— Bien, muy bien. Te cuento entonces los detalles — siguió Harden—. Es una exclusiva que concerté hace dos días con Stiven Ramis, el fundador de Emociones Líquidas. El planteamiento es muy fácil, en el fondo no hace ninguna falta que vaya yo personalmente. Ese Ramis parece un simplón que no se acaba de creer su suerte. Resulta difícil imaginar que tiene a Magnum Air y Resonance peleándose por su favor.
«Ramis», repitió Codi para sus adentros con la esperanza de evocar algún recuerdo útil. Emociones Líquidas… La nariz de la chica se había arrugado de una forma graciosa cuando había mencionado ese nombre. Eso no era útil. ¿Por qué demonios no había mentido? ¿Por qué tenía que haberle sabido mal? ¿Acaso a Harden le remordía alguna vez la conciencia? No, se sentía complacido de haberse salido con la suya.
— Me temo que no domino mucho todo ese tema… — indicó Codi con cautela.
Realmente, no estaba muy seguro de si Harden lo juzgaría un fallo por su parte. Trató de recordar si alguna vez le había mandado que indagara en la historia, pero la respuesta era no, y un no rotundo. No sabía nada de Stiven Ramis, y nunca había oído mencionar a Emociones Líquidas antes de pisar la consulta del médico. Harden había estado trabajando en el tema sin decirle nada.
—¡Si hay muy poco que rascar! No te pido que averigües cómo van las negociaciones, Ramis puede ser un simplón pero no soltará prenda. Sólo se trata de ir allí, caerle bien, charlar amigablemente durante un rato. Un enfoque generaclass="underline" el hombre que se hace a sí mismo. Algo sobre esos «ambientes» o como se llamen. Cómo funcionan, cómo se le ocurrió la idea. No olvides agasajar su ego de cuando en cuando. Puedes conseguir mucho si dominas el arte.
— Sé cómo entrevistar — repuso Codi.
—¡Muchacho! No me seas orgulloso. Cualquier persona sabe que algunos pequeños y certeros elogios son parte necesaria de una conversación placentera. No vas allí para hacer carrera, sino para tender un puente. Tienes que caerle bien al dichoso Ramis, y qué puede ser más útil y de mejor educación que hablarle de cosas que le puedan gustar. Familia, uno. En eso no te puedo ayudar. No tenemos ninguna información sobre su vida privada. Negocios, dos. De eso ya hemos hablado. Si lo haces todo bien, concierta una nueva cita. Entonces iré a sacarle más jugo.
¿Qué fue de «entrevista fácil» y de «no hace ninguna falta que vaya yo»? Que Harden era un manipulador era un hecho conocido; ¿pero un farsante así de malo? Emociones Líquidas era, obviamente, un tema prometedor que había llevado en solitario. Ahora había metido la pata con su agenda y al no poder estar en dos sitios a la vez, echaba mano de Codi. Lógicamente, no por ello querría compartir con él la exclusiva. Y sin embargo fingía que no le importaba hacerlo, para descubrirse a sí mismo un minuto más tarde.
Todas esas consideraciones pasaron por la mente de Codi en el instante en que apretaba los labios y pronunciaba un escueto «sí, señor». Caminaba deprisa porque estaba enfadado, y en el tiempo que llevaba hablando con Harden había avanzado un buen trozo a lo largo de la calle. La parte de la ciudad donde se encontraba resultaba ideal para un paseo: la zona peatonal era amplia y no muy concurrida. Hacía una agradable y fresca mañana de primavera, pero la conversación hacía difícil que Codi disfrutara de esos detalles. De hecho, ya empezaba a preguntarse cuánto tardaría en encontrar un taxi.
— Por cierto, hay algo más… — oyó decir a Harden, y volvió a prestar inmediata atención—. Una antigua empresa de Ramis, la precursora de Emociones Líquidas, estuvo implicada en una investigación policial. Hace ya muchos años de aquello. No se llegó a acusar a nadie, pero sería interesante ver qué podemos sacar de esa circunstancia.
Plural. ¿Ya eran un equipo de nuevo?
—¿Puede darme más detalles?
— Era una pequeña empresa familiar que diseñaba orchestrones. Supongo que sabes lo que son.
— Sí.
