—¿Y bien? — dijo.
— Lo siento si has dejado cosas sin hacer por venir a verme — respondió la niña finalmente.
— No pasa nada, saltamontes.
Codi la atrajo hacia sí, rodeando sus hombros con el brazo. Fally era una cría terca y consentida, rasgo que le venía de ambas familias, pero tenía un buen corazón y era sincera. Juntos, caminaron hacia donde les esperaba Cladia.
— Tu amiga es simpática — anunció la niña—. Y graciosa. Yo estaba sentada allí, y ella vino diciendo… Sólo dijo: «¿No es un castigo algo exagerado por hacerte esperar?»
— Muy graciosa — masculló Codi contando los botones de su chaqueta. Echó en falta dos y desistió de sus esfuerzos por estar presentable.
Fueron llevados a través de entradas traseras y atajos nada obvios hasta lo que parecía una sala de reuniones con una infinita mesa, butacas giratorias a ambos lados y dos puertas enfrentadas. La iluminación era blanca y estéril. Los ecos se multiplicaban saltando entre las paredes. La razón por la que Fally los había llevado a aquel sitio eludía a Codi. En su opinión, ningún lugar con dos entradas y asientos para veinte personas podía definirse como privado.
— He visto a Gabriel — anunció Fally en cuanto se hubo acomodado directamente sobre la mesa. Hizo girar la butaca más cercana con los pies—. Ya está grabando para Padre. No he hablado con él, pero estos días lo he visto muchas veces de lejos…
— Quieres decir que lo has estado espiando — adivinó Codi.
— No quería, pero estuve pensando en lo que tú dijiste… Dejar las cosas claras no hace daño. Y he bajado un par de veces a los estudios para ver si me encontraba con él, pero la doctora Lynne se enteró. Me prohibió bajar a los sótanos. Antes podía ir adonde quisiera, pero hizo que me retiraran las autorizaciones.
Dicho esto Fally miró a Codi fijamente, los ojitos brillantes de expectación. Cuando éste no ofreció ninguna reacción obvia, el entusiasmo flaqueó. Fally miró entonces a Cladia.
— Lo siento mucho, saltamontes — dijo Codi en aquel momento—, pero ¿qué quieres que haga yo?
— Hoy tendré una buena ocasión para hablar con él. Habrá un concierto antes de la subasta.
— Hazlo entonces.
La respuesta fue un claro error. Como si alguien hubiera apretado el botón de apagado, la ilusión en los ojos de Fally se extinguió y la niña encogió ante los ojos de Codi.
— Quería saber qué te parecía…
Codi sintió una intensa pena por ella. Si Fally sentía la necesidad de preguntarle a él, significaba que realmente no tenía otros nombres en la lista. El periodista hundió la cabeza entre las manos.
— Fally, cielo, ¿no puedes hablar de esto con tu padre? — oyó preguntar a Cladia con suavidad—. Codi no puede tomar esas decisiones por ti, y no sólo porque puede tener problemas. Aunque tuviera una opinión que darte, no es quién para hacerlo.
— Con Padre no puedo hablar. Por… por…
— Lo entendemos. ¿Y con esa doctora Lynne?
La niña se removió, indecisa, y Codi comprendió que la idea de mezclar a la doctora Lynne en el asunto le apetecía tan poco como acudir a su padre. Se dio cuenta de que a Cladia también se le habían acabado las evasivas. Incapaz de aguantar más el silencio de la niña, bajó las manos y volvió a tomar cartas en el asunto.
— Si de verdad no tienes con quién hablar, nosotros te daremos consejo — dijo—. Yo te lo daré. Allá va: me parece buena idea que hables con Gabriel. A los dos os hace mucha falta. Pero si quieres hacerlo a escondidas, necesitarás un sitio más privado que éste. ¿Y qué hay de los invitados?
— No pasará nada si nos ven. La mayoría de la gente ni sabe que Padre tiene una hija. Soy como invisible.
Inconscientemente, tocó la cicatriz de su palma. Era un gesto tan automático en ella como dar vueltas a cualquier objeto en Gabriel. Cladia, que no se había fijado en la cicatriz hasta entonces, se acercó y cogió la mano de la niña entre las suyas.
