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Lo inesperado de la oferta de Lynne y el enfado de Cladia le habían hecho olvidar que la rueda de prensa había sido sólo el preludio al anuncio de ofertas.

—¿Quién…?

— Resonance — llegó la impávida respuesta de Cladia—. Resonance tiene el contrato.

El periodista se dejó caer de vuelta al sofá. No podía creer que algo tan importante se le hubiera olvidado por completo. Trató de encontrar una posición más cómoda, con la mano derecha bajo la mejilla. El anuncio de ofertas debía haber trascurrido mientras él y Lynne conversaban arriba. Se le ocurrió que era muy significativo que Lynne no estuviera al lado de Ramis en aquel momento. Implicaba que ambos sabían con antelación quién saldría ganando. Los sobres cerrados y la guerra de ofertas no eran reales, un mero espectáculo… Comprenderlo no le sorprendía en demasía. Eran las luchas de poder habituales.

Notó que la luz se había apagado. Poco después, oyó el ruido de su propia cama cediendo bajo el peso de Cladia. Eso le provocó una punzada que no supo definir, como si tuviera una astilla clavada debajo de las costillas. Durante unos minutos todo permaneció en silencio, pero Codi no podía dormir. Recuerdos vivos, llenos de detalle y color, desfilaban ante él. Los ojos de Cladia, brillando a pocos centímetros de él mientras le increpaba por su negativa de ir a ver a Fally. La llave del gorila Rang, que con un giro de muñeca le había hecho caer de rodillas sobre el césped. La sala de conciertos, con el orchestrón escondido de los ojos del público. Se preguntó si alguna vez llegaría a ver uno.

Lynne, cogiéndole del brazo. Era la imagen que más perduraba. Codi tenía que admitir que se sentía fascinado por la mujer. Lynne era inflexible, autoritaria, envuelta en un manto de misterio. Si no hubiera sido contratado por ella, la habría convertido ya mismo en el tema de su siguiente artículo.

— Felicidades por el contrato — fue el primer comentario que le hizo Codi cuando Lynne se asomó por su puerta puntualmente a las ocho.

— Resonance era un asunto decidido hacía tiempo — dijo ella casualmente—. Si quieres tener bajo tu control una negociación o un contrato, has de trabajar en ello con mucha antelación.

Lynne recorrió el despacho con la mirada, fijándose en los pequeños cambios. Acarició con un dedo las hojas de la planta de Codi, murmuró unas palabras de aprobación. Luego, rápidamente entrando en la materia, se apoyó en la mesa y repasó los documentos que habían sido transferidos al escritorio del reportero. Codi, que había aparecido en el despacho antes de lo necesario, ya había echado un ojo a los más importantes y empezado a apuntar los nombres de los trabajadores supervivientes junto con una breve descripción de cada uno. Lynne inclinó la pantalla hacia ella y leyó durante unos minutos, asintiendo para sí.

— Recuerda sólo que la diligencia ha de ser mantenida — dijo finalmente—. Ya veremos si dentro de un mes sigues apareciendo por aquí a las siete y cuarenta.

Codi no supo qué contestar: ésa había sido la hora exacta en que había cruzado la puerta.

— Me fijo en muchas cosas — Lynne se rió suavemente, leyendo su expresión—. Es posible que algunos te digan que soy el demonio personificado. Fíjate bien en quién lo dice: verás el retrato de un auténtico holgazán. No soy una persona blanda. No lo oculto ni pienso que sea un defecto, pero tampoco soy un ogro. Hoy no necesitas impresionarme: te doy permiso para tomarte el día con calma. Alguien se pasará para explicarte las reglas y enseñarte el edificio. Mañana a primera hora, sin embargo, decidirás cuál es el nombre más interesante de la lista y te pondrás a trabajar sobre esa pista.

Con esto desapareció, dejando a Codi a solas. El periodista no tardó nada en terminar de hacerse suyo el despacho. Tenía poco espacio para escondrijos, pero era un palacio comparado con los cajones de su mesa en Hoy y Mañana. No tuvo que esperar mucho al prometido guía. La puerta se abrió para revelar a una chica de pelo rubio, corto y muy rizado, con expresión benévola. Vestía un mono de trabajo y un cinturón con multitud de mandos sujeto a la cintura.