— Son instrumentos musicales, una especie de ordenadores gigantes que producen sonidos electrónicos…
Codi elevó los ojos al cielo. Era precioso, de color azul pálido surcado por finas estelas de humo. ¿Por qué preguntaba Harden, si hacía caso omiso a la respuesta? ¿Por qué respondía él, si sabía que no le escuchaba?
— Su aspecto es muy peculiar, y también su sonido, o eso dicen. Los ambientes musicales se crean mediante el orchestrón. Con eso fue con lo que empezó Ramis. La empresa era pequeña, tenía unos veinte empleados. Y una noche, después de una jornada cualquiera, varios no volvieron a sus casas.
—¿Por qué?
— Se suicidaron.
El periodista se paró en seco. Harden y su amor por los golpes de efecto.
—¡¿A la vez?!
— No a la vez, no estaban juntos cuando pasó — dijo Harden con paciencia—. Pero sí el mismo día. Ninguno tenía antecedentes psiquiátricos. Ninguna relación entre las muertes salvo el lugar en el que trabajaban. La salvación de Ramis fue que todas las muertes fueron suicidios claros, sin ningún indicio de criminalidad. Tenlo en mente cuando le entrevistes, pero ni si te ocurra sacarlo a relucir. Ya me ocuparé yo de sacarle partido.
Tal y como Codi había previsto, no había podido disfrutar del nuevo equipo ni cinco minutos. Se encogió de hombros.
— Lo tendré en mente — dijo—. Suerte en su reunión, señor.
— Ve a por él. Te veo en la redacción.
Hubo un clic, y Codi respiró con alivio cuando la voz de Harden salió de su cabeza. A las once, había dicho. Miró su reloj. Tenía menos de una hora antes de la entrevista.
Estudió su reflejo en el escaparate de una tienda de electrodomésticos. Sobre un fondo violeta por el que desfilaban robots de cocina y mensajes de descuento se perfilaba una figura alta y delgada, de pelo un poco enmarañado y ojos claros y muy abiertos. El traje gris claro que vestía, al estar desabrochado, le daba un aspecto levemente desaliñado. Codi se abrochó con desgana: el día prometía ser caluroso. El pelo, a falta de un peine, no tenía solución en ese momento. Reflejado sobre el fondo violeta adquiría un extraño color rojizo cuando en realidad era castaño, abundante y rebelde.
No era el aspecto ideal para ir a visitar a un director de empresa, pero tendría que bastar. Codi sonrió a su reflejo. Aparte de por el regusto amargo de ser el perrito faldero de Harden, el encargo no le molestaba en absoluto. Disfrutaba haciendo entrevistas y sabía que era bueno en su trabajo. Le gustaba conocer a diferentes personas y tratar de comprenderlas. Ganar su confianza mostrando ser merecedor de ella, no agasajando su ego.
Una vez más, oyó el aviso automático repetirse dentro de su cabeza. Revolución en las comunicaciones, había dicho el dueño de la consulta. En aquel momento, dicha revolución le suponía más una molestia que una bendición.
Tiene trece llamadas sin contestar. Tiene cinco mensajes…
Codi los borró todos y llamó a un taxi.
Tratar de imaginar el lugar en el que transcurriría la entrevista era para Codi un pequeño juego privado. Nunca acertaba. Tampoco acertó esta vez, y echó la culpa a las palabras de Harden sobre un dueño simplón.
La sede de Emociones Líquidas resultó ser un edificio con mucha clase. Tenía a lo sumo unas treinta plantas: resultaba más bien bajo para la zona que lo albergaba. La sensación de prosperidad y poder que emanaba de él no se debía a su altura, sino a su decoración. La entrada estaba rodeada por una parcela de césped de puro color esmeralda. Una verja diminuta — sólo llegaba a las rodillas de Codi— rodeaba el recinto. El mensaje era evidente: aquella gente no necesitaba resguardarse detrás de ostentosas medidas de seguridad. Su prosperidad era su mejor protección.
Codi caminó hasta la entrada sintiendo ganas de silbar. La vaga irritación que lo había acompañado durante todo el camino había desaparecido. Poner un pie en el territorio del recinto le había cambiado completamente el humor. Aquel rincón de la naturaleza alegraba la vista. Relajaba. Codi podía sentir cómo la sonrisa luchaba por salir al exterior. Estar rodeado de verde en medio de la ciudad era una verdadera rareza.