—¿Cómo quieres que te lo diga? Todos estaban muy nerviosos, los vivos temían volver al edificio y también perder el empleo. Pensaban en sus compañeros muertos y no en la llorona de Eleni. Y Stiva nos ayudó mucho a todos. Había que ser muy desagradecido para hablar mal de su chica. Cuando una pareja rompe, no tiene ganas de contarlo por ahí.
—¿Le afectó a Ramis la ruptura?
Supuesta ruptura, se corrigió Codi ácidamente. No sabía si alegrarse de que su primera entrevista hubiera tenido resultados tan prometedores o preocuparse por ello. Se sentía como puede sentirse un buscatesoros que encuentra una daga antigua porque se corta un pie con ella. Un buen hallazgo, pero las consecuencias no lo son tanto.
— Claro que le afectó, pero no por mucho tiempo. Es fácil cansarse de una que siempre está tristona, sentándose en cualquier lado y mirando un punto, y las lágrimas cayendo. Hay una palabra…
—¿Melancólica? Gracias, no quiero más té.
— Eso es. Melancólica. ¿Estás seguro?
— Absolutamente. Está delicioso, pero no podría.
Estaba lleno, pero no era eso. Las nubes alrededor del caso se dispersaban, pero el horizonte no guardaba nada agradable. Un sobrino de unos empresarios que no tenían hijos. ¿Desearía quizá un puesto de más importancia? Un joven derrochador liado con una chica algo inestable. ¿Querría quizá ella algo más de él? El tío muere, su esposa deja el negocio destrozada… La novia desaparece y nadie hace preguntas… El joven Stiva, todo un caballero, hereda la empresa y está libre para disfrutar de nuevos amores. Los trabajadores suicidas son el daño colateral de un plan escrupulosamente pensado…
Era absurdo, pero sabía que Harden era capaz de sacar provechos insospechados de una historia diez veces más inocua. Otros también podían hacerlo. Incluso a Codi, que buscaba proteger los intereses de Ramis, le había costado muy poco perfilar el supuesto plan malvado… No es que se lo creyera realmente, por supuesto que no. Era el escenario más inverosímil que jamás se había planteado. Escenificar un suicidio para encubrir un asesinato era algo en lo que podía creer. Escenificar seis suicidios independientes con el mismo fin, convenciendo a todos los investigadores…
— Te has puesto pensativo — observó Estrella.
Se estaba apoyando en la mesa con todo su amplio cuerpo, mirando a Codi con una solemnidad algo inesperada. Ironías de la vida: nunca hubiera esperado que aquella mujer exuberante pudiera reconfortarlo, pero eso era exactamente lo que hacía. Cada persona tiene una forma diferente de hacerlo; la de ella era el silencio. Con su personalidad, estar quieta y pensativa era un gesto extraordinario. Codi lo intuía, y sentía su apoyo.
—¿Piensas publicar algo de esto? — preguntó.
Codi levantó la mirada de la mesa donde había estado alineando trocitos de galleta. Hasta que recordó que publicar ya no estaba a su alcance, se había estado preguntando lo mismo.
— Verá, yo… La verdad es que trabajo para el señor Ramis… Para su empresa.
Se preguntó si no debería haberse callado, pero la mujer asintió sin parecer sorprendida.
—¿No te gusta demasiado lo que has oído? — observó, directa como siempre.
— Claro que no — admitió Codi—. Me sorprende que sea tan fácil… Creía que en los tiempos modernos uno no podía desaparecer sin más. Y mucho menos una mujer joven que debía de tener amigos, carrera, familia.
— No creo que tuviera familia… Pero tú dirás. Puedes pensar que simplemente rompieron. Pero si has decidido pensar mal…
— Me temo que no tengo otra opción.
—¿Y qué vas a hacer?
— Intentaré buscarla, y también trataré de dar con alguien de la policía. Puede que todo sea muy simple. Puede que la policía ya haya estudiado y resuelto todo esto.
