La mañana siguiente vino y se fue sin noticias dignas de mención. Codi apareció en su despacho a las ocho menos cuarto, se dejó caer en su silla y no hizo nada. No podía trabajar en la lista de nombres. Escarbar más podía crear sospechas en los antiguos empleados de Acorde S.A. y traer consecuencias incorregibles para Emociones Líquidas — no todos iban a ser tan comprensivos como Estrella Tullarte—. Y por más que deseara empezar a buscar a Eleni, Codi pensaba cumplir la palabra dada a Lynne e informarla antes de sus… sospechas.
Pero Lynne no estaba disponible, le dijeron que no estaría disponible durante todo el día.
A solas con sus pensamientos, los minutos transcurrían con angustiosa lentitud. Dejar de lado a Eleni (con suerte, una persona viva y no un montón de huesos en el fondo de un hueco de ascensor), a Lynne (¿qué clase de relación tendría con Ramis?) y a Fally (¿cómo se estaría tomando la negativa de Gabriel de entrar en su vida?)… En fin, que dejar de lado todas esas preocupaciones no era una tarea fácil. Para despejar la mente, Codi decidió retomar su reportaje sobre los charquis. Lo tenía casi terminado, pero primero la oposición de Harden y después su ánimo decaído le habían impedido realizar los retoques finales. No tenía nada que ver con su ocupación actual y ciertamente ya no necesitaba el escaso dinero que obtendría, pero hacía tiempo que no escribía simplemente por el placer de escribir, así que decidió retomar la costumbre y se dedicó a ello.
A la hora del almuerzo le interrumpieron. Uno de los vecinos de pasillo presentados por Bastia el día anterior, un chico que trabajaba como contable y se llamaba Deni se asomó por la puerta. Codi prácticamente saltó sobre su sitio — tras acomodarse en el santuario del despacho, había dado por sentado que estaba aislado del resto del mundo.
— Son las once. ¿Vienes? — dijo el intruso.
—¿Adónde? — preguntó Codi, confundido.
La cabeza calva que se asomaba por la puerta semiabierta abrió mucho los ojos y luego asintió varias veces.
— Problemas de adaptación — sentenció solemnemente—. Desconocimiento de las tradiciones del pasillo que te acoge. Un día de éstos, te las resumiré, pero lo primero es lo primero: la pausa del café es a las…
— Once — sonrió Codi.
La cabeza del intruso asintió y desapareció de vista.
Codi dejó lo que estaba haciendo — casi había completado el texto— y fue a la salita de descanso. Al entrar fue rodeado por voces y caras. Era una gran suerte que tuviera buena memoria para ambas cosas y que Bastia ya le hubiera presentado a la gran mayoría. El intercambio de saludos resultó sencillo.
— Las galletas de la oficina no son gran cosa, pero puedes comerte todas las que quieras. ¿Sabes con qué están muy bien? Con la mermelada de cereza. Recuerda mis palabras. Mermelada de cereza, galletas de oficina y una taza de café. El café está bastante bien.
Deni el contable, de panza redonda, mejillas sonrosadas y prácticamente calvo a sus treinta y pico años, resultó ser un conversador inagotable. Tenía una opinión sobre todo y una manera afable de expresarla. Tenía en una mano un paquete de galletas y en otra el bote de la famosa mermelada. Mojó una de las galletas dentro, profunda y repetidamente, y le pasó el objeto resultante a Codi. Éste lo aceptó con recelo.
—¿En qué dijo Bastia que trabajabas?
— Prensa — dijo Codi. El sabor un poco ácido de la mermelada de cereza casaba inesperadamente bien con el seco bizcocho de la galleta.
— Te han dejado un poco apartado, ¿no? Prensa está en la planta veinte.
— Es que formo un departamento aparte.
—¿Cuál?
— Espionaje periodístico — respondió Codi con la máxima seriedad, provocando carcajadas entre los presentes.
