Las palabras de Gabriel rezumaban ahora rabia mal contenida, y a Codi no le costaba imaginar el por qué. La presencia de una niña — casi un bebé— sería considerada un impedimento para la concentración del futuro orchestrista. Y conociendo las artes de Alasta, no le cabía duda de que tardó poco en arreglar el asunto.
— Tú la querías mucho — oyó decir a Fally.
— Sí.
— Yo también. Me leía cuentos y me dejaba hacer trenzas con su pelo. Le llegaba hasta la cintura, ¿recuerdas? No me gusta que intentes culparla de todos los males.
— A ella no; yo tuve mi parte de culpa. Después de aquella conversación tan… persuasiva… me aparté de ti. O ella o tú, había dicho Alasta, pero no os quedaréis en la isla los dos. Tuve que aceptar su ultimátum. Estaba muy enfadado… contigo, con ella. Me dije que podía olvidarme de todo y que no te necesitaba. Pero descubrí que no podía seguir haciendo las cosas que previamente había hecho con Alasta… Nuestras actividades de entonces, las vi con otros ojos simplemente por haberte tenido mi lado. Nunca más pude ser lo que ella quería que fuera. Es raro que un hombre pueda saber con exactitud qué hubiera sido de su vida, de haber seguido un determinado camino. Yo lo sé. A veces, tengo pesadillas con aquello. Tú me salvaste de ella y de mí mismo, Faelas… Lo de tu mano… Yo sólo… quería salvarte a ti. Sólo eso.
— No necesitabas salvarme de nada.
— Lo siento.
—¡No quiero que lo sientas! Sólo quiero que te quedes conmigo.
— Ya te lo he dicho: no puedo.
—¡¿Por qué?!
— Porque recuerdo cómo fue — dijo Gabriel en un susurro—. Gritaste y trataste de soltarte, pero yo no te dejé ir. Era mucho más fuerte y te forcé, te mantuve mucho tiempo allí, y tú gritabas… Por poco que piense en ello, se me ocurre que un acto tan perverso, tan intolerable no puede ser fruto del amor. Así que quizá tuve celos… quizá fue intencionado y he estado mintiéndome a mí mismo. Me es imposible saberlo, de modo que… Sé que Stiven Ramis es casi lo contrario de un padre perfecto, pero al menos él… al menos él te tratará mejor que yo.
Durante un rato, nadie pronunció palabra. La conversación había terminado, no quedaba nada más que añadir. Paso a paso, tratando de no hacer ruido, Codi empezó a desandar su camino hacia la salida de la galería. Suponía que Fally preferiría la soledad a su compañía en esos momentos. ¿Cómo podía Gabriel hacerlo? Cómo podía ser tan cruel… ¿Tan sincero? En lo más profundo, el periodista comprendía que Cherny no era el tipo de persona dispuesta a recurrir a evasivas o excusas, pero sabiendo hasta qué punto Fally había esperado otra cosa — una reunión, un final feliz contra toda lógica—, se preguntaba si a Gabriel le habría sido tan difícil mentir.
Cruzó por delante de puertas cerradas, contándolas de forma automática. Una… Él tenía una parte de culpa. Dos… Él había animado a Fally a organizar la reunión. Tres… Conociendo la historia completa, conociendo el carácter difícil y fantasioso de Fally y el oscuro y determinado de Gabriel, había creído que podían entenderse. Idiota…
— Señor Weil… ¿Buscando algo?
La doctora Lynne, tan inmaculada como siempre, inclinaba su cuello de cisne desde el final del pasillo. Codi la miró estupefacto, en absoluto preparado para su presencia en aquel lugar.
— La salida — dijo lo primero que se le ocurrió.
Había pocas cosas en aquel momento que deseara menos que hablar con Lynne: el recuerdo de cómo había tenido que salir en defensa de Ramis estaba demasiado fresco en su memoria. Aun así, no podía retroceder: si la mujer se acercaba a él, tal vez oiría a Fally y Gabriel. Con ese pensamiento en mente, Codi fue a su encuentro.
— Usted no es el representante acreditado de Hoy y Mañana — Lynne también se acercó a él con pasos pequeños y lentos—. Conozco personalmente a Víctor Harden.
— Fui invitado… — se apresuró a decir Codi.
Se encontraron a la salida de la galería.
— Por Fally, lo sé — Lynne levantó su delgada mano para que no respondiera. A Codi le pareció que escondía una sonrisa—. Parece que cada vez que viene usted a Emociones Líquidas, alguien acaba pidiéndole disculpas por su comportamiento.
— Le aseguro que mi única intención es ayudarla.
Lynne sonrió ahora abiertamente, pero no como lo había hecho en la rueda de prensa. Allí, su sonrisa había sido amplia, cálida, pero siempre obligada. Ahora era más viva, casi picara. Verla en la cara de la mujer convenció a Codi de que Lynne no estaba allí para ponerlo en un aprieto.
— Créame, no tengo nada en contra. Fally tiene una edad en la que una muchachita necesita determinadas cosas. ¿Sabe a lo que me refiero?
—¿Una madre? — aventuró el periodista, anonadado.
— Una madre era lo que necesitaba de pequeña. Intenté serlo para ella… Lo que necesita Fally ahora es un padre. Un hombre fuerte que la cuide y la haga sentir aceptada. Si ha hablado con Fally más de cinco minutos y no es tonto, sabrá que mi querido Stiva no es ese padre perfecto.