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— No tienes ni idea de lo mucho que te quiero — respondió forzando una sonrisa.

Cladia apretó su hombro y le atrajo hacia sí hasta que la barbilla de Codi quedó apoyada sobre su coronilla. Durante unos segundos se quedaron así, y Codi sintió que el latido de su corazón se calmaba por la sola presencia de Cladia. El toque de sus pequeños dedos le transmitía ánimo más allá de las palabras.

— Tendría que haberlo dejado estar, ¿sabes? — dijo el periodista finalmente—. No tenía que haber llevado aquel mensaje… ni ido al Crialto en primer lugar. No se me había perdido nada por allí. ¿A quién le importan cicatrices hechas hace años?

— No tengo ni idea de qué estás hablando, pero sea cual sea la causa, considérate afortunado. Es mejor ser despedido pronto que tarde.

— No es cierto — protestó Codi. Estando como estaba, habría protestado por cualquier afirmación—. Podría haberme quedado. Aguantar y callar y… trepar. Arriba y arriba…

— Arriba y arriba, tu abuela. Si no hubiera sido este mes, habría sido el siguiente. Harden te habría apretado las tuercas hasta tenerte agachado y a punto de besar su culo, y ni siquiera sabrías cómo habías llegado allí. Entonces te habrías rebelado y acabado exactamente igual que ahora, con exactamente el mismo resultado.

— Salvo que ahora no he visto su culo de cerca.

— Así es — dijo ella y Codi sonrió de nuevo, esta vez libremente.

— Brindemos porque… — el periodista levantó el vaso que acababan de servirle y se fijó en su mano. Seguía temblando, pero no con el violento temblor que le había entrado en la redacción sino con otro más ligero y controlable. Vació medio vaso de un trago.

— Tranquilo — dijo Cladia.

— Maldito cabrón…

Todas las cualidades que Codi admiraba de Cladia se resumían en aquel momento en una sola: su capacidad de escuchar tacos sin enfadarse.

— Tranquilo — repitió ella—. Es lo que hay. Si te sirve de consuelo, piensa que nadie ha abandonado Hoy y Mañana con tanta clase como tú. Ahora tienes que moverte mucho. La gente tiene que hablar de ti.

— Hablarán de mí, no te preocupes. Harden se asegurará de ello.

— No todos le aprecian. Conozco a muchos que se atragantan con su nombre. Asegúrate de que sus enemigos tengan algo bueno que decir sobre ti, mantente a flote. Trabaja con el material que ya tienes y busca a alguien que te lo publique. Da igual dónde, pero tiene que ser bueno, y tiene que ser pronto.

— Lo haré.

— Tienes que ponerte manos a la obra mañana mismo, Codi. Lo digo muy en serio.

— Descuida.

Era un buen consejo. Un plan de acción que a Codi se le había ocurrido también. Pero ya antes de que las palabras abandonaran su boca, sabía que no iba a seguirlo. Simplemente no tenía el ánimo necesario.

El reloj marcaba las diez cuando Codi abrió los ojos, pero eran más de las once cuando se levantó de la cama. La dejó sin arreglar: hacerlo no tenía ningún sentido. La cabeza le dolía tanto que si no supiera que llevaba seis días encerrado en casa, sospecharía que alguien le había drogado primero y apaleado después. Sus piernas parecían tener un peso extra atado a los tobillos.

El estado del apartamento imitaba al del dueño. El baño y la cocina aún tenían un pase: los espejos seguían tan limpios como siempre, aquellos platos que habían sido depositados en el lavavajillas estaban lavados y la basura del día anterior ya no estaba allí por la mañana. Era en el salón donde el desastre alcanzaba las mayores proporciones. Mientras Codi se dirigía hacia el sofá y se frotaba los ojos, migas de pan crujían bajo sus pies. Recibos, un botón descosido y una botella de leche adornaban la mesa. Y, por supuesto, montones de platos sin lavar. Ningún lavavajillas podía hacerse cargo de los platos que el dueño dejaba tirados en el suelo.

