— Pase dentro — dijo Lynne, devolviéndolo a la realidad.
Dadas las pequeñas dimensiones del despacho, introducirse en él equivalía a rodear la mesa y ponerse en el lugar del legítimo propietario. La ciudad nocturna parecía quedar a los pies de Codi. La quietud daba una idea de lo tarde que era.
Lynne se apoyó grácilmente sobre el borde de la mesa.
— Ahora que estamos aquí, le repetiré lo que dije abajo, con más calma— dijo mientras Codi miraba con fascinación a su alrededor—. Quiero que trabaje para mí.
—¿Buscando información comprometida sobre Emociones Líquidas como si fuera a desprestigiarla? No parece un cometido demasiado noble.
— No resulta tan diferente del que tenía en su anterior trabajo. Buscaba detalles sórdidos sobre nosotros para su jefe, ¿no es cierto?
Codi hizo una mueca: el comentario había dado en el blanco.
— Buscaba, pero quizá no esperaba encontrar ninguno.
Los ojos de Lynne relampaguearon. Claramente, la mujer no apreciaba evasivas ni respuestas a medias. Allí donde Ramis no daba la talla como líder, ella lo suplía con creces.
— Candance, no se haga el ingenuo. Sabe perfectamente que Emociones Líquidas tiene un montón de trapos sucios. Ni más ni menos que cualquier otra empresa con miles de empleados. Despidos improcedentes, líos amorosos censurables, sobornos múltiples… En cuanto al hombre soltero y rico que la dirige, a saber lo que habrá hecho a lo largo de sus cincuenta y siete años de vida. No puedo estar al lado de Stiva eternamente. Le adoro, pero simplemente no me paga lo bastante para hacerlo. Así que déjese de rodeos y conteste. ¿Va a ayudarme?
— No creo que sea el más adecuado…
— Lo es, si yo así lo digo. El orgullo no es un defecto, ¡debería practicarlo más! Lo preguntaré de nuevo… ¿Va a ayudarme?
Codi cogió aire. No podía ni quería hacerle ascos a la oferta. No tenía empleo y sus probabilidades de encontrar uno eran muy inferiores a la media. La sola ambientación de la entrevista — si es que la conversación podía llamarse así— dejaba claro que Lynne hablaba de no poco dinero. Pero había algo en todo el asunto… una preocupación probablemente absurda que se sentía obligado a formular antes de pronunciar el sí definitivo.
— Si sacara algo a la luz… — dijo lentamente—. Algo gordo, quiero decir… Haría lo que mi conciencia me dictara. No me mantendría callado.
Miraba atentamente a la mujer mientras decía aquello. Era consciente de que Lynne estaba en su derecho de tomar sus palabras como un insulto, y cuando sus ojos relampaguearon una vez más estuvo seguro de que así había sido. Pero el enfado de Lynne se apagó tan pronto como había venido, y cuando ella habló lo hizo con solemnidad.
— Candance, lo ha entendido todo mal. Aprecio mucho a Stiva, pero ni siquiera por él haría nada censurable. Y nunca se lo pediría a usted. Piénselo: usted es una persona directa y decente. Lo lleva escrito en la cara, lo ha demostrado hoy. Si quisiera a alguien dispuesto a encubrir acciones ilegales, ¿cree que le abordaría a usted?
Codi se encogió de hombros. El mismo se lo había señalado a Lynne hacía poco: lo lógico era que la mujer recelara de él.
— Tenía que asegurarme — dijo con gesto de disculpa.
— Escúcheme bien — repuso ella—. Si descubre algo que no le gusta, algo realmente grave, mi única condición es que me dé un par de días para investigarlo. Si soy incapaz de darle una explicación, seré la primera en tomar medidas.
El periodista recorrió el despacho con los ojos. Le gustaba mucho, irradiaba diligencia y dinamismo. Resultaba obvio que los que trabajaban allí amaban su trabajo, Lynne la primera, y él respetaba eso en un jefe.
—¿Por dónde tendría que empezar?
