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— Nadie se ha quejado, al contrario. Me han llegado felicitaciones porque un joven colaborador de mi periódico había sido capaz de entrevistar a Gabriel Cherny en persona. Había supuesto que nos presentarías el material en la reunión.

Codi sintió que la sangre abandonaba su cara. El restaurante. Había algunos comensales, y cuando se propagó el rumor de que Gabriel estaba tocando habían acudido muchos más. Harden se codeaba con aquella gente, ¡por el amor de Dios! ¿Cómo había podido ser tan estúpido?

— Es que no hay nada de qué informar — dijo—. Cherny es una persona muy reservada.

—¿De qué hablaste con él?

Las imágenes desfilaron ante los ojos de Codi. Las manos de Gabriel apretadas fuertemente contra la mesa, mientras hablaba de la primera vez que vio a Fally tocar. La mejilla mojada de Fally contra su hombro. El vuelo desbocado de la hélide. El anciano dueño del Crialto, diciéndole que Gabriel sólo se sinceraba con él.

Tenía que encontrar — ya— la excusa más poderosa del mundo para convencer a Harden de que era mejor dejarlo estar, pero lo único que le venía a la mente era un cántico que se repetía una y otra vez, y que en nada le ayudaba. No puedo, no puedo…

— No puedo decírselo, señor.

Varias chicas de archivos pasaron delante de la mesa de Codi, riendo y tapándose la boca con las manos: era la hora del almuerzo en su sección. Los ojos de Codi permanecían fijos en su mesa. Sólo veía a Harden de reojo. Se dio cuenta de que se lamía los labios.

— No sé lo que estás haciendo, pero es una estupidez — dijo Harden en voz baja—. Y te lo preguntaré por segunda vez sólo porque eres un buen periodista. Es mi sincera opinión, Candance. Pero por muy bueno que seas no puedo tenerte aquí si no puedo confiar en ti, y ahora mismo no me lo pones fácil.

— Todo lo que Cherny me dijo es confidencial — dijo Codi con un deje de súplica—. Fue la condición para que hablara conmigo.

— Cuando alguien concede una entrevista, se sobreentiende que lo hace para que esa información sea utilizada.

— Gabriel Cherny no me concedió una entrevista. Habló conmigo como amigo.

Eso es. Le gustaba como había sonado. Era como si esas palabras calentaran a Codi por dentro. No hacía falta nada para fundar una amistad, salvo tener voluntad para ello. Sabias palabras las del viejo.

— Estupideces.

—¡No son estupideces! — objetó Codi, olvidándose de hacerlo en voz baja—. Sé que es muy frustrante: para mí también. Me gustaría firmar el reportaje del mes como a cualquier hijo de vecino, pero no va a ser posible. ¡Le di mi palabra!

— Quiero el borrador sobre mi mesa antes de la hora de comer.

Codi contempló cómo Harden le daba la espalda y echaba a andar a lo largo del pasillo. El enfado no llegó de inmediato: fue creciendo a medida que el otro se alejaba, sin volver la mirada atrás ni una sola vez. Tras titubear un instante, Codi se levantó y caminó detrás de su jefe con los ojos fijos en su ancha espalda. Necesitaba hacerle entender que no pensaba escribir nada sobre Cherny, antes de que Harden lo diera por sentado.

— Señor, no voy a poder…

— Tengo que ver el borrador antes de comer, o la versión final no entrará en la edición de esta tarde.

—¡No voy a escribirlo!

Harden se volvió. Abrió la boca con incredulidad. Luego la cerró con enojo. Codi se acercó los últimos pasos, pisando sin sentir el suelo bajo sus pies. Sabía que se estaba comportando con increíble falta de tacto, plantándole cara delante de numerosos testigos, pero no podía hacer nada. Quien calla otorga; Harden era un entusiasta del dicho y Codi sabía que no podía callarse ahora. Y deseaba hacerlo. Mientras hubiera incredulidad en los ojos del hombre, aún podía disculparse y volver atrás. Sería un buen reportaje. Le haría famoso. ¿Que no podría mirar a Gabriel a los ojos nunca más? Poca cosa, realmente… No vivían en el mismo universo.

