, Codi lamentó de veras la mentira.
El acelerón inicial fue brusco, y luego el tiempo pareció pararse. Los segundos pasaban y la cabina seguía moviéndose, obligando a Codi a preguntarse por altura a la que se encontraba su destino. Suponía que debía prepararse para la conversación, pero no podía. Hervía de furia, se sentía literalmente sucio al pensar que su mano había tocado la de Cherny. Las palabras de Fally se repetían en su cabeza como una grabación arruinada: «Y entonces, y entonces, y entonces… para que no pudiera tocar».
Luego el ascensor se detuvo, envolviéndole en una momentánea sensación de ingravidez, y las puertas se abrieron. Codi salió fuera, de repente consciente de que no había subido a una planta. Había ido a parar directamente a la suite de Cherny.
A la enorme suite de Cherny.
La luz era tenue en toda la estancia. Aunque lo intentó, no pudo adivinar cuántas habitaciones había allí. Desde la entrada se abrían varias puertas y los salones que se veían detrás tenían a su vez más de una. En el laberinto así creado, una mano grácil había dispuesto espejos, armarios, objetos de arte, un comedor para una docena de invitados…
Dos voces discutían en las profundidades de aquello. Codi instintivamente se quedó congelado en la entrada.
—¿Tienes idea de lo que has hecho?
La pregunta hubiera podido expresar inquietud, pero la insolencia de la voz no dejaba dudas sobre las emociones en juego. El que hablaba no estaba preocupado: estaba furioso. La respuesta de Cherny resultó casi inaudible en comparación, y sonó tan impasible que seguramente inflamó aún más al invisible interlocutor.
— He tomado mi decisión.
—¿Y qué hay de tu compromiso con el Crialto? ¿Lo has olvidado?
— Sabía que era eso. No creo que a tu padre le importe tanto.
— A mi padre pronto dejarán de importarle muchas cosas.
Dos rápidos pasos, un golpe, y Codi oyó el ruido de algo pesado cayendo al suelo y arrastrando consigo objetos de cristal. Sin pensarlo dos veces Codi se adelantó. En la sala más grande y mejor iluminada vio a Gabriel frotándose los nudillos de la mano derecha y a otro hombre levantándose pesadamente del suelo. Era corpulento, de mediana edad y tenía una perilla cuidadosamente recortada — fue el único detalle en el que Codi se fijó—. La maciza superficie de cristal de una mesa cercana yacía en el suelo, hecha pedazos. Un jarrón de plata había rodado hacia el rincón marcando su camino con pétalos desperdigados.
— Me parece que has olvidado algo — el desconocido jadeaba, no tanto por el esfuerzo como por la rabia mal contenida. No se había percatado de la entrada de Codi—. Éste es mi hotel. Mi planta. Mi suite. Si no cumples tu parte del trato, tampoco yo cumpliré la mía.
— Nunca he hecho tratos contigo, Rex. Ahora basta. Vete, o le diré a Tallerand que ya le has enterrado en tu imaginación.
Codi dudaba de que el tal Rex fuera a obedecer, pero para su sorpresa el hombre se dio la vuelta y anduvo medio tambaleándose hasta el ascensor. La mirada que lanzó a Codi al cruzarse con él habría bastado para abrir un agujero en la pared.
— Imbécil — dijo Cherny en voz baja cuando las puertas del ascensor se hubieron cerrado a sus espaldas.
Se dejó caer en una silla y sacó del bolsillo un pequeño frasco de crema color ocre. Sin mirar a Codi se dedicó a ponérsela en los nudillos de la mano derecha a pesar de no tener ni un milímetro de piel levantada. Un diminuto limpiador hizo acto de aparición y comenzó a moverse de un lado a otro recogiendo los cristales del suelo. Al llegar al jarrón se detuvo: el objeto resultaba demasiado grande para él. Codi anduvo hasta la máquina para ayudarla.
— Esperaba que tuvieras mejor servicio — dijo vagamente y colocó el jarrón sobre una de las sillas.
Era difícil imaginarse un comentario más absurdo, aunque en esa situación cualquier comentario le habría parecido estúpido a Codi. Gabriel le miró de reojo, pero no habló. Seguía atendiendo a su mano y lo hacía con tanta concentración que resultaba obvio que sólo era para no levantar la mirada. Codi observó sus movimientos con renovado odio, pensando en la mano abrasada de Fally.
—¿Qué hay entre tú y ese tipo? — intentó de nuevo.
— Es el hijo del dueño del hotel — fue la reluctante respuesta—. Está preocupado por los cambios que habrá en el negocio si dejo de tocar aquí.
— Tiene una curiosa manera de intentar convencerte.
— Sus motivaciones son fácilmente comprensibles.
Más allá del desorden, vaporosas cortinas ondeaban como fantasmagóricas velas, dejando entrever una amplia terraza sobre la ciudad. Codi era consciente de que tendría que ir al grano tarde o temprano, y también de que no sabía cómo hacerlo.