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Salió del despacho dando un contundente portazo.

El sol estaba a punto de ponerse cuando Codi volvió a Emociones Líquidas, sus últimos rayos apagándose para dar paso al brillo de las farolas. Un tempestuoso chaparrón de primavera había empezado y parado mientras iba en el taxi, y el olor a polvo mojado y a ozono de tormenta era intenso y fresco. No eran horas de solicitar audiencia y Codi estuvo a punto de dejarlo estar e irse a su casa, pero decidió probar suerte por última vez. La perseverancia dio su fruto: tras dar su nombre innumerables veces, se le dijo que si subía inmediatamente al despacho de Lynne, la doctora quizá hablaría con él.

Codi cumplió con las instrucciones, y descubrió que Lynne poseía todo un cuartel en una de las plantas superiores — muy parecido al de Ramis en la última planta—. Tras ser expulsado de las entrañas del ascensor, el periodista se quedó parado contemplando el lugar. Por alguna ilógica razón, había esperado que el despacho de Lynne fuera parecido al suyo. La posición de la doctora — en un eterno segundo plano detrás de Ramis— sonaba a poco, pero resultaba evidente que daba para mucho.

Los dos vigilantes que esperaban a la entrada estaban enfrascados en una intensa discusión a media voz, comentando los resultados de algún evento deportivo. Codi esperó a que se fijaran en él. Quería confirmar que Lynne realmente estaba libre, pero al ver que hacían caso omiso a su aparición se acercó directamente a la puerta y golpeó suavemente con los nudillos.

—¿Doctora Lynne? — llamó.

— Pase — llegó su melodiosa voz.

La puerta se entreabrió bajo la presión de su palma, y Codi penetró en el interior.

La estancia le recordó una antiquísima biblioteca repleta de ecos, silencios y reductos íntimos donde retirarse a meditar. La luz era suave, dividida en círculos bajos que sacaban de la penumbra objetos inesperados: el rincón de una mesa, el dibujo de una alfombra. Lynne estaba echada en un sillón con las piernas cruzadas en actitud relajada.

— Pareces cansado, Candance — dijo a modo de saludo—. ¿Has tenido algún problema con lo que te encargué?

— Lamento molestarla siendo tan tarde.

— Si no quisiera verte, no te habría hecho subir — dijo ella esculpiendo en su rostro su célebre sonrisa, aquella que parecía un regalo exclusivo para Codi. Sus ojos viajaron a la izquierda—. Estamos en medio de una pequeña reunión informal. Me parece perfecto que te nos unas.

Obedeciendo su señal, Codi se giró hacia donde ella señalaba. La sobria mirada de Gabriel lo saludó. El orchestrista se apoyaba en una pared en actitud perezosa, su silueta hundiéndose en la oscuridad.

— Te presento al señor Weil, Gabriel — dijo Lynne.

El mínimo movimiento de cabeza de Cherny podía significar reconocimiento o la negativa de tal, Codi no podía adivinarlo.

—¿Candance, conoces a Gabriel Cherny?

El gesto del periodista trató de ser igual de ambiguo. Impertérrita ante la falta de ánimo de ambos, Lynne se masajeó el puente de la nariz antes de indicar a Codi con una mano que se sentara.

—¿Tú tampoco? — dijo al notar que Codi ignoraba el gesto—. Gabriel se ha pasado casi una hora de pie.

— Ya me iba — rompió su silencio Cherny.

— Completamente innecesario… — protestó Lynne.

— No tengo más tiempo que dedicar a esto — hablaba sin inflexiones, con un tenue deje de altivez—. Ha sido un placer saludarle, señor Weil. Doctora Lynne.

Hizo una inclinación formal que resultó algo irónica, a la par con el énfasis que puso sobre los títulos de ambos. Lynne no se dio por aludida.

— Lamento mucho que te vayas. Hemos estado hablando de todo un poco — explicó plácidamente a Codi.

Éste sólo pudo preguntarse cómo había transcurrido la conversación. Sospechaba que ni siquiera una mujer tan llena de recursos como Lynne lo tendría fácil para hacer hablar a alguien cuyo estado de ánimo favorito era la sombría contemplación.

