La tenue iluminación del restaurante hizo que el hombre que tenía a sus espaldas le pareciera muy, muy viejo. Tenía la espalda encorvada y la piel flácida, cada surco subrayado grotescamente por la ondulante luz de la vela. Había sombras de agotamiento bajo sus ojos. Algo en su cara le pareció familiar a Codi.
—¡Tallerand!
Allí lo tenía. Una vez pronunciado el nombre, la memoria de Codi sacó a flote el reportaje que había visto sobre el Desafío de Crialto. El mismo hombre, sólo que diez años más joven, había explicado a las cámaras los pormenores del concurso que él mismo había instaurado. El mismo camarero que antes había arreglado la mecha volvió corriendo a acercar una silla. El hombre se sentó frente a Gabriel, ignorando por completo a Codi. Sus movimientos eran pesados pero precisos. Se inclinó mucho hacia el orchestrista.
— Me he enterado de lo de esta noche — dijo.
—¿Vas a sermonearme tú también? Ya he tenido una discusión con Rex sobre el tema.
— También me he enterado de eso. No voy a sermonearte. Voy a tener una larga charla con tu abogado.
— Sabes que no tengo abogado.
Tallerand gesticuló en dirección a Codi sin molestarse en volver la cabeza.
— Este joven entró aquí afirmando serlo — anunció.
Codi enrojeció, recordando la mentira que le había permitido colarse allí y comprendiendo que sus opciones acababan de reducirse drásticamente. El hombre era el dueño del hotel, y su relación con Cherny era claramente amistosa. Lo único que Codi podía hacer para evitar un escándalo era excusarse e irse discretamente, aparentando ausencia de malas intenciones y rezando a cualquier deidad que se dignara escucharle.
Comenzó a levantarse de la silla pero no llegó muy lejos.
— Conozco a Candance de las Hayalas — dijo el orchestrista plácidamente—. No tiene relación con las leyes, que yo sepa. Candance, no hace falta que te levantes. Te presento a Joan Tallerand, el dueño del Crialto. Hace muchos años que nos conocemos.
El viejo entrecerró los ojos, mirando a Codi por primera vez y con expresión dubitativa. Estaba claramente molesto por el poco caso que Gabriel había hecho a su revelación. Aun así, ofreció la mano a Codi con educación. Su apretón fue llamativamente débil. Ahora que veía su cara más claramente, el periodista se daba cuenta de cuánto había cambiado: en vez de una década, parecía haber envejecido dos o tres. Codi había achacado su primera impresión de extrema senectud a una ilusión de la luz, pero ahora veía que se trataba de mucho más que eso. El hombre no gozaba de buena salud.
— Tallerand cuidó de mí hasta que pude cuidarme yo solo — siguió diciendo Gabriel, ajeno a la tensión entre los comensales. Codi tuvo la impresión de que trataba de disculparse con el viejo—. Le conocí durante el Desafío, y volví a verle poco tiempo después. No me atreví a contarle que había abandonado a mi maestra por desavenencias sobre mi carrera. Me parecía muy… ingrato. Sólo le dije que necesitaba dar más conciertos para practicar y que estaba dispuesto a tocar gratis en su hotel. Aceptó con una condición. Me dio esa suite que has visto, me la regaló. Y yo le prometí que siempre daría conciertos en el Crialto.
— Nunca hemos faltado a nuestro trato — dijo el viejo. Finalmente apartó la mirada de la cara de Codi, y el periodista pudo respirar con más libertad.
— Hasta ahora. Es posible que ya no pueda seguir haciéndolo.
— Si me das crédito por haberte acogido, tendrás que dármelo también por los buenos consejos que siempre te he dado.
— Y te lo doy…
— Pero ahora vas y firmas este estúpido contrato. ¿No me dejas al menos decir algo?
— Sé lo que vas a decir. Ya me lo dijo Rex. Lo siento por los conciertos.
— No me insultes, no conseguirás que me enfade contigo. No son los conciertos lo que me preocupa, eres tú. Sé que agradeces mi silencio más que mis cuidados, pero quiero saber qué te sucede… Acabas de decirlo tú mismo: nunca te he hecho preguntas, ni una sola…
—¡Me las estás haciendo ahora! — dijo Gabriel con repentino enfado.