—¿Eres el nuevo? — preguntó con franco entusiasmo.

Codi abandonó su posición — estaba tirado en su sillón, mirando por la ventana con expresión soñadora— y asumió una postura más digna.

—¿Perdón?

— Soy del comité de bienvenida… — dijo ella. Hablaba como si estuviera sorda: con voz desproporcionadamente alta para el ruido ambiente. Manipuló uno de los mandos y siguió hablando en un tono más normal—. Lo siento. Estaba escuchando las grabaciones. ¿En qué trabajas?

—¿Hay un comité? — insistió Codi.

—¿No te sientes agradecido? No somos muchos los que lo formamos, pero creemos que nadie debe estar solo en su primer día. ¿Tu nombre?

Codi se encogió de hombros. La muchacha era demasiado directa para su gusto — su entusiasmo le intimidaba—, pero no cabía duda de que le podía ayudar.

— Candance — dijo y extendió la mano.

El suyo era Bastia. Hablaba mucho, se reía aún más y gozaba de la incondicional adoración de todos los empleados de la planta de Codi. Era como un diminuto remolino con rizos rubios. Insistió en empezar la visita llamando a la puerta de todos los despachos. Entraba sin esperar respuesta y cruzaba varias palabras con el ocupante de turno mientras Codi se presentaba y trataba de no parecer azorado por la invasión. Tras completar el recorrido, conocía ya a todos sus vecinos. Ninguno tenía la más remota relación con el periodismo. La mayoría eran ingenieros, y había varios gestores financieros. Gente joven con historias interesantes que contar, hombres casi todos. Resultaba natural el éxito apabullante que Bastia tenía en aquellos parajes. Como guía no tenía precio; hasta conocía por su nombre a todos los vigilantes de seguridad.

Tras completar el recorrido de los despachos, salieron a la explanada central, atravesada verticalmente por los tubos de los ascensores. A aquellas alturas — era su cuarta visita a Emociones Líquidas— Codi ya era capaz de orientarse en el edificio. Pensar en él como una flor de cinco pétalos cuyo centro eran los ascensores ayudaba. Él y su guía se pararon en el centro de la explanada, contemplando el trasiego de los ascensores. La gente iba y venía concentrada en sus tareas: hombres jóvenes vestidos con trajes de corte discreto, mujeres de mediana edad y agentes de seguridad con uniformes azul oscuro.

—¿Qué hay en las otras plantas? — preguntó Codi.

— Hay una parte financiera, otra legal, marketing y demás secciones. El gabinete de prensa está en la veinte. Es probable que puedas ir allí pero al resto de sitios, lo dudo mucho. Los privilegios de acceso son muy estrictos, así que trata de no irritar a los muchachos de uniforme. Conmigo son amables pero normalmente van a lo suyo, ¿me entiendes?

— Perfectamente — dijo Codi con más ligereza de la que sentía. Al despertar el domingo había descubierto tres hematomas allí donde los dedos de Rang habían agarrado su antebrazo—. ¿Qué hay de los sótanos?

Esa pregunta había permanecido en el fondo de su mente desde su primera visita a Emociones Líquidas. Había hablado largamente con Lynne, pero seguía sin tener muy claro qué era o a qué se dedicaba el misterioso Aquamarine.

— Allí están los instrumentos y todos sus mecanismos de mantenimiento. Tenemos cinco orchestrones, uno de ellos de treinta y seis registros. Es el más grande que se haya construido, pero no se ha utilizado a capacidad total hasta ahora. Yo trabajo allí. Soy técnico de sonido.

Durante toda la excursión Codi había observado cómo manipulaba los mandos de su cinturón. Mientras hablaba, se notaba que escuchaba algo de fondo, pero Codi estaba seguro de que ese algo no era una conversación telefónica. De vez en cuando se interrumpía y hacía anotaciones.