Codi se dejó caer en el único trozo del sofá visible bajo los restos, comprobando con desagrado que las migas de pan también cubrían el tapizado. El holo se activó, pero no le prestó atención. El aparato estaba programado para activarse en su presencia. Con el dueño perpetuamente en casa, estaba encendido todo el día y Codi carecía de conocimientos y energía para cambiar eso.

Habían pasado seis días, y su odio hacia Harden no había perdido ni pizca de intensidad. Tenía un sabor más amargo que la bilis.

Quemaba como metal fundido, clavaba los dientes en sus entrañas como un animal rabioso. No era el hecho de que se hubiera quedado sin trabajo. Encontraría otro… Tampoco que hubiera sido despedido injustamente, tras varios años de máxima dedicación… El negocio de la información era traicionero. El despido era una eventualidad desagradable pero no imposible, y siempre lo había sabido. Era la razón. Harden lo había despedido delante de toda la redacción, en una decisión instantánea, simplemente por haberle negado algo que quería una sola vez, la primera en años.

A posteriori, sería más heroico decir que Codi había actuado siendo plenamente consciente de las consecuencias, pero no era cierto. Mentiría si dijera que volvería a hacerlo de poder volver atrás. No sabía qué haría. No pasaba un día sin que lamentara no haber escrito ese maldito artículo… no haberse obligado a sí mismo a hacerlo… Pero sabía que no hubiera podido. Existían cosas por las que no podía pasar: ésa había resultado ser una de ellas.

Cladia había tenido la delicadeza de no agobiarle todos aquellos días, ni personalmente ni a distancia, pero su paciencia acabó por agotarse. Su llamada cogió a Codi por sorpresa, y tardó en contestar. De hecho, mientras el aviso seguía repitiéndose en su oído con la paciencia de un autómata, se planteó la posibilidad de ignorarla por completo. No tenía ganas de ver a nadie… pero Cladia formaba un mundo aparte para él.

Pocos minutos de conversación bastaron para que se sintiera profundamente avergonzado. Acabó aceptando dar un paseo por el centro de la ciudad. Era sábado, y las calles estaban colapsadas por gente y luz. Codi y Cladia dieron vueltas sin tener un claro destino, hablando sobre todos los temas imaginables pero evitando con cuidado lo relacionado con la situación de Codi. Acabaron perezosamente apoyados contra un escaparate, Cladia con el paquete de bolitas picantes entre las manos y Codi con una botella de refresco. Estaban sorprendentemente a gusto en aquel rincón, viendo pasar el río de gente ante sus ojos. A Codi le habría gustado quedarse así durante horas y no intercambiar palabra alguna, pero por las miradas de soslayo que recibía de Cladia sospechaba que esta vez ella no le dejaría en paz.

— Dilo — dijo Cladia finalmente.

—¿El qué? — respondió sin apartar los ojos de la ociosa multitud que pasaba delante de ellos.

No quería decir nada. Quería quedarse así, en cómodo silencio, y no pensar en nada.

— Qué es lo que te corroe.

— No terminaría hasta mañana.

El amago de chiste fue en vano. En pro de la comodidad — el lugar en el que se habían detenido era bastante estrecho— estaban muy apretados el uno contra el otro y Codi pudo sentir cómo se tensaba el cuerpo de Cladia. La comprensión era una de sus mayores virtudes, pero la paciencia era otra cosa enteramente distinta.

— Está bien — el periodista cogió aire—. No tengo empleo, no tengo referencias. No sé cuándo recibiré mi próximo sueldo. Harden es un hijo de puta.

Cladia negó con la cabeza. Las puntas de su pelo rozaron el cuello de Codi y le hicieron cosquillas.

— Muy trágico todo, pero he dicho corroe, no molesta levemente. Codi, ¡dilo! No hay nada malo en pensar lo que tú piensas.

Allí estaba. La lectura del pensamiento. ¿Cómo lo hacía? El haber perdido el trabajo no le importaba tanto como… otra cosa. Otra cosa de la que no estaba especialmente orgulloso.