Hizo ademán de ponerse de pie, pero el viejo se volvió hacia él y le agarró del cuello de la chaqueta. No era un gesto particularmente amenazante ni violento, pero Gabriel se quedó quieto al instante. Dejó que Tallerand se levantara y se acercara más, hasta que prácticamente se inclinó sobre el orchestrista.
—¡Porque las cosas están yendo demasiado lejos! — susurró el hombre con enfado, pero en el silencio del restaurante, cada una de las palabras llegó a los oídos de Codi—. Te estás jugando tu carrera. Sabes muy bien que no sólo te di un sitio donde dormir. Arreglé toda tu situación legal, ¡y ni siquiera entonces te presioné para recibir respuestas! Sólo quiero que me digas qué está pasando. Anularé este despropósito. Lo solucionaré…
— No puedes solucionarlo — Gabriel separó su silla y se puso de pie. El gesto con el que dejó los cubiertos sobre la mesa estuvo exquisitamente controlado—. Necesito tocar un rato. Os ruego que me disculpéis.
Se dio media vuelta. Codi miró cómo se abría camino entre las mesas hasta desaparecer en la penumbra. Los pocos comensales tardíos que quedaban miraban todos en esa dirección, quizá sabiendo de la existencia de un orchestrón escondido en las profundidades del Crialto. Algunos debían haberse quedado a propósito, comprendió Codi, a la espera de algo similar. Ahora que Cherny se había ido, se volvían hacia Codi de manera descarada.
El periodista se removió, inquieto, preguntándose qué debía hacer. Si Tallerand se iba, pensaba tentar su suerte y quedarse. Si no lograba retomar la conversación con Gabriel, al menos disfrutaría de algo de su música. Pero el viejo no parecía dispuesto a moverse de su sitio. Se dejó caer de nuevo en su silla con gesto cansado, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados. Como no prestó atención a Codi, éste decidió que lo más seguro era no prestarle atención a él.
Una serie de desdeñosos acordes cortaron el silencio. Fueron ejecutados al azar, y después vino una pausa: Cherny se estaba concentrando. Lo que vino después fue, simplemente, perfecto. Desde las primeras notas, Codi comprendió que aquello era una obra de arte. Era… monumental. Fluía con orgullo, sin interrupción, cada nota en perfecto equilibrio con todas las demás. Igual que en las Hayalas, se sintió literalmente invadido. La realidad y la música se fundían de una forma tan orgánica que Codi no podía diferenciar entre las dos. Era una experiencia embriagante, reparadora.
— Debería irse — oyó la voz de Tallerand—. No volverá con usted.
— Lo sé — dijo Codi sin abrir los ojos. No recordaba haberlos cerrado—. Tocará durante horas. Quizá toda la noche. Ha tenido un día complicado.
—¿Cuánto hace que se conocen? — había sorpresa en la voz del viejo, y quizá cierto respeto.
— Una semana — los sonidos se tejían en el aire, lentos y solemnes.
— Trabaja en la prensa.
— Sí.
— Gabriel lo sabe.
No era una pregunta. Codi asintió, obligándose a regañadientes a abstraerse de la música y a centrarse en el mundo a su alrededor. Le costó hacerlo.
— No es lo que piensa. Me da igual su… — empezó a elaborar, pero se calló antes de caer en la mentira. El pasado de Gabriel no le daba iguaclass="underline" había pasado la mayor parte de la noche sonsacándole detalles de su vida—. Quiero ser su amigo.
— Ya veo — el viejo inhaló aire y lo soltó lentamente—. No diré que me agrade el hecho de que haya mentido usted a Saya. Se ha aprovechado de su lealtad y la ha insultado profundamente. Pero prevenir a Gabriel contra unas amistades y a favor de otras difícilmente llega a ser mi tarea. Ya es mayor, y podría serle útil tener un buen amigo aunque sea periodista. Una cosa le diré, sin embargo… No le decepcione.