La ocurrencia cuajó, y la broma fue ampliada y repetida de varias maneras. Más tarde aún, la conversación giró hacia Bastia y, por extensión, al resto de chicas de las oficinas cercanas. A Codi, en su papel de recién llegado, le fue exigida una opinión. Azorado por la insistencia, pronto se encontró a la defensiva. Aun así, estaba contento con el ambiente. Le gustaba ver que todos a su alrededor parecían satisfechos, con el presente y con la vida en general. Despejaba parte de la asfixiante formalidad que reinaba en el edificio fuera de las horas de descanso. Sin embargo, tras media hora de reloj todos los presentes se levantaron y se fueron a sus respectivos despachos.
Codi hizo lo mismo. Trató de contactar con Lynne de nuevo, con idéntico resultado que antes, y luego volvió a centrarse en los charquis. Llegada la tarde había terminado el artículo y, más importante aún, había decidido qué hacer con él. Empezaría por ofrecérselo a Harden — con el pretexto de haber empezado a escribirlo siendo su empleado— y aprovecharía la visita para dos fines: restregarle en la cara lo bien que le iba sin él y ver si había hecho algún avance respecto a Emociones Líquidas. Al fin y al cabo, ahora tenía que mantenerse por delante de su antiguo jefe.
Así fue como la tarde de su segundo día como empleado de Emociones Líquidas —¿o era Aquamarine? — Codi anduvo todo el camino hasta su antiguo lugar de trabajo. Tuvo la suerte de no toparse con nadie conocido mientras subía a la planta correspondiente, y al llegar aminoró el paso inconscientemente. Se sentía un perfecto extraño en un lugar que conocía como la palma de su mano. Las curiosas miradas que sentía sobre su espalda le picaban como mosquitos.
Golpeó la puerta de la secretaria con los nudillos y entró sin esperar respuesta. Snell hablaba con alguien, la cabeza inclinada sobre el hombro derecho. No hizo caso a la intromisión, y Codi tuvo un instante de déjà-vu. Así se la había encontrado el día antes de partir para las Hayalas.
—¿Snell? — llamó y, haciendo honor al recuerdo, se sentó en el borde de su mesa igual que entonces.
La mujer se volvió con la flema de alguien que se precia demasiado para apresurarse. Su expresión se transformó cuando reconoció al periodista.
—¿Candance? ¿Qué haces aquí?
— Qué rudo… — dijo Codi estirando las palabras—. Es señor Weil, Snell. No sé por qué te permites estas confianzas.
La mujer no estaba preparada para aquel comentario. Echó la silla hacia atrás y cogió aire abriendo mucho la boca, era la viva imagen de un pez sacado fuera del agua. La indignación luchó por abrirse camino, pero no pudo con el desconcierto. Codi asintió internamente. Siempre había querido llamar la atención de Snell sobre algo tan simple como aquello.
— Eh… Candance… Me alegro de verte. ¿Qué tal te va?
— Estupendamente. Ahora trabajo como consultor para Emociones Líquidas. Estoy aquí para ver al señor Harden por un asunto profesional.
Consultor no era la palabra, pero Codi no sabía qué título darle a lo que hacía. Lynne tampoco había mencionado nada, así que decidió que tenía derecho a usarlo.
— Veré qué puedo hacer. Espera fuera un momento.
Codi suprimió una mueca: la idea de esperar ante la puerta de Harden no le gustaba. Estaba acostumbrado a tener entrada libre al despacho del jefe, pero aquéllos eran otros días. Optó por acercarse a su propia mesa, ocupada por un chaval al que no reconoció, posiblemente su sustituto. La idea le divirtió: carácter y maneras aparte, Harden era un editor competente y dotado de un terrorífico olfato. Durante los primeros meses en la redacción, Codi había experimentado en su propia piel lo difícil que resultaba serle útil. Le debía mucho al hombre, en términos de experiencia. Ahora que su animadversión por el despido se había calmado, casi no le importaba admitirlo.
— Sólo voy a ver si me he dejado algo — dijo amablemente—. Siento molestarte.
— Adelante — por la mirada que el chaval le ofreció, resultaba claro que Codi se había convertido en una especie de mito de la redacción. Las miradas que el resto de ex compañeros le ofrecían le seguían quemando la espalda. Codi se encogió de hombros, medio incómodo y medio divertido con la situación.