—¿Qué has dicho?

— No voy a hacerlo, señor.

Ver a Harden explotar fue un espectáculo imposible de olvidar. Codi podía jurar que la saliva llegó a salpicarle en la cara. Extrañamente, dejó de sentirse nervioso en el momento en que Harden abrió la boca. Con la decisión ya tomada, defenderla resultó incluso reconfortante.

—¿No vas a hacerlo? ¿No vas a hacerlo? — gritaba Harden—, ¿Quién te crees que eres?

Las caras de todos los demás, testigos mudos de aquella escena, no tenían precio. Días más tarde, Codi aún deseaba haber tenido la presencia de ánimo suficiente para fijarse en ellas, pero en aquel momento apenas lograba controlarse a sí mismo.

— Lo siento, ¡no puedo! ¡Le di mi palabra! Soy…

—¡No eres nadie! ¡Un mocoso desagradecido! Deberías estar pendiente de cada palabra de los que saben más que tú, ¿y me levantas la voz? ¡Tenía muchas esperanzas puestas en ti, por suerte, has revelado tu verdadera cara!

—¿Qué le he hecho exactamente?

— Te he querido como a un hijo. Te he buscado los mejores reportajes, te he dado ejemplo, he supervisado tu carrera…

— El único ejemplo que me ha dado es el que no he de seguir — repuso Codi fácilmente. El subidón de la adrenalina se había vuelto casi intolerable, propulsándolo a cotas de osadía hasta entonces insospechadas. Le asombraba poder hablar con tranquilidad cuando todo su cuerpo temblaba.

La cara de Harden adquirió una coloración rojiza, malsana. Su cuello se hinchó tanto que corría el riesgo de literalmente asfixiarse de indignación.

—¡FUERA! — aulló—. Estás despedido, ¿me oyes?

No debió de haberle cogido por sorpresa, pero así fue. La palabra llegó como un doloroso bofetón y le devolvió a Codi la sobriedad que en aquel momento no necesitaba. La escena dejó de parecerle lejana y se hizo humillantemente real. La siguiente respuesta mordaz simplemente no se le ocurrió. Y aunque Codi hubiera tenido una, no se habría atrevido a abrir la boca. Sabía que su voz le habría traicionado.

Se abrió camino entre las mesas bajo las miradas atónitas de sus compañeros, envuelto en su aturdido silencio. La sonrisa congelada guardaba firmemente el exterior. En el interior se retorcía la rabia: tres años de dedicación acababan de ser borrados por cinco minutos de desobediencia.

Cladia tardó menos de media hora en llegar. Hasta entonces, el periodista se mantuvo sentado en un banco justo enfrente de la redacción, taladrando con la mirada la tierra bajo sus pies y sin recordar que a Harden le bastaría asomarse por su ventana para verlo allí esperando cual perro abandonado. Las oleadas de adrenalina llenaban sus venas una tras otra y se negaban a parar. Todo su cuerpo se mantenía alerta, pero mentalmente se sentía perdido. Aún no lograba convencerse de que ya no podía volver atrás y hacer — decir— algo diferente.

Se levantó al ver llegar a Cladia. De lejos parecía un chiquillo canijo: diminuta y grácil, su corte de pelo era el de un muchacho que hubiera pasado tres meses evitando la peluquería. Mechones de pelo castaño muy fino le cubrían la frente, apenas lo bastante largos para que ella los metiera detrás de las orejas.

Fueron a una cafetería cercana. Cladia estuvo seria, incluso solemne, mientras elegía mesa y rodeaba sus hombros con el brazo.

— No necesitas entrar en detalles ahora — fue la primera cosa que dijo.

Codi asintió. Antes que su sonrisa, antes que su grácil silueta, Cladia era para él una camarada fiable. Sabía exactamente cuándo escuchar, cuándo dar consejo y cuándo dejarle resolver las cosas por su cuenta. Entre ellos dos nunca había habido secretos hasta ese momento: el viaje a las Hayalas había dado pie a la primera conversación incómoda que Codi recordaba haber tenido con Cladia en años. Confiaba en ella y deseaba oír su opinión, pero sabía que el pasado de Gabriel y Fally no le pertenecía.