Aún usaba el condicional.
La sonrisa de Lynne brilló como una de las ventanas de enfrente. Se inclinó hacia Codi por encima de la mesa.
— Averiguando qué pasó de verdad en Acorde S.A. hace veinticinco años. Le daré los nombres de los trabajadores que sobrevivieron. Se mantuvieron en secreto ante la prensa, Stiva les ayudó a cambiar de trabajo. El despacho estará preparado para usted el lunes a las ocho. Bienvenido a Aquamarine.
CAPÍTULO XI
Lynne había sido fiel a su palabra. El despacho donde habían hablado la noche del sábado estaba preparado para él la mañana del siguiente lunes, pero Codi no tuvo la sensación de ser su dueño hasta que no hubo cambiado la silla de sitio y dispuesto pequeños recuerdos por los estantes y la mesa. Había llevado consigo un par de fotos, una minúscula planta y una concha que había recogido en las Hayalas. Era muy vistosa, con la superficie violácea pulida por el agua y carente de los desperfectos que las algas ocasionaban a veces en las conchas maduras. Había pensado que encajaría bien allí.
Terminados los arreglos y superadas las comprobaciones por el servicio de seguridad, Codi se sentó a cavilar sobre su nueva posición.
A Cladia no le había gustado. Se lo había dicho llanamente, con la delicadeza de una aguja que pincha una turgente burbuja de entusiasmo. Cuando añadió que lamentaba que no hubiera hecho mejores migas con Mollaret, el segundo puñal casi partió en dos el ego de Codi. El tipo era irritantemente condescendiente, explicó el periodista de modo cortante, y no iba a darle trabajo.
— Inmediatamente, claro que no. Nadie hace eso. ¡Pero te lo daría la semana que viene! Podrías enseñarle ese artículo sobre los charquis. Infrared publica mucho sobre temas sociales.
—¿Sabes lo difícil que es hacerte sitio en una redacción que ya está en marcha? Me convertiría en el nuevo, no tendría ni voz ni voto, ni siquiera un lugar donde caerme.
Lo peor era que, desde todos los puntos de vista, las protestas de Cladia habían llegado demasiado tarde. En primer lugar, Codi ya había aceptado o, más bien, había permitido que Lynne lo diera por sentado. En segundo lugar, la conversación había tenido lugar alrededor de las cuatro de madrugada. Cuando salieron de Emociones Líquidas era tan tarde que Cladia había accedido a quedarse a dormir en el apartamento de Codi. Y aunque el periodista no había tenido nada especial en mente cuando había sugerido tal cosa, tampoco había contado con pasar la noche intercambiando sarcasmos.
— Así que con esa mujer tienes un despacho y no necesitas nada más de la vida — decía Cladia asomándose desde el baño y señalando a Codi con el cepillo de dientes.
— Necesito muchas más cosas de la vida, pero tener un maldito sueldo es esencial — contestaba éste desde el salón. Limpiar el sofá de los restos acumulados y convertirlo en un lugar apto para dormir había resultado más complicado de lo que había imaginado—, ¡No me alimento del aire!
— Estás de un humor extraño.
— Porque no haces más que llevarme la contraria. No conoces a esa mujer, no tienes por qué sacarle fallos.
— Es sólo que me parece antinatural en ti…
—¿Que haya aceptado un buen empleo te parece antinatural en mí?
— Es una decisión que vas a lamentar.
Codi torció el gesto. Era un buen empleo. No tenía ningún fallo: había expuesto sus condiciones y había obtenido un trato justo. Si algo iba mal, se iría y no perdería nada en absoluto. Si todo iba bien, tendría un trabajo y la posibilidad de buscarse otro con total tranquilidad, si quería hacerlo.
Terminó de tirar al suelo todos los objetos que cubrían el sofá y se estiró para dormir. Con la luz apagada y los ojos cerrados, escuchaba los pequeños ruidos de Cladia en su ir y venir entre el baño y el dormitorio. Estaba ya a punto de desconectar cuando se incorporó como atravesado por un rayo.