— Uno no deja de ser hijo por no poder tocar — dijo.
Codi creyó que Fally se liberaría, pero la niña se quedó quieta permitiendo la inspección de su antigua herida. Tan sólo se encogió de hombros.
— Padre quería tener a alguien excepcional. Buscó mucho, y me eligió por mi talento. Me adoptó, y justo entonces pasó… Ya no podía «desadoptarme» — la última palabra le salió ronca a pesar de estar pensada como una broma—. Voy a preparar un ramo de flores, subiré al escenario y le diré a Gabriel dónde podemos vernos. Os quedaréis por aquí, ¿verdad? ¿Os quedaréis al concierto?
Codi miró a Cladia, que estaba sentada en cuclillas al lado de Fally y acariciaba su palma con el pulgar. La mirada que le devolvió no ofreció ninguna respuesta obvia. Codi creía saber cómo se sentía: se había dedicado a darle sermones y había acabado cayendo en la misma trampa. Había dado esperanzas a la niña, y aunque lo deseaba ya no podía volver atrás.
— Nos quedaremos — dijo el periodista.
Se sintió recompensado por todas las futuras complicaciones cuando la luz volvió a encenderse en la cara de Fally.
Emociones Líquidas era, sin duda, un sitio con mucha clase. Entre otras cosas, la sede albergaba su propia sala de conciertos, cuyas dobles puertas estaban decoradas con grabados de instrumentos musicales antiguos. Desde la entrada, un pasillo dividía la sala en dos mitades. El escenario estaba vacío. Tal y como Gabriel le había explicado a Codi, el orchestrón no era visible para el público.
Codi y Cladia se encontraban cerca de la entrada, conservando toda la buena presencia de la que eran capaces y tratando de no destacar demasiado. Los pantalones vaqueros de ambos contrastaban insolentemente con la fina vestimenta de todos los demás.
— Son como pastelitos de supermercado — dijo Cladia.
—¿Pastelitos?
— Con esos vestidos y esos sombreros. Adorables, apetecibles, caros, pero en el fondo nada sabrosos.
Se sentaron de forma discreta en un extremo del auditorio. Imitando los movimientos del público femenino, Cladia se abanicaba con una decorativa hoja que había extraído de un florero. Fally había vaciado varios en su intento de preparar el ramo perfecto. Tras mostrarles el camino, había desaparecido entre nubecitas de perfume y susurros de telas arrastradas por el suelo.
Las luces se apagaron tan poco a poco que les costó darse cuenta. Codi esperaba el arranque de los aplausos, que según sus cálculos estaba tardando mucho en llegar. Por fin, un susurro recorrió las primeras filas. Codi estiró el cuello para ver mejor.
—¿Señor Weil? — Una mano tocó su hombro y Codi miró hacia atrás con sobresalto. El aplauso estalló en aquel preciso momento, y le costó escuchar las palabras del hombre uniformado que se inclinaba sobre él, salvo la última de todas—: Acompáñeme.
¿Tan pronto les iban a echar de allí?
Codi se puso de pie, acción que le valió miradas de reproche por parte de sus vecinos. Cladia tuvo la sensatez de soltar su mano y mirar hacia el otro lado. Alguien debía mantener la promesa y echar un vistazo a la niña cuando el concierto terminara.
Con la espalda recta y expresión cautelosa, Codi caminó detrás de su acompañante hacia la salida. La puerta fue solícitamente abierta para él. Una vez se hubo cerrado a sus espaldas, absorbiendo el ruido de los aplausos, el periodista pudo ver mejor a su acompañante. Era bajo y tenía unas mejillas flácidas y sonrosadas. Sonreía plegando los labios en forma de pajarita.
— Le ruego me disculpe, señor— dijo con una inclinación. Su manera de hablar era rápida y algo farfullante—. La rueda de prensa no tardará en empezar. Lamento que tenga que perderse el concierto, pero nos resultó imposible acomodar ambos eventos en una sola tarde, si no era al mismo tiempo.