La mujer asintió y se levantó de la mesa, su poderoso busto balanceándose dentro del vistoso escote.
— Es posible — dijo mientras acompañaba a Codi a la salida.
Sus palabras carecían de la convicción que imprimía a todas las demás declaraciones.
El camino de vuelta le pareció a Codi mucho más corto que el de ida, posiblemente porque había empezado el viaje lleno de entusiasmo y lo terminaba con el gusanillo de la inquietud acurrucado dentro del estómago. Se sentía ligeramente febril, quizá por el exceso de té que había consumido en casa de Estrella. Prefería no pensar en lo que haría al volver. ¿Pedir una nueva cita con Ramis y preguntarle por su antigua novia? Su intención era conservar el trabajo, no perderlo cuanto antes. Y en cuanto a la policía, recordaba demasiado bien el trato hecho con Lynne: todo lo que averiguara, se lo diría a ella primero.
Fuera del vehículo, una interminable pared grisácea corría hacia atrás a velocidad constante. Codi sabía que si sus ojos pudieran penetrar la pared de hormigón —¿era hormigón u otro material? — sólo vería macroedificios elevándose uno al lado de otro, como gigantescas cajas de zapatos colocadas verticalmente. Entre aquellos que decían que eran ecológicos y baratos, aquellos que los llamaban hormigueros inhumanos, y aquellos que denunciaban los intereses inmobiliarios detrás de las leyes, había opiniones para todos los gustos. Quizá fueran a prohibirlos pronto — un dramático incendio que había arrasado la mitad de uno de aquellos gigantes había revivido la polémica hacía poco—, pero los que ya estaban en pie seguirían allí por muchas décadas más, separados de los barrios normales y de las carreteras por grises paredes de hormigón.
Codi se mordió el labio y apoyó la frente contra la ventanilla del vehículo. Trabajando para Harden había hecho reportajes sobre temas muy variados, y se daba cuenta de que con frecuencia Hoy y Mañana acababa vistiendo a delincuentes de santos. Saberlo no le enorgullecía pero tampoco le quitaba el sueño: no podía luchar contra la política de su propia redacción. Esto, sin embargo, era un asunto muy diferente. Ya no tenía redacción, ni jefe: él mismo hacía su propia política. Si algo no le gustaba, él mismo tenía que ponerle fin. Y tenía clara una cosa: lo que había escuchado sobre Ramis le había desagradado profundamente. No por lo sospechoso que podía llegar a ser. No porque le creyera capaz de alguna maldad; simplemente por la imagen que se había dibujado en su mente tras el relato de Estrella.
Ya tras el primer contacto con el hombre había intuido que era un vendedor, no un creador. Eso no tenía nada de censurable en sí mismo; eran pocas las personas capaces de crear realmente algo, ya fuera una obra musical, un estilo de moda o una nueva empresa. Pero además de ser un vendedor oportunista, era…
Le caía mal, decidió tras buscar en vano una palabra más adecuada. «Mal» no era una definición fina pero sí sólida, y por algo había que empezar. Incluso podía trazar la sensación hasta las palabras concretas de Estrella. Había dicho que la chica desaparecida, Eleni, le gustaba a Ramis porque tenía talento y que fue desechada cuando las cosas no fueron como él esperaba. Las entrañas de Codi se habían encogido con desagrado al oír aquello, pero no supo adivinar la razón al momento. Ahora ya la sabía. Eleni no había sido la única a la que Ramis le había hecho aquella jugada.
No, el gusto por el talento no llevó a Stiven Ramis a liarse con otra promesa del orchestrón, pero le llevó a adoptar una niña que iba a serlo, y cuando todo se torció para Fally la historia se repitió: la niña fue desechada. Ese hombre se rodeaba de talento, ya fuera simplemente para tenerlo al lado o para explotarlo en su provecho. Y cuando éste desaparecía, ¿qué pasaba con las personas a las que una vez había prometido su afecto y protección?
CAPÍTULO XII