—¿Ha sido una velada agradable? — preguntó educadamente.

— Ha sido aceptable — respondió Gabriel.

— Deseaba tener esta reunión desde hacía mucho tiempo, pero las circunstancias no han acompañado hasta ahora. Mi deseo es que no sólo seamos socios, sino amigos — dijo Lynne.

— Nada sucede con sólo desearlo.

—¿De nuevo tan pesimista? Candance se va a llevar una idea equivocada de mí, después de haberle convencido de que no soy un ser maléfico. Acércate, Candance, ven aquí… Voy a enseñarte algo increíble.

Codi hizo lo que le decía. La mujer levantó la mano en el aire. Una luz azul cayó desde su puño y quedó retenida por una fina cadena enredada entre los dedos. Su reflejo bailó por las paredes de la habitación.

—¿Has visto alguna vez algo tan hermoso? Es de Gabriel; me lo enseñó poco antes de que entraras.

Lynne levantó la cadena con lentitud, admirando la gema que giraba sobre sí misma y dándole a Codi tiempo de hacer lo propio. Bajo la iluminación fragmentada de la habitación el brillo era tan puro que resultaba hipnótico, pero Codi le prestó poca atención. Era más consciente de la tensión de Gabriel, visiblemente incómodo al ver su tesoro manipulado por unas manos que no eran las suyas. Su esfuerzo por disimularlo tenía mérito, pero no evitó que Lynne también se diera cuenta de su reacción.

— Es una verdadera obra de arte — dijo—. Me imagino el valor que tiene para ti.

Alargó la mano con gesto de disculpa, pero Gabriel no hizo ademán de coger la gema.

— No tiene ningún valor para mí — respondió suavemente.

— Si siempre la llevas al cuello.

— Eso no significa nada.

Aquella declaración hizo que Lynne se riera con ganas. Cerró los ojos, extendió su fino cuello y dejó que su cabeza cayera hacia atrás, felizmente ajena al desagrado que se dibujó en la cara de Cherny ante su efusiva reacción.

—¡Por supuesto! — dijo abriendo los ojos y mirando a Gabriel con una chispa de diversión—. Las joyas nunca significan nada… De hecho, no te importaría en absoluto verla alrededor del cuello de otra persona…

Cherny apretó los labios y se apartó de la pared. En un abrir y cerrar de ojos estaba ante Lynne. Arrebató la joya de su mano y enrolló la cadena alrededor de su propio puño.

—¡No tiene ninguna gracia! — dijo entre dientes y se dirigió hacia la salida en erizado silencio.

La puerta se cerró con un golpe seco y potente a sus espaldas. Lynne, estupefacta, miraba la mano donde una línea roja marcaba el trayecto de la cadena. Luego pasó la mirada hacia Codi, como buscando en él explicación y apoyo a su causa.

— Sólo era una broma — dijo con voz algo temblorosa.

Codi no se tenía por un hombre irritable, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo para no dar la vuelta allí mismo y salir detrás de Gabriel. Era consciente de su aversión hacia las conversaciones sociales y del ominoso significado que la joya tenía para él, pero eso no le daba derecho a tales salidas de tono.

— Quería conseguir que se relajara — dijo Lynne—. En el tiempo que lleva con nosotros está continuamente en tensión, como la cuerda demasiado tensa de un violín. No estuve con Stiva cuando firmaron su contrato. Es cierto que fue precipitado, y he oído rumores de lo más absurdo, pero Cherny accedió de forma totalmente voluntaria. Simplemente no entiendo por qué se siente tan desgraciado formando parte de Emociones Líquidas…

— Le cuesta acostumbrarse a estar aquí.

Lynne sonrió algo temblorosamente, aún afectada pero disimulando muy bien.

—¿Lo dices porque tienes el mismo problema?

— No, señora.

— Pero es casi de noche, y estás aquí. Es evidente que has tenido algún percance. ¿Una copa mientras